Aparto mis ojos de él, y con la misma sonrisa me mantengo con mi cabeza en alto. La abuela Débora no pierde la oportunidad para decirme lo hermosa que me veo, y yo tampoco la pierdo en actuar dulce y cariñosa con todos.
A pesar de no saber el motivo por el cual todos estén reunidos, finjo que me siento a gusto y que soy la más sociable.
Lo que realmente deseo es irme a dormir.
—Abigaíl, ¿y cómo vas con tus estudios?
—Muy bien, señor West. Cada vez me falta menos para graduarme —respondo con orgullo.
—Ya te he dicho que me llames por mi nombre, hija. Ya ha pasado un año.
Niega con una leve sonrisa en sus labios. El padre de Ares es realmente un hombre que se deja querer. A pesar de tener un carácter bastante difícil, conmigo se muestra ¿amigable? Así lo veo yo cuando se dirige a mí con cierta “dulzura” y con los demás es más rígido.
Él y el abuelo West, son los que dictan una palabra y todos obedecen, incluso, creo que aplica para el mismo Ares.
—Lo lamento Dominick, es la costumbre…
—No quiero oírme cero empático, pero si llegas a quedar embarazada, tendrás que posponer tus estudios, Abigaíl.
Fijo mi vista en mi cuñado en cuanto oigo sus palabras.
—Mi rutina continuará igual de siempre hasta no obtener un resultado. He incluso si llega a ser positivo, será igual —añado—. ¿Verdad, Ares?
Fijo mis ojos en los suyos en espera de su respuesta. Solo él sabe el significado de mis palabras, más nadie en esta mesa sabe sobre su advertencia, su amenaza cruel y despiadada. La señora Eliza y sus hombres fueron los únicos en ser testigos de lo que me dijo esa mañana, y dudo que sean los que anden en chismes de pasillo, al menos que no aprecien su propia vida.
—Qué bueno que tienes los puntos claros, Abigaíl.
—Siempre, cariño —le guiño el ojo.
No sé por qué acaba de hacer eso, pero ya lo hice. Siento mis mejillas arder, creo que hasta estoy sonrojada. Es el gesto más atrevido que le he hecho a un hombre que no fuese mi ex prometido.
Se siente realmente raro.
—Disculpa, ¿y tú quién eres? —decido cambiar de tema fijando mis ojos en la desconocida—. Recuerdo haberte visto en la boda, pero no recuerdo tener el placer de conocerte.
Todos se miran entre sí, pero yo sigo sonriendo sin saber el motivo de sus miradas. La chica se limpia con sutileza la comisura de sus labios y me da una espléndida sonrisa.
Realmente es muy bonita.
—Soy Renata Lacrox, y soy amiga de la familia —aclara con un perfecto acento inglés—. Disculpa si no me presenté antes, solo no quería incomodarte.
—Comprendo —asiento pensativa—. Espero poder conocerte mejor.
Realmente no espero conocerla mejor. Hay algo en ella que no me agrada, o tal vez se deba al hecho que desde que llegué, no deja de mirarme.
¿Tendré algo en mis dientes?
Decido dejar de sonreír por si acaso, no quiero pasar vergüenza en medio de todos.
Aunque no tengo apetito, pruebo nada más un poco la comida servida en mi plato; todo porque el hombre a mi lado no deja de mirarme atentamente.
Su mirada oscura me pone algo nerviosa, y realmente espero no ser foco para descargar su ira. Sé que me la jugué al tomar su mano, al decirle “cariño” cuando realmente tengo otros apelativos menos decentes pensados para él. Nada más espero que pase desapercibida mi acción y pueda dejarme en paz hasta mañana.
Luego de “terminar” de comer, me acerco un poco a él, conteniendo mis nervios.
—¿Puedo retirarme a mi habitación, o necesitas que me quede? —pregunto en voz baja.
Odio hacer esto, odio pedirle permiso para tener que levantarme de la mesa, pero algo me dice que esto de alguna forma lo hace sentir poderoso, y mientras pueda hacerle creer eso sobre mí, lo haré.
He puesto mi mano en su pierna por debajo de la mesa. Desconozco si tiene sensibilidad al tacto o no; poco se sobre su salud y el cómo está evolucionando, pero igual me arriesgo una vez más acariciándola con mis dedos.
