Capítulo 5. William Bennet

2948 Words
Minutos después, Briana y aquel hombre del casco estaban a punto de detenerse en ese pequeño restaurante, a descansar porque la lluvia se estaba poniendo cada vez más densa. —Ya llegamos —dijo el hombre del casco deteniéndose con su motocicleta. Briana enseguida se bajó de la motocicleta para no mojarse más con la lluvia, ya que ahora como tenía ganas de vivir, no quería enfermarse porque sabía que sus defensas no estaban muy altas debido a la mala alimentación y a la infección mal curada que tuvo hace poco. Luego, el hombre se bajó de su motocicleta y al verla que ella se dirigió rápido hasta el restaurante, pensó que estaba muy hambrienta. «Quizá no haya comido. De todas maneras ya van a ser las doce del mediodía, le brindaré algo de almuerzo» Briana se quedó parada, afuera del local, esperando que aquel hombre viniera, y a su vez, mirando como la intensa lluvia caía. Mientras tanto, el hombre del casco se fue directo hasta un compartimiento que tenía en el asiento de su motocicleta y de ahí sacó su billetera. Luego, en ese mismo instante, decidió quitarse aquel gran casco y Briana muy atenta hacía él lo miraba para ahora si distinguir como era su cara. Pero no, el hombre tenía una especie de mascarilla, que era parecida a un pasamontañas en la cual solo podías ver sus ojos y su boca. Si lo veías a simple vista parecía un ninja. Entonces, aquella rubia cuya salida de la cárcel había sido de lo más movida hasta ahora, entrecerrando sus ojos mirando al hombre, pensaba: «¡Ok, se quitó el casco, pero me imagino que también se va a sacar eso. Ay no, que hombre más raro!» El hombre ya con su billetera en la mano, caminó un tanto apenado hacia ella porque no se podía tampoco quitar esa mascarilla o si no, él pensaba que podría ser descubierto y quizá meterse en serios problemas. «Tal vez me vea como un loco, pero prefiero cubrirme a que después se enteren quien soy, de todas maneras no planeé estar aquí» Entonces, él un tanto apenado con la billetera en la mano fue caminando directo hacia donde estaba ella y al estar cerca, Briana pudo observar que el hombre tenía unos lindos y hermosos ojos azules, de mirada dulce, a su vez, su boca era de labios rosado y se veía que tenía barba y bigote. Él era alto y su presencia ante ella sobre pasaba. —¿Por qué no has pasado al restaurante? te bajaste de la moto en un santiamén—Le preguntó él mirándola fijamente. Briana estando de pie ante él, de inmediato pensó: «Tenia años sin ver a un hombre, solo a mujeres amargadas, se nota que debajo de esa mascarilla estúpida, tiene un lindo rostro» Luego, él al ver que ella no respondía también pensó: «Seguro piensa que soy un loco porque me cubro el rostro, pero no me importa, que piense lo que quiera» Enseguida, ella al ver que se quedaron mirando por unos segundos con un silencio algo incomodo, le contestó: —Eh… no entré esperándote, o…esperándolo —entrecerró sus ojos. —Puedes tutearme, creo que somos contemporáneos… y ya no hablemos de la edad porque hace rato te molestaste cuando te hice una pequeña broma acerca de tu cumpleaños. Pasemos a comer algo, por suerte esto está solo y no hay nadie. —suspiró —…Necesito que alguien me preste un teléfono para llamar a un amigo. Briana enseguida antes de entrar, se detuvo y no dudó en preguntarle: —Mmmm, y… ¿No te vas a quitar esa máscara? A lo mejor el dueño pueda pensar que eres un maleante o algo por el estilo. —No creo que ningún maleante tenga esa motocicleta tan cara y este traje. Además, este se ve que es un sitio modesto y no creo que ladrones les dé ganas de robar aquí. Aquel restaurante que estaba las afueras era como una pequeña cabaña vieja, con un letrero desteñido el cual decía: comida caliente a las veinticuatro horas. Más adelante había una estación de gasolina abandonada, y al lado el motel viejo, lo cual daba un ambiente algo deprimente a todo el lugar en donde mayormente frecuentaban motociclistas