Thomas se acercó lentamente, con su presencia imponente llenando el espacio.
—¿Qué lees?
—Un libro sobre lobos —contestó