Un Plan

1875 Words
Un año después.   Ha transcurrido un año desde mi arribo a esta residencia. Cada noche, antes de acostarme, converso con Ares. Soy consciente de que probablemente nunca me escuche, ya que desde la primera vez que lo vi, no ha vuelto a abrir sus ojos. El doctor vino hace días para revisar su tratamiento y su diagnóstico no fue agradable. La señora West, su madre, se sintió muy nerviosa. Me dio pena por ella, pero no me sentí mal por eso, ya que desde el principio sé perfectamente que es imposible que su estado mejore. Han sido meses bastante extraños para mí. No he salido de casa, y solo he conocido al núcleo interno familiar. Me la paso en la biblioteca estudiando. No se me permitió regresar a la universidad, así que tomo clases desde casa, lo que me parece absurdo, pero al menos me distraigo en algo. Según Arnold, el hermano menor de Ares, si yo iba a la universidad, estaría propensa a serle infiel a su hermano y así manchar el apellido. Su excusa es que soy joven e inestable en las emociones, con necesidad de experimentar como los jóvenes de hoy en día, y lo más probable, propensa a tener un romance oculto. Si tan solo supiera. Esas absurdas excusas bastaron para mi suegra Fátima, me prohibiera ir a clases presenciales y tomarlas aquí en vez de ir a la universidad. Por una parte, la comprendo, pero por otra me parece injusto. Mi madre me dice que soporte lo más que pueda, y que poco a poco, vaya imponiendo mis derechos. Cosa que se me ha hecho algo complicado desde el último mes con la presencia de Arnold en casa. Llegó de Europa y decidió quedarse aquí en vez de la casa de su madre, o un hotel. Pero no puedo quejarme, no hoy. Estoy estudiando, dentro de un año seré una profesional, tengo una comodidad que nadie tiene, mis padres están bien económicamente gracias al dinero que es depositado a sus cuentas cada mes, y yo me la paso hablando en las noches con alguien que no me oye, pero al menos me ayuda a no perder la cordura. Sonrió al recordar que anoche le apliqué una mascarilla hidratante en su rostro. Se veía bastante gracioso la verdad. Tuve un momento de spa antes de dormir, y no pude evitar colocarle una también a él. Me dio demasiada risa verlo con su rostro endurecido, usando una máscara color rosa con destellos; incluso nos tomé una foto para el recuerdo. Luego me sentí bastante mal por estar burlándome de una persona en estado vegetal y mi buen humor se esfumó. Por esto estoy aquí en la biblioteca desde que el día comenzó, leyendo un libro que me distraiga de mi pequeña travesura de anoche. —Señora Abi, la esperan en el living —me dice Eliza entrando al salón. —¿Sucede algo malo? —No lo creo, pero si quieren hablar algo importante con usted, vamos. Dejo el libro en la mesa y me levanto del cómodo sofá caminando detrás de ella. Desde la visita del médico, no había vuelto a ver a algún familiar de Ares por aquí. Llego a la gran sala, una de muchas, y me acerco a saludar con respeto a nada más que a su abuela. Sonrió y me siento a su lado. La mujer se alegra de verme, incluso me dice que estoy más hermosa que de la última vez. Me pregunta cómo voy con los estudios, y me pide que la visite un día en Inglaterra. —Pequeña Abi, he venido aquí para pedirte algo muy especial. —Usted dirá —sonrío nerviosa—. ¿Qué necesita de mí? —Que te conviertas en madre. Abro mis ojos bien grandes al oír su petición tan directa. No sé qué decir, mi pulso se dispara de los nervios que siento justo en este momento y ella lo nota. Toma mis manos y las acaricia transmitiéndome tranquilidad. —Sé que es algo rápido, pero mi nieto está bastante mal. Si llegase a morir mañana, no dejaría descendiente, su patrimonio pasaría a su hermano, y tú quedarías sin nada, ¿acaso quieres eso? ¿Dejarías que todo por lo que Ares trabajó por tantos años, caiga en manos de su hermano? No me malentiendas, pero Arnold siempre le ha tenido reproche a su hermano, tanto así, que él sería el más feliz de que su hermano no esté más con nosotros. La miro sin poder creer lo que me pide, pero más me cuesta procesar, es el hecho de que sin un heredero, no hay herencia para mí, y eso fue algo que ni ella ni mi suegra me dijeron, ¿acaso lo tenían planificado? ¿O de verdad está pidiéndome esto por proteger los bienes de su nieto? ¿Tan mal era la relación de ellos? Siento que algo me están ocultando. No sé por qué me siento con la sensación de ser un títere en este momento. Demasiadas preguntas tengo justo ahora, pero no permitiré que eso ocurra. —¿Debo de acostarme con él? —me da terror de solo imaginarlo. —No hace falta, Abi. Será por inseminación artificial. —Entonces sí lo haré. La anciana se alegra, sonríe complacida. Celebra el hecho de que posiblemente la inseminación artificial sea un éxito. En medio de su celebración, hace acto de presencia mi amable cuñado junto con su esposa, también se une mi suegra, y todos toman asiento curioso ante la inexplicable felicidad de la abuela Débora. —¿Cuál es el