y gente rara. Por lo tanto, el dueño de restaurante al escuchar la pequeña campanita que se escuchaba al abrir la puerta y al ver entrar al hombre con esa mascara, no mostró ningún tipo de asombro. Aquel señor que atendía tendría como unos sesenta años, era de contextura rellena, de abundante bigote, y tenía un traje de chef blanco, manchado de salsa y aceite. Si lo veías parecía un santa Claus versión cocinero de un lugar de mala muerte, con un mondadientes en su boca. Entonces, él al verlos entrar, se le acercó a la pareja limpiándose las manos con un trapo algo sucio. Sus dientes eran amarillos y tenía un mondadientes, pero por lo menos era amable. —¡Buenas tardes Bienvenidos a mi restaurante ¿que se les ofrece? Tengo cerveza, cigarrillos, pizza, pollo frito, espagueti, lo que ustedes deseen! El hombre misterioso, miró al caballero con algo de desdén por su aspecto no muy higiénico. —Buenas…tardes. Una cerveza para mi —miró a Briana —¿Y tú deseas una? ¿O deseas comer algo? Sin embargo, Briana cuya cárcel no estaba en buenas condiciones, vio aquel lugar normal. Después de hace muchos años atrás haber tenido una vida de muchos lujos, ya las cosas feas, en mal estado y lúgubres las veía normal. Asi que, en ese instante, al escuchar lo que dijo el hombre misterioso, se dijo en pensamientos: «¡Ay cerveza, tengo años sin tomarme una! También pollo frito, como me encantaría!» —Pues, una cerveza está bien—dijo sin titubear— y si, tengo hambre, deseo pollo frito señor. El hombre cuya voz gruesa retumbaba con una sonrisa de oreja a oreja tocándose los dientes con su mondadientes exclamó: —¡Pollo frito con cerveza! Ya se los traigo ¿y usted caballero quiere también? —Eh… no. Solo la cerveza. Oiga señor, ¿me permitiría un teléfono? El señor parecido a un santa Claus algo descuidado, con una sonrisa se acercó a él, y sacó un teléfono celular algo antiguo. De esos que tenían botones y no de los táctiles. El teléfono al igual que él, estaba sucio y lleno de algo de grasa. —¡Claro que sí, tome, puede llamar a quien quiera! —Muchas…gracias. —tomó aquel teléfono sucio y luego dirigió su mirada hacia Briana —Oye, puedes sentarte, voy a hacer una llamada, no me tardo. —Hey, —dijo en tono de susurro tomándolo del brazo—…recuerda que, no tengo para pagar, por si después quieras dividir la cuenta. —Por Dios mujer, es obvio que voy a pagar, además, es solo pollo con cerveza que caro puede ser eso. Ve a sentarte y me esperas luego, llamaré a un amigo. —Bueno, está bien —comprimió sus labios estando algo apenada. Enseguida, Briana se sentó en una de esas mesas, las cuales daban hacia un ventanal con vista hacia afuera. El hombre de inmediato salió del lugar para hacer esa llamada y desde adentro Briana lo veía estando el allí afuera. El señor parecido a Santa Claus, con una sonrisa le trajo las cervezas y con un destapador algo oxidado se las destapó. —¡Dentro de veinte minutos le traigo el pollo jovencita! «¡Já, jovencita y acabé de cumplir 33 años! ¡tenía tiempo que no me llamaban así y que me trataran con amabilidad, que raro se siente, por lo menos esta es mi primera comida y bebida gratis sin pelear en el comedor de la cárcel!» pensaba Briana viendo al señor, colocarle las cervezas en la mesa. —Disfrútelas están bien frías y dígale al joven que cuando termine de hacer la llamada me ponga el teléfono en el mostrador, estaré en la cocina jejeje. Ya vengo. —Si yo le digo —contestó poniendo su mirada hacia a él mirándolo a través del ventanal. Mientras que el hombre estando de espaldas hacia ella, estaba concentrado comunicándose con una persona, la cual era muy importante para él. Llamada telefónica: «Marcando…» —¿Hola, quién es? —Javier soy yo, William. Tuve un accidente, necesito que vengas por mí. Esta lloviendo y creo que tengo una fractura en mi brazo izquierdo, pero no estoy tan grave. —¡Señor presidente! ¿Do-donde se encuentra? —Estoy en las afueras, pasando cerca del lago virginia. En estos