Ladea su cabeza y me mira con esos dos ojos negros y misteriosos que me intimidan. Todos siguen disfrutando de la cena, enfocados en una conversación que no tengo ni idea. Él baja su mirada hasta mi mano, alza su ceja endureciendo sus facciones y luego vuelve su mirada cazadora en mí.
—Puedes.
Es lo único que dice. Jugándome una última carta para dejarlo bastante pensativo esta noche, me inclino un poco y dejo un beso en su mejilla sosteniendo su rostro con mi mano. El movimiento es tan rápido, que ni él mismo lo esperaba.
Me levanto de mi lugar y me despido de todos como si la velada me hubiese encantado y fascinado. No es que no los quiera, he aprendido a guardarles aprecio y respeto, pero no siento por todos el mismo afecto que tengo por mis suegros y la abuela.
Esta última me insiste en quedarme, pero niego de inmediato; no podría estar sentada en el mismo sitio donde él esté luego de lo que hice, al menos no hoy.
Camino directo a mi habitación subiendo las escaleras con rapidez. Siento la adrenalina al tope, mi pulso acelerado por haber roto esa delgada línea que él mismo interpuso desde el día en que despertó y me miro. Sé que hay un gran muro por traspasar, pero el simple hecho de haber invadido su espacio personal estando él consiente, me da temor como también gracia.
Abro la puerta de mi habitación y lo primero que hago es ir a mi vestidor para quitarme toda mi ropa e ir a darme un baño en la tina. Estuve todo el día en la calle, y no me gusta acostarme en mi cama sin antes darme una dicha.
A veces soy algo germofóbica.
Con un albornoz cubriendo mi cuerpo, me dirijo al otro lado cruzando mi cama y entro al baño dispuesta a relajarme un poco y bajar la adrenalina de mi cuerpo.
Abro la llave de la tina y mientras esta se llena, le aplico una fragancia aromática de coco que me encanta. Mi mamá siempre me dice que no comprende por qué me gustan los aromas a “pastelería”, ya que mi perfume es de una marca exquisita de París donde predomina el olor a coco y vainilla, dando así un aroma dulce, sutil, pero sensual y cautivador.
Desde que lo conocí un verano a un viaje a París a mis dieciséis, se convirtió en mi favorito siendo el único perfume dulce que puedo tolerar.
Asegurándome de que el agua esté a buena temperatura, introduzco un pie y luego el otro para sí sumergirme en la tina y disfrutar unos quince minutos de una baño caliente.
Cierro mis ojos y dejo que el agua destense mis delgados músculos. Pienso en como Ares reaccionó cuando besé su mejilla; él no lo esperaba para nada. No dejó de mirarme mientras me despedía de los demás en la mesa, y estoy casi segura que era consiente de todo lo que estaba causándome con hacerlo.
Por un segundo, creí que estallaría, pero para suerte mía no lo hizo.
Mi mente me vuelve a traer a colación a Evans y todo lo que vivimos. ¿Cómo le habrá ido estando en Europa? ¿Se habrá enamorado? ¿Me recordará?
A veces me siento culpable de pensar en él estando ya casada, pero luego recuerdo entre Ares y yo no hay más que remordimiento y se me pasa el sentimiento de culpa, y es la añoranza quien lo suplanta.
Si tan solo Ares fuese un poco como Evans, nos podríamos llevar un poco mejor al menos.
Busco en mi closet mi ropa interior para vestirme y acostarme a dormir. Antes, aplico en toda mi piel la crema perfumada con el mismo aroma a mi perfume. Unto cada parte de mi cuerpo y cuando siento que mi piel ya la a absorbido, tomo un conjunto de lencería color rosa viejo bastante tierno y delicado y comienzo a vestirme para dormir. Elijo una bata de seda del mismo tono y la sostengo en mis manos para colocármela en mi cama. Suelto mi cabello y salgo de mi vestidor tarareando mi melodía favorita.
—¡Santos cielos, Ares! —me sobresalto al verlo.
