Secuestrada
El corazón de Rachel dio un enorme vuelco, al darse cuenta de la peligrosa situación en la que estaba envuelta.
Había entrado en esa habitación sin siquiera imaginar lo que le esperaba.
La enorme mano de Alexander estaba puesta sobre su boca, luego de que la sorpresa inicial la hiciera soltar un grito que rompió la quietud de la fría noche.
—Shhhh, tranquila —susurró el hombre en su oído, haciéndola sentir miles de escalofríos por todo su cuerpo.
Nunca antes habían estado tan juntos, y las sensaciones que esta cercanía les provocaba, hacía que uno de ellos siguiera adelante firme en sus planes, aunque estos fueran una completa locura.
Rachel sentía que su piel se quemaba con su contacto, el corazón le latía alocado y tenía la garganta seca.
Se removió inquieta y él le hizo una seña de que la iba a soltar.
—¿Qué quiere de mí? —dijo un poco más calmada, dando un paso atrás—. Eso que dijo antes…
Alexander soltó un suspiro, sabiendo que sería difícil que ella entendiera.
—Lo que escuchaste. No podrás salir de aquí, Rachel —dijo con aspecto enigmático, calmado.
Ella abrió los ojos en toda su extensión.
—¿Qué dice? ¡No puede retenerme aquí! ¡Déjeme salir! —gritó con voz temblorosa, entre la ira y el miedo.
El Duque Alexander se acercó lentamente a ella.
—Mi querida Rachel, nos pertenecemos el uno al otro —su voz era firme y segura.
Ella retrocedió instintivamente, mirando con recelo cómo Alexander cerraba los ojos con deleite al percibir su delicioso aroma y el calor de su cuerpo.
—Está loco… —la ira centelleaba en sus ojos, echando rápidamente un vistazo a su alrededor para intentar escapar—. ¡No pienso quedarme aquí ni un solo segundo, maniático!
—Rachel, trata de entender…
—¡Tengo una vida! ¡Un puesto de flores y un novio! —gritó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No puede arrebatarme eso! ¡No lo permitiré!
Esta vez Alexander cerró los ojos por lo filoso de sus palabras, que atravesaban limpiamente cada parte de su ser como esquirlas venenosas.
Nunca antes había imaginado que tendría que pasar por una situación similar, pero no se le ocurría otra solución para mantenerla a su lado y hacerla entender su resolución.
—¡Por nada del mundo permitan que salga! —gritó entre la rabia y el dolor, saliendo de la habitación.
Dio órdenes a sus criados de manera estricta, quienes acataron la orden de inmediato y cerraron la puerta con seguro.
Rachel comenzó a sentir que el aire le faltaba y que las piernas le temblaban, pero se dijo que las paredes y los muros de esa cárcel llamada castillo de Blackmore no la aprisionarían.
En un arranque de ira y desesperación, comenzó a tirar todo lo que encontraba en la habitación, causando un gran estruendo a su alrededor. Jarrones costosos, muebles, papeles, adornos; todo estaba siendo destrozado.
«No sé cómo enfrentarla de nuevo si apenas compartimos pocas horas por unos días. Seguramente piensa que estoy loco» espetó Alexander a su lobo.
«Sabes que es lo mejor, no pasará mucho tiempo para que entienda nuestra conexión» aseguró Lyall.
«Nos odia» refunfuñó el duque.
«Correción: te odia a ti, a mí me va a amar»
«Ni siquiera sabes que existes»
«Auch, eso fue un golpe bajo» se quejó Lyall. «De todos modos puede sentirme, ya luego podrá conocerme y puedes apostar a que va a amarme»
Su lobo estaba sumamente contento con la situación, pero él se sentía mortificado porque no quería que Rachel lo odiara por obligarla a quedarse a su lado.
La distancia que los separaba estaba siendo insoportable para ambos, pero más para él, que entendía la importancia de una compañera destinada. Ella, por ser humana, ni siquiera entendía de esas cosas.
—¿Oyes eso? Está destrozando todo —cuchichearon los criados, palideciendo al ver al Duque—. Mi señor…
—Asegúrense de tener la habitación limpia para mañana —dijo con voz firme, ignorando el escozor en su garganta—. ¡Ni una palabra de esto, no les p**o por chismosear como damiselas!
—¡Sí, señor!
El Duque Alexander se retiró a sus aposentos, sintiendo un terrible dolor de cabeza que se extendió por todo su cuerpo. Se dijo que debía aguantar el arrebato inicial de su amada y que ya luego se calmaría.
“Al menos eso espero”, pensó, soltando un suspiro.
«Ya verás que sí, soy optimista en que pronto se olvidará del insulso humano ese. Esta conexión va más allá de un simple sentimiento y lo sabes» aseguró Lyall, tratando de consolarlo.
«No es fácil para un humano entender no solo la conexión, sino el motivo por el que debe estar a nuestro lado aunque sea a la fuerza» aseguró Alexander.
«Entonces díselo, dile que es nuestra Mate y que tenerla lejos nos debilita hasta la muerte»
«Se lo diré después, no quiero que intente saltar desde una torre solo para que eso nos mate de dolor» refunfuñó Alexander. «Ahora déjame dormir, me siento exhausto»
Cerró el enlace sin esperar la respuesta de su lobo, sabiendo que estaba demasiado excitado por tener a Rachel solo a unas puertas de distancia.
Él mismo trataba de no pensar en ello, las sensaciones que lo asaltaron al tenerla cerca casi lo hicieron perder la cordura. Deseaba más que nunca besarla y marcarla como suya, pero no quería asustarla más de lo que ya estaba.
Rachel también estaba exhausta, pero por distintas razones.
Todo a su alrededor estaba deplorable, pero se sentía más ligera e incluso comenzó a reír por lo hilarante de su situación.
“Y yo que pensaba que era peculiar, ojalá nunca lo hubiera conocido”, pensó, dejándose llevar por sus emociones.
Aunque sabía que en el fondo eso no era cierto, conocer al duque de Blackmore había sido una de las cosas más interesantes que le había ocurrido en su vida.
Se dijo que no se dejaría vencer tan fácilmente, estaba decidida a escapar, sin importar los obstáculos que tuviera que superar.
Sabía que Lucas arriesgaría todo por rescatarla y ella se aferró a esa esperanza.
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Bienvenido(a)s a mi historia, espero que les guste. Si es así, no se olviden de dejar comentarios, agregar a la biblioteca y votar por ella :v