Presencias incómodas y peligrosas

1143 Words
Mientras el día avanzaba, la presencia de los visitantes se hacía más notoria. Las risas y conversaciones en los salones llegaban hasta la habitación de Rachel, donde ella se sentía más aislada que nunca. Cada vez que escuchaba la voz de la pelirroja o la risa profunda de los hombres, un nudo de ansiedad se formaba en su estómago. Se removió inquieta, convencida de que esas personas habían llegado para hacer su estancia aún peor de lo que ya era. —Esa mujer que no me agrada para nada y lo peor es que Alexander se ve muy cómodo con ella. ¿Acaso no ve que se le quiere lanzar encima? —murmuró para sí, celosa—. Él no puede hacerle caso a esa mujer tan… elegante y hermosa. Anhelaba al menos una palabra de Alexander, pero él no estaba dispuesto a dársela. Con esa mujer se veía cómodo y con aires de familiaridad, algo que le causaba resquemor. Recordó a Evelyn y el hermoso vestido que cargaba, diciéndose que era una obra maestra de elegancia, con su brillo sedoso y corte perfecto. En cambio, el de ella era sencillo y sin adornos. Le parecía ahora más simple que nunca. “No hay punto de comparación entre nosotras, a su lado soy soy como una tela raída y opaca” —¿Qué le doy yo? —musitó, mirándose las manos—. ¿Flores bonitas? Después de todo, al parecer soy una simple florista y nada más. Un nudo se apretó en su pecho y se sintió realmente mal, cuando de pronto, escuchó unos toques en la puerta. —Señorita, están esperándola abajo —dijo un criado apenas abrió la puerta. Con una mezcla de temor y determinación, Rachel aceptó la invitación y bajó al salón principal. Se vistió con su habitual vestido sencillo, que aunque limpio y bien cuidado, contrastaba fuertemente con la opulencia que intuía en las ropas de los invitados. Al llegar, la mujer la saludó con un frío trato, mientras el hombre joven la miraba de una manera que no le gustaba en absoluto. Solo el hombre mayor la trataba con algo de respeto y gentileza. —Bienvenida, señorita Rachel —dijo el Alfa, con una leve inclinación de cabeza—. Es un placer conocerla. —Gracias —respondió, intentando mantener la compostura. La tensión en la sala era palpable. Rachel presentía que la mujer había ido allí sólo para reclamar al duque como su pareja, y una sensación de desolación se apoderó de ella. —¿Y ella de dónde ha salido, Alexander? —preguntó la mujer con voz melodiosa, pero cargada de intención. —Es mi invitada, es florista —respondió él, sin siquiera mirar a Rachel. —Oh, qué encantador —dijo Evelyn con tono alegre, y Alexander esbozó una pequeña sonrisa. Realmente parecían amigos desde hace mucho tiempo. Rachel intentó mantener la calma, pero cada palabra, cada gesto entre ellos, aumentaba su angustia. Sentía que no encajaba en ese mundo de nobleza y poder, y la mirada de superioridad de Evelyn no hacía más que confirmar sus temores. El encuentro fue un torbellino de emociones, sobre todo cuando se sentaron a comer. —Vaya, parece que han decidido permitir que la servidumbre se siente a la mesa —dijo Evelyn con una sonrisa sarcástica. Rachel apretó los puños, conteniendo las palabras que quería gritar. “Es una bruja, no pienso tolerar esa actitud de emperatriz de quinta,” pensó irritada. Un golpe sobre la mesa se oyó de pronto, sobresaltando a todos los presentes. —Basta. Respeta a mis invitados, Evelyn —dijo con tono sombrío. —Es solo una broma, Alexander —su sonrisa era lo más falso que Rachel había visto jamás—. Adelante, querida… siéntate donde gustes. Aquel hombre atractivo le lanzó una mirada de reconocimiento e interés, aún menos incisiva que la de su compañera. Se llamaba Máximo, y desde el primer instante, Rachel supo que sus intenciones no eran nada inocentes. “Este hombre me da mala espina, será mejor que ande con cuidado,” pensó con una mueca. Alexander y la familia del Alfa parecían sumidos en sus propios asuntos, apenas notando su presencia. Solo el Alfa, en algún momento, dirigió unas palabras amables hacia ella, pero eso no mitigaba su sensación de ser una intrusa. “Me llamó invitada delante de todos, pero soy su pareja destinada. ¿Por qué no lo dejó claro?,” pensó Rachel con tristeza. Después de la cena, la chica se retiró a su habitación, sintiéndose más sola y desolada que nunca. Las palabras de Andrew resonaban en su mente: "Es hija de un Alfa importante y poderoso". "¿Por qué me mandó llamar?" se preguntó, mordiéndose el labio. "Seguramente es para compararnos. Con Evelyn y su vestido brillante no tengo ninguna oportunidad." Rachel sentía cada vez más la diferencia entre ella y Evelyn. Alexander se había vuelto distante y frío, y ahora tenía que enfrentarse a la posibilidad de perderlo definitivamente. … Alexander permaneció impertérrito hasta que acabó la cena, pero pronto se encontró caminando por el salón principal del castillo, con una mezcla de rabia y frustración reflejada en su rostro. No podía seguir soportando la situación. Encontró a Evelyn en uno de los corredores y decidió enfrentarla. —Evelyn —le dijo con voz firme y decidida—. Quiero hablar contigo sobre tu trato hacia Rachel. Ella levantó la vista, sorprendida por el tono severo de Alexander. —¿Qué sucede? —preguntó con inocencia aparente—. Rachel me pareció encantadora. No pensé que mis palabras la ofenderían. Alexander apretó los dientes, tratando de mantener la calma. La inocencia en el rostro de Evelyn lo irritaba aún más. —Sabes perfectamente lo que hiciste —respondió—. He guardado silencio por respeto a tu padre, pero esto no puede repetirse. El Alfa de la manada Luna plateada, que había estado escuchando desde la entrada del salón, suspiró profundamente. Conocía bien a su hija y sabía que su trato hacia Rachel estaba motivado por celos y capricho. Ellos eran de una tierra lejana y el Alfa pensó que unir a su hija con Alexander le daría más prestigio a su manada a causa de las riquezas y prestigio del duque. —Evelyn, no quiero que algo así vuelva a ocurrir —dijo el duque con seriedad, recordando las miradas dolidas que Rachel le había dirigido. —Pero es una simple humana… —protestó extrañada. —Sea como sea, es mi invitada —respondió el duque con firmeza. Evelyn, aunque a regañadientes, asintió en señal de aceptación. Miró a Alexander darle la espalda e irse, se notaba molesta con ella y culpó a Rachel, convencida de que la presencia de esa humana en el castillo era un incordio que no estaba dispuesto a tolerar.
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