Lo primero que hago por reflejo y vergüenza es cubrirme con mis manos, dejando caer la bata en el suelo. Él está en medio de mi habitación con sus manos entrelazadas, espalda recta y mirada amenazante mirándome. Ambas puertas estas están abiertas con dos de sus hombres de espaldas a nosotros siendo de muro.
—¿Qué estás haciendo en mi habitación?
—¿Me dices que no puedo andar libremente por donde quiera en mi propia casa?
—No quise decir eso, eso solo que…
—¿A qué juegas? —Me interrumpe de manera directa con esa pregunta— ¿A qué estás jugando, Abigaíl?
—No sé de lo que hablas… —finjo no entenderlo—. Nada más intento que nos llevemos bien.
—No lo hagas. No te quiero como esposa, no te quiero embarazada, no te quiero cerca de mí, ¿lo comprendes verdad?. Nos divorciaremos, y sea cual sea el resultado de la inseminación, tú te largarás de mi vida sin nada de mí—coloco mis labios en una delgada línea asintiendo a sus duras palabras—. ¿Por qué te cubres? Si llegaste a considerar que tu menudo y delgado cuerpo causará algo en mí, estás equivocada. Ni siquiera eres mi tipo. Eres baja, delgada, sin las proporciones que me gustan; pálida y castaña. Si al menos fueses rubia, lo consideraría. Ahora óyeme bien pequeña niña risueña; durante el tiempo que resta para saber si estás o no esperando un hijo de mí, te mantendrás lejos de mi presencia, no volverás a tocarme, besarme o tan siquiera decirme cariño, ¿te quedo claro?
Aprieto mis dientes para no echarme a llorar frente a él.
—¿Por qué eres tan cruel?
—Te quedo claro, ¿sí o no, Abigaíl?
—Me quedo perfectamente claro, Ares —me acerco a él bajo impulso, poso mis manos en los reposa brazos de la silla de ruedas y me inclino para hablarle una vez más—. Quiero que también te quede claro esto; por un largo año te toqué más de lo que imaginas, y más de una vez me vi tentada en colocarte una almohada en tu rostro… solo para no tener que verte, claro.
Mis palabras causan algo en él, lo puedo notar en su semblante endurecido, en cómo me mira, la forma en que está notoriamente apretando su mandíbula mientras respira con rapidez en medio de este duelo de miradas.
Decido incorporarme nuevamente, pero él me sostiene por mi brazo con fuerza y me jala hacia él quedando así, cara a cara una vez más.
Por reflejo, ladeo mi rostro un poco, mientras él solamente roza su nariz en mi mandíbula y parte de mi cuello. Con calma y lentitud tortuosa lo hace. Siento su áspera y ancha mano tomar mi mentón ejerciendo algo de presión y me obliga a verlo a la cara una vez más.
—Te cuidado con lo que haces, Abigaíl. Soy un hombre adulto, mucho mayor que tú y bien astuto por cierto. Tú eres mi esposa, una pequeña e inocente. Puede que me comporte como un niño malcriado con tal de obtener algo de ti y tú no podrás negármelo. Juega bien tus cartas si no quieres terminar llorando bajos las sabanas rosas de tu habitación, cariño —espeta con una maquiavélica sonrisa.
Me suelta con brusquedad dejándome aturdida por sus palabras.
Se da la vuelta en su silla de ruedas y sale de mi habitación dejándome con un mal sentimiento instalado en mi pecho. Sus hombres notan a su jefe y uno de ellos es quien ahora comienza a rodar la silla alejándolo, mientras que el otro cierra ambas puertas sin mirarme siquiera.
Comienzo a temblar al estar sola, a cuestionarme si todo esto es necesario. No creo que Ares se atreva a tanto. No creo que sea capaz de tocarme sin mi consentimiento.
Mi corazón me dice que no lo haría, que él nada más es un hombre cruel, herido y con mucho oído dentro de sí. Pero mi lado racional, ese que no se deja llevar por sentimientos tontos, me dice que si es capaz de hacerlo. Así como me aseguró en practicarme un aborto, es capaz de venir una noche a mi habitación y exigirme, obligarme a tener sexo con él.
Necesito acabar con esta agonía, necesito no quedar embazada y largarme de este infierno. Seguiré con mis planes, pero con un As bajo la manga.