El castillo de Blackmore estaba sumido en una agitación sin precedentes.
Los pasos de Rachel eran rápidos y torpes, pero no se atrevió a mirar atrás. Su corazón desbocado retumbaba en sus oídos, y las palabras que había escuchado momentos antes no dejaban de rondar su mente.
“Mate… he visto esa palabra antes. ¿Dónde? Sé que significa algo…”
Su respiración dolía con cada bocanada de aire. No sabía a dónde estaba corriendo, pero en medio de la confusión en el castillo y la oscuridad de la noche, el rumbo era lo de menos.
“¿Cómo pude dejarme llevar de esa forma? Nunca me había pasado antes, la cordura parece abandonarme con cada minuto que permanezco en este lugar. Tengo que salir, tengo que escapar de aquí.”
Tumultos y estruendos comenzaron a escucharse en el bosque, y Rachel se preguntó por una fracción de segundo qué ocurría. Parecía una noche muy agitada en todos los sentidos.
Un aullido agudo y tormentoso resonó en el aire, helándole la sangre. Era un sonido lastimero que encogió su corazón y le robó el aliento.
—¿Pero qué…? ¿Qué es eso? —detuvo sus pasos una fracción de segundo, antes de escuchar pasos que iban hacia donde estaba.
Tuvo que luchar contra su deseo de volver con todas sus fuerzas, mientras buscaba una brecha entre las murallas que le permitiera su libertad.
Sus piernas la llevaron, casi por instinto, a adentrarse en el denso bosque por senderos desconocidos. La espesura la envolvía, brindándole una sombría protección.
Después de lo que pareció una eternidad, entre raíces traicioneras y ramas que rasguñaban su piel, vislumbró una pequeña y desvencijada cabaña.
Se apresuró hacia ella, con sus fuerzas menguando con cada paso que daba.
Rachel empujó la puerta que cedió con un crujido siniestro y se dejó caer en el interior, sus pulmones buscaban oxígeno desesperadamente.
El interior estaba oscuro y frío, pero ella apenas se percató. Se dejó caer contra una pared, tratando de recuperar el aliento y ordenar sus pensamientos.
La seguridad de la cabaña le dio una falsa sensación de alivio, pero sabía que no podía quedarse mucho tiempo.
"¿Y ahora qué?", pensó, la desesperación apretaba su pecho.
Ya no tenía fuerzas para seguir huyendo. A través de las rendijas de la cabaña podía ver la luna llena brillando intensamente, una señal ominosa de que no estaba sola en el bosque.
Rachel cerró los ojos, intentando calmarse. Escuchó el viento susurrar entre los árboles y el lejano aullido de los lobos.
—Otra vez esos lobos… —habló de manera entrecortada.
Sabía que Alexander debía estar buscándola. Tenía que idear un plan.
Con un esfuerzo renovado, se levantó y exploró la cabaña en busca de algo útil. Encontró una manta raída y una vieja daga oxidada. No era mucho, pero era mejor que nada.
—Quizás no tenga muchas fuerzas, pero no me quedaré sin pelear por mi libertad —habló decidida.
Se envolvió en la manta y se acomodó en un rincón, manteniendo la daga cerca. Tenía que descansar, recuperar fuerzas y pensar en su siguiente movimiento.
Mientras el aullido de los lobos resonaba en la distancia, se prometió a sí misma que no se rendiría. Encontraría una forma de escapar de Blackmore y del hombre que la acechaba incluso en su mente.
En la penumbra de la cabaña, mientras sus ojos se cerraban lentamente, Rachel se aferró a la esperanza de la libertad y la convicción de que encontraría una manera de sobrevivir.
…
La espesa bruma de la noche le provocaba escalofríos, sus ojos apenas podían distinguir algún atisbo de luz y el desconocimiento del lugar hacía que el nudo en su estómago no hiciera más que aumentar.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —llamó Rachel, con su voz temblorosa resonando en la noche silenciosa.
El susurro de la bruma volvió a su oído, invitándola a seguir el camino que se desplegaba ante ella. En la oscuridad de la noche, la verdad aguardaba, envuelta en misterio y magia.
Una imagen apareció delante de ella y se preguntó si ahora todo se trataba de una jugarreta de su mente.
Rachel dio un paso atrás, sorprendida por la aparición de un lobo. La figura la observaba con ojos profundos, como si pudiera ver su alma.
—Rachel, hay algo que necesito revelarte. Nuestros destinos están entrelazados de una manera única. Somos pareja destinada —su voz tenía un matiz de seriedad.
Rachel arqueó una ceja, incrédula ante la afirmación de aquella criatura.
—¿Pareja destinada? Eso suena como algo sacado de un cuento de hadas.
—No es un cuento, Rachel. Nuestra conexión va más allá de lo que puedes imaginar. Lo siento en lo más profundo de mi ser —respondió él, buscando en sus ojos la chispa de reconocimiento.
Ella frunció el ceño, sintiendo una mezcla de escepticismo y curiosidad.
—Esto es difícil de creer. No puedo simplemente aceptar que estamos destinados a estar juntos.
—Rachel, es hora de que conozcas la verdad —dijo el lobo, su voz resonaba de alguna manera en la mente de ella.
—¿La verdad? ¿Qué estás tratando de decirme? —preguntó curiosa.
Él se acercó a ella con gracia, y a medida que sus ojos se encontraron, la transformación ocurrió. El lobo se convirtió en el Duque Alexander, pero su mirada seguía siendo la del lobo.
Rachel quedó paralizada.
—¿Qué eres? ¿Cómo es esto posible?
En su forma humana pero con la mirada intensa de un lobo, Alexander habló con solemnidad.
—Soy un hombre lobo, Rachel. Tú y yo estamos destinados a estar juntos, no solo en el plano humano, sino también en el sobrenatural.
Rachel despertó con el corazón acelerado, el recuerdo del sueño la persiguió como una sombra por bastante rato.
A medida que el día avanzaba, la inquietud la acompañaba. ¿Qué significaba aquello? Se negaba a creer que ese sueño se pudiera interpretar de manera literal.
“No existen los hombres lobos ni las parejas destinadas,” pensó con determinación, negada a creer en algo semejante.