motivo de tu felicidad, abuela? —¡Abigaíl se hará una inseminación! —responde con alegría—. ¡Le dará un hijo a Ares! Mi suegra se regocija en gran manera. Aplaude ante la emoción, se me acerca, me agradece y me felicita por mi decisión. En cambio, mi cuñado se muestra algo renuente, su esposa ni se diga. —¿Crees que eso sea buena idea? —pregunta recelo. —Estoy segura de que ella si quedará embarazada, y traerá al mundo al legítimo heredero de tu hermano, ya lo verás. Sentencia muy segura. No sé por qué me da la sensación, de que mi cuñado no me quiere, su abuela no lo tolera, y su madre debe de soportarlo solo por el hecho de que es su hijo. Arnold me da una mirada fría, pero con una sonrisa en sus labios. Se levanta de su lugar junto con su esposa y ambos se despiden de nosotras diciendo que volverán para la cena. No le bajo mi cabeza, no quiero que crea, que me intimida, aunque sí lo hace. —Si me disculpan, estaré en mi habitación. Debo de hablar con mi esposo y decirle que posiblemente, en un futuro cercano, se convierta en padre. Ambas mujeres me miran con una gran sonrisa, yo igualmente les ofrezco una, pero al alejarme de ellas, dejo de sonreír. Estar embarazada no estaba en mis planes, no cuando estoy decidida a graduarme de la universidad, pero me tocará posponer mis estudios por un bien mayor. Jamás permitiré que mi cuñado se quede con lo que me pertenece, no cuando he soportado por un largo año ser la esposa de un hombre vegetal, muerto en vida, que más nunca volvió a abrir sus ojos desde aquel día. Yo dejé a mi verdadero amor por esto, así que sería tonto abandonar después de todo el sacrificio. No me cerré de lleno a la idea de ser madre, porque era algo que imaginé que iba a suceder. Todos en esta casa mencionaban eso de forma sutil, aclamando en susurros un heredero de Ares West. Muchas veces oí al personal de limpieza murmurando eso, y aunque todos me tratan bien y con respeto, detestaba oírlos. No por el bebé que en sus mentes estaba, sino por el hecho que daban por sentado que entre Ares y yo había sexo. ¿Están locas? Sé que el m*****o puede reaccionar, ya que lo he notado por un largo año en las mañanas, pero jamás me atrevería tan siquiera tocarlo. Eso sería demasiado hasta para alguien como yo que está casada por otros intereses. Llego a nuestra fría y desolada habitación cerrando la puerta tras de mí. Camino hasta quedar frente a él, lo miro a detalle y sigo sin creer lo guapo que es este hombre, pero al mismo tiempo, no supero que a pesar de ser apenas de treinta y seis años, su vida allá acabado tan cruel. Ser un humano inerte, debe de ser el peor castigo del mundo. Estuve investigado sobre su caso, y en todos los textos que leí en la biblioteca, aseguran de que la mayoría de las personas en coma, pueden estar consientes de los que sucede a su alrededor, otras no corren con esa “suerte”, de ser así, ¿Qué pensará Ares cuando me oye hablarle de mis tonterías? De seguro maldice cada que oye mi voz, pero si yo debo de soportar estar casada con él, él debe de soportarme a mí. Me pareces justo, así que estamos a mano. Con una sonrisa en mis labios, procedo a cambiarme de ropa para dormir. […] A la semana siguiente todo sucedió muy rápido. El lunes por la mañana, me levanté bien temprano para ir a la clínica por petición de la abuela Débora. Luego de una visita al médico y del doctor asegurarse de que soy una joven fértil y con buena ovulación, me programa la cita. Fue el miércoles y regresé a casa, algo cansada de haber estado en el proceso de la inseminación. Me acompañó mi suegra, y estuvo tan emocionada, que sin quererlo, yo también me hice algo de ilusión. El viernes llegó, y ahora yo estoy en nuestra habitación, de pie frente él. —Ares… Quiero que sepas me han pedido darte un heredero —tomo aire y lo dejo salir con parsimonia—. Me sometí a una inseminación artificial para poder concebir y puede que, en un futuro cercano, te conviertas en padre. No tengo nada en contra de los bebés, y sé que lo amaré por ser una parte de mí, pero quiero que sepas que será solo por eso, porque como te lo he dicho con anterioridad, yo no te amo, pero al menos puedo soportar ser tu esposa y dormir a tu lado en las noches. Le doy una sonrisa ladina, carente de gracia. No amo a este hombre, pero aprendí a soportar su presencia en esta habitación. Si llego a quedar en estado, su bebé sabrá que su padre es un gran hombre. Eso le diré, repetiré lo bien que he oído de él antes de casarme. Me guardaré los malos comentarios. Mi corazón se detiene dando un vuelco que me deja sin aliento. Siento que mis piernas flaquean, un escalofrío me invade desde mi nuca hasta mi espina dorsal al ver nuevamente esos ojos negros que no creí volver a ver. Mi pulso se acelera descontrolado al verlo mover su mano, y siento que el mundo se me viene encima al oírlo murmura unas palabras que no logro entender. Ha despertado, ahora sí ha despertado del coma.
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