momentos estoy en un restaurante que tiene un letrero que dice comida a las veinticuatro horas. Ven tu solo, no traigas al equipo de seguridad porque no quiero levantar sospechas. Trae la camioneta. —¡Ok, señor, no se preocupe, ya voy de inmediato para allá! ¿Y dígame tiene la cara descubierta? —No, obvio que no. Recuerda que siempre traigo la mascarilla especial cuando salgo solo. —¡Ok esta bien señor. Entonces ya salgo enseguida! —Oye, ¿Y ya… llegó mi esposa de viaje? —¡No señor, aún no ha llegado! —Ok, bueno, entonces te espero… no te tardes. Fin de la llamada… Resulta que aquel motorizado misterioso, era el presidente de Los Estados Unidos de Norteamérica, llamado William Bennet y el hombre a quien llamaba era Javier Diaz el cual era su guardaespaldas personal y amigo desde hace cinco años. William Bennet tenía treinta y siete años y a los treinta y tres había ganado rotundamente las elecciones gracias a su popularidad, siendo el presidente más joven que ha tenido la nación hasta ahora. William era un apuesto hombre de cabello castaño, de piel muy blanca y de ojos azules de mirada muy dulce. Su porte era muy imponente y debido a su galanura y buena gestión en la presidencia era muy popular. Pero este año se acababa su mandato y estaban en elecciones. Sin embargo, él se postuló de nuevo para otra ronda en la presidencia, porque deseaba erradicar un pequeño grupo de terroristas químicos que estaban haciendo estragos en la nación, por lo que, en este mandato deseaba terminar con ellos para asi poder sentir que Norteamérica estaba a salvo. Por otro lado, William por fuera era muy recatado y educado pero por dentro le encantaba el peligro y los deportes extremos, fruto de su personalidad competitiva y dominante la cual quería ganar la presidencia de nuevo. Asi que, terminando de hacer aquella llamada con su guardaespaldas personal, William se dirigió hacia aquel restaurant de mala muerte, para conversar con aquella mujer que le arruinó su único día libre en donde podía ser un pequeño rebelde sin causa. Entonces, con el sonar de aquella campanita cuando se habría la puerta, el hombre entró de nuevo y como Briana estaba cerca de la puerta, se llevó la sorpresa que la mujer se había bebido ya dos botellas de cerveza en menos de diez minutos. «¡Vaya, a la flaca le gusta beber!» pensó William caminando hacia la mesa. Después, él sentándose en la mesa junto con ella muy sorprendido le preguntó: —¿Tenias mucha sed no? —Eh… jejeje si —contestó Briana muy apenada porque en verdad esos tragos de cerveza para ella fueron como sentir ahora sí, la libertad. —Bueno, no dejaste para mí, tendré que pedir otras entonces. De inmediato, William o “el señor presidente” como le decían llamó al cocinero y le mandó a pedir otras botellas de cerveza más. El señor le trajo las botellas, y también aquel pollo frito, el cual para sorpresa de los dos se veía bien apetitoso. William quien no quería comer porque ese lugar se veía de mala muerte, le atrajo mucho el olor y como lucia aquel pollo. —Dios mío, tenía tiempo sin ver pollo frito, extrañaba estos placeres de la vida —Decía Briana muy emocionada por primera vez en cinco años. —¿Cómo que tenías tiempo sin verlo? —preguntó William alzando una de sus cejas porque le pareció extraño. Briana enseguida con su corazón acelerado, porque no quería que nadie se enterara que era una expresidiaria mirando aquella canasta de pollos pensó: «¡Se que esté hombre es extraño pero tampoco puedo decir a viva voz que salí de la cárcel!» —Eh… lo que pasa es que… estaba haciendo una dieta vegana y de verdad me obstiné de hacerla. Tenia tiempo que no comía carne animal y no bebía cerveza. —Mmmm ya —respondió dándole un sorbo a la botella. —¿Y como sigue tu brazo? ¿Aun te duele? —Obvio, por tu culpa me duele. —Te dije que no fue por mi culpa. Tu eras el que estabas manejando. —miró que el hombre no tocaba el pollo. —¿Y no vas a comer? —No tengo hambre, y no me gusta comer