El Consejo de Ancianos

1171 Words
El corazón del duque latió con fuerza, atemorizado de que el asunto de Rachel creara una división en su manada. No era lo que quería, pero parecía que la huida de su Mate había causado demasiado resquemor entre todos. —¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Alexander tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba—. ¿Es… porque es humana? —No solo porque es humana —aclaró el anciano—. Desde su llegada, ha estado reacia a aceptar el vínculo que tiene contigo, Alfa, eso ha traído consecuencias desastrosas para nuestra especie. —Pero… —Alexander trató de intervenir, pero fue interrumpido. —Además, esos cazadores se acercaron mucho al castillo, algo sin precedentes, y hemos deliberado llegando a la conclusión de que es debido a su presencia. —Eso es absurdo —terció el duque con voz dura—. No hay manera de relacionar a Rachel con esos cazadores. Es solo coincidencia que llegaran tan lejos mientras ella estaba en Blackmore. El anciano suspiró, sabiendo que sería difícil convencerlo de romper ese lazo, sobre todo porque la chica humana había vuelto al castillo. Pero sentía que estaba haciendo lo correcto al exponer su sentir respecto a su posible Luna. —La humana pone en riesgo la seguridad de la manada, eso es un hecho innegable por ser diferente a nosotros. No entiende nuestro mundo, Alfa —respondió el anciano, con tono firme. —Que sea humana no significa que sea incompatible con nuestro mundo —explicó Alexander de manera firme—. Muchos de ellos comprenden nuestra especie bastante bien y han mostrado su lealtad al guardar el secreto. —Pero hablamos del caso de su Mate, una chiquilla que ya tenía un enamorado y que ha huido de su presencia a pesar de su vínculo —la expresión del anciano era implacable—. Además, supimos que solo ha vuelto por el ataque de ese chico, no porque quisiera aceptar ser Luna de la manada. Ante eso, Alexander no tuvo más que decir. A pesar de que quería defender a Rachel, la verdad es que sus acciones irresponsables habían puesto en peligro la seguridad de los miembros de la manada y el castillo de Blackmore. —Lo lamento, pero no aceptaremos a una Luna así de débil para nuestra manada, Alfa —concluyó el anciano. El corazón de Alexander latía con fuerza. Se sentía dividido entre su amor por Rachel y su deber hacia su manada, y no sabía cómo encontrar una solución que satisficiera a todos. … El despacho de Alexander era amplio y solemne, con paredes de madera oscura y grandes ventanas que dejaban entrar la luz del sol. Un gran escritorio de caoba estaba lleno de papeles y pergaminos, y una chimenea encendida brindaba calidez a la habitación. El duque caminó de un lado a otro a través del lugar apenas iluminado, su mente era un torbellino de pensamientos. El consejo de ancianos había decidido no aceptar a Rachel como su Mate y aunque él tenía la última palabra, no quería una manada dividida en opiniones ni someter a Rachel a más sufrimiento. Sentía el peso de las palabras del anciano representante del consejo. Las acusaciones contra Rachel eran válidas, pero Alexander no podía ignorar la realidad de ese beso y la disposición que ella había mostrado. Para él, estaba lista para convertirse en su Luna. Sabía que debía hallar la manera de hacer entender al consejo, pero antes de poder encontrar una solución, debía verla. Necesitaba saber que ella estaba dispuesta a ser parte de la manada y que aceptaba el cargo de Luna. Con esa determinación, se dirigió hacia la salida, pero fue interceptado por Andrew, su Gamma, cuyo rostro estaba cargado de preocupación. —¿Qué ocurre, Andrew? —preguntó Alexander, curioso y aprensivo. —Creo que debemos hablar del Beta Thomas, señor —dijo Andrew con el rostro sombrío. Alexander frunció el ceño. —¿Qué sucede con Thomas? —Hay rumores, señor. Algunos miembros de la manada dicen que ha estado reuniéndose en secreto con representantes de otras manadas. Temen que esté conspirando en nuestra contra —explicó Andrew, con su voz llena de seriedad. La preocupación de Alexander creció. Thomas era su Beta, alguien en quien confiaba plenamente. —¿Tienes pruebas de esto, Andrew? —No pruebas concretas, señor, solo rumores y testimonios de algunos miembros. Pero la situación es delicada y creo que debemos investigarlo —respondió Andrew con expresión grave. Alexander suspiró, sintiendo el peso de otra preocupación sobre sus hombros. —De acuerdo, Andrew. Comienza la investigación discretamente. Cualquier cosa que esté planeando Thomas, lo averiguaremos. —Así se hará, señor —afirmó Andrew, inclinando la cabeza. Alexander estaba decidido a ver a Rachel y explicarle su plan para enfrentar al consejo de ancianos, pero el asunto que Andrew le había traído sobre Thomas requería su atención inmediata. Sabía que no podía ignorar una posible traición dentro de su propia manada, así que se dirigió de nuevo al consejo y a algunos aliados de confianza para alertarlos de la situación. Mientras tanto, en su habitación, Rachel estaba impaciente, mirando por la ventana cómo las horas pasaban sin ninguna señal de Alexander. Su mente estaba llena de dudas y temores. —¿Habrá ocurrido algo malo con ese consejo del que hablaban? De seguro no me quieren y Alexander se lo está pensando seriamente —murmuró para sí misma, sintiendo que sus peores miedos comenzaban a tomar forma. Las lágrimas llenaron sus ojos ante la posibilidad de ser rechazada, de no ser suficiente para ser parte de la manada. Cansada de esperar, decidió buscar más información en la biblioteca del castillo. Allí comenzó a leer sobre los Lycans y la Luna del Alfa. Se dio cuenta de que si la pareja destinada aceptaba ser la Luna, juntos dirigirían la manada. “Ese sería mi lugar entonces si aceptara ser su… Luna”, pensó con las mejillas enrojecidas. Pensó en Alexander nuevamente y suspiró, cerrando los ojos. Podía ver su mirada llena de preocupación por ella, la alegría que sintió cuando aceptó volver al castillo y aquel beso intenso que hizo revoluciones en todo su cuerpo. No pudo calmar su corazón desbocado al rememorar todos esos momentos en que él mostró su interés por ella y una sonrisa curvó sus labios, sintiendo que sus sentimientos por él crecían cada vez más. “Lo quiero. Quiero a Alexander,” vino a su mente ese pensamiento. Estaba asustada y emocionada al mismo tiempo al descubrir la existencia de los hombres lobo. Quería saber todo lo que tenía que ver con ese mundo fantástico en el que estaba involucrada. De repente, un ruido la hizo sobresaltar. Miró hacia la puerta y vio a Thomas, con una sonrisa que le heló la sangre. —Hola, Rachel —dijo él con tono gélido—. Parece que has estado ocupada. Ella retrocedió, sintiendo que su corazón se aceleraba de nuevo, esta vez por el miedo.
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