—Alteza… —musitó Rachel, intentando alejarse de esa enorme mano que le quemaba la piel.
Un gruñido salió de la garganta del hombre, intensificando sus sensaciones.
—No seas tan formal conmigo, Rachel —su tono de voz le pareció más grave—. Trátame como a tu igual, como a un hombre…
—No puedo hacer eso —se negó ella de manera obstinada, sintiendo que era una barrera que no podía traspasar—. Si ya se siente mejor, lo mejor es que…
—Ven, siéntela —tomó la temblorosa mano de la chica, que soltó un jadeo al sentir que la herida estaba casi cerrada—. Te dije que no iba a necesitar sutura.
—Es imposible… —Rachel frunció el ceño y se olvidó momentáneamente que la mano de Alexander todavía sostenía la suya—. Yo la vi y parecía muy abierta.
Tarde se dio cuenta del movimiento que hizo el duque, haciendo que su grácil cuerpo cayera sobre él, sintiendo choques eléctricos recorrerla al sentir su caliente respiración.
—Tiene fiebre… —susurró ella, aunque incapaz de apartarse.
—No, tengo ganas de ti —la voz ronca de Alexander se hizo aún más grave y Rachel sintió que la envolvía una ola de calor.
Su corazón latía de manera desenfrenada, el aire que escapaba de su boca se confundía con el aliento ardiente del duque, que estaba siendo plenamente dominado por su lobo, Lyall.
«Quiero que sea mía, tiene que serlo. No puedo soportarlo más» gruñó de anhelo al sentir el olor de su Mate.
Una de sus manos se aferró a la delicada cintura de Rachel, haciendo que pegara un respingo y tratara de apartarse, pero se encontró con un muro de piedra que no pudo siquiera mover.
—Está… herido —ella luchó por mantener la cordura, pero había demasiada atracción entre ellos imposible de soportar.
Alexander sonrió de manera torcida, con una mezcla de dolor y deseo en sus ojos ambarinos.
La respiración de Rachel se volvió errática, mientras sus dedos por inercia se entrelazaron con los mechones oscuros del duque, sintiendo una necesidad urgente creciendo en su interior.
Sentía un inclemente calor irradiar de su cuerpo, la tensión en cada músculo y la cercanía de su piel era una tentación imposible de ignorar.
—Rachel… —murmuró Alexander, su voz era un susurro cargado de promesas y anhelos no satisfechos.
Ella cerró los ojos, tratando de encontrar fuerzas para resistir, pero su voluntad flaqueaba con cada segundo que pasaba en sus fuertes brazos. Sus labios se entreabrieron involuntariamente, y Alexander no pudo resistir la tentación, dominado por la impetuosidad de Lyall.
Con un movimiento suave pero firme, inclinó la cabeza y rozó sus labios contra los de ella, apenas un toque suave que hizo que una descarga eléctrica recorriera su cuerpo.
Rachel gimió suavemente, su resistencia estaba desmoronándose rápidamente al sentir la suavidad y firmeza de los labios de Alexander sobre los suyos. Su lengua se abrió paso en su boca y la intensidad de su beso aumentó, era una batalla silenciosa entre deseo y razón.
Las manos del duque se movieron con una deliberación lenta pero segura, explorando la curva de su espalda hasta su trasero redondo, provocando estremecimientos en su piel con cada caricia llena de fuego.
El magnetismo entre ellos era palpable, una fuerza que los atraía inexorablemente uno hacia el otro.
Rachel, con un último vestigio de cordura, intentó apartarse nuevamente, pero sus esfuerzos fueron inútiles. El duque la mantenía firmemente sujeta, sus labios ahora descendían por su delicado cuello, dejando una estela de besos ardientes que hacían que cada pensamiento coherente se evaporara.
—Por favor… —susurró ella, su voz temblaba de emoción y deseo—. N-no puedo…
—Sí, puedes —la interrumpió Alexander, con voz baja y llena de una seguridad que la hizo temblar aún más—. Y lo harás.
Las palabras de Alexander eran una promesa y una orden, una que Rachel sentía que no podía desobedecer.
La barrera de su voluntad se resquebrajó, rindiéndose a la pasión del momento, dejando que el calor de su deseo la envolviera y la consumiera como el fuego a la yesca.
Alexander, al sentir su rendición, la estrechó aún más contra él, como si temiera que fuera a desvanecerse si la soltaba. Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez con una urgencia y profundidad que encendieron cada fibra de su ser.
«Será nuestra, tenemos que marcarla ahora» Lyall estaba extasiado, delirante de alegría.
El duque movió sus manos de manera experta, explorando cada curva y ángulo de su cuerpo con una delicadeza sorprendente para alguien con tanta fuerza contenida.
Los suspiros de Rachel se mezclaban con los gruñidos bajos de Alexander, creando una sinfonía de deseo que resonaba en la habitación. Sus caricias se intensificaban peligrosamente a un punto sin retorno.
—Rachel... —murmuró él nuevamente, su voz se quebró ligeramente, revelando una vulnerabilidad que no había visto antes.
Ella respondió con un gemido suave, sus dedos se deslizaron por la espalda del duque, sintiendo cada músculo tensarse bajo su toque. La conexión entre ellos era tan fuerte que parecía casi tangible, como si una energía invisible los mantuviera unidos.
Él sentía la necesidad de marcarla, de hacerla suya completamente, pero sabía que debía contenerse. Con un esfuerzo sobrehumano, suavizó sus caricias y besos, queriendo que ella sintiera su devoción y no solo su deseo.
Rachel se aferró a él, su propia necesidad crecía con cada segundo. Se sentía segura en sus brazos, a pesar de la intensidad de sus emociones y el miedo que estas le provocan.
—Te deseo más de lo que puedes imaginar —confesó él con voz firme pero suave.
—Oh… Alexander —susurró ella, perdida en las sensaciones.
—Eres... mi Mate —murmuró contra su piel, con su aliento caliente provocando un escalofrío en Rachel.
La inesperada declaración hizo que su corazón diera un vuelco. En un movimiento brusco se apartó de él, cayendo al suelo de manera pesada.
—¿Qué… dijiste?
—Rachel… —Alexander se apresuró a sostenerla, pero ella a trompicones se alejó de él, negando una y otra vez con un enorme nudo en la garganta—. ¡Rachel!
Apenas fue consciente de la rapidez de sus pasos que se alejaban de él, como si su vida dependiera de ello.