fuera de casa. Por cierto, ¿dónde vives? ¿Como te ibas a ir caminando hasta la ciudad si a pie serian como unas seis horas? Y de paso no tienes ni un centavo. Briana comiéndose el muslo de pollo frito, mientras masticaba le respondió: —Pues… no me importaba caminar. Y me dirigía hacia el centro de la ciudad, más o menos hacia el barrio caminando. —Peor, te tomaría unas ocho horas caminando de aquí al barrio de la ciudad. —Mmmm, lo sé, pero no importaba solo quería caminar. William mirándola comer con sus ojos azules a través de esa máscara pensaba: «Que loca y rara es esta mujer, se nota que esconde algo. Se ve que es dulce pero a la vez sombría» Luego, el hombre tomó un pedazo de pollo, porque veía a Briana comer con mucho desespero y pensó que quizá estaba bien bueno. —Oh, te dignaste en comer. —Si, verte a ti se me abrió el apetito. William se llevó un muslo de pollo y al probarlo se dio cuenta que estaba delicioso. El ambiente del lugar no era el adecuado y se veía un poco descuidado, pero al parecer aquel señor parecido a Santa Claus hacía un buen trabajo en la cocina. Luego, Briana quien tenia años que no se reía al ver a aquel hombre comiendo con esa mascarilla tipo ninja le causó mucha gracia. Una hora después… Briana se había tomado ya como unas ocho botellas de cerveza y miraba a William estando mareada y su voz ya era de borracha. —¿Sabes qué? Eres raro, llevamos rato aquí y no te has quitado esa mascara. Ese cuento que me dijiste que no te la quitabas porque trabajabas en la C.I.A no te lo crees ni tu mismo. Pareces un ladrón de bancos con eso. —mareada tomó otra botella y William se iba a quitar pero ella se negó. —Oye, ya te vez bien borracha, no bebas más… Y piensa lo que quieras, yo tampoco me creo el cuento que me dijiste de que eres una niñera. Y si lo eres pues bien rara que eres. Una niñera caminando por un paraje bien solo de esta ciudad. —Ay ya cállate, —bebió de la botella mirándolo muy borracha —Ustedes los hombres son lo peor de este mundo. Te usan y te maltratan no importándoles que les des todo su amor. Asi me pasó a mi con mi exesposo, me quitó todo hasta mi dinero ¿pero sabes lo que más me dolió hombre extraño? Fue que me quitara a mi bebé, no me importa el dinero, yo lo único que quería era a mi bebé. Las lagrimas comenzaron a llenar el rostro de Briana y William no le quedó más remedio que ver como entraba en llanto. Y en ese instante se quedó callado escuchándola. —¿Cómo es eso que te quitó a tu bebé? Briana llorando estando muy borracha le decía: —Esa basura lo planeó todo. Me quitó a mi bebé y todo mi dinero. Me dejó sin nada ni siquiera con la ropa que tengo puesta porque esta me la regaló mi mejor amiga, Bernice ella si es una amiga, no como Jenna que se fue con él… Mientras tanto Zaid y Jenna…. La pareja había llegado a su mansión allí en la parte más elegante de la ciudad y Jenna muy molesta se quitó uno de los zapatos y se los lanzó a Zaid. —¡Maldito! Zaid lo atajó y mirándola con desdén le dijo lo siguiente: —Ya que estamos aquí, quítate la ropa, vamos a empezar a tener sexo desde ahora sin protección para hacer el bebé. Y si te niegas recuerda que te mandaré a al infierno con mis propias manos Jenna. No vas a estropear mis planes. —¡Pero ya no será divertido! ¡Ahora mis implantes de 25 mil dólares se van a arruinar por tu culpa y no podré beber ni tomar mis cosas por nueve meses! —Después puedes volver a tu estado normal estúpida. Pareces ignorante. Entonces, ¿quieres que te culpe por el asesinato de la sirvienta? ¿o te mato? —Ahhh, eres un imbécil. Lo haré pero solo porque quiero ser la primera dama. Y cállate, sabes que si me matas mis padres te harán una investigación y tampoco me amenaces porque no puedes ser mi enemigo. Nota de la autora Lily. Ahora Briana le está contando toda su vida al presidente. ¿Le dirá todo con lujos y detalles? Eso lo veremos en el siguiente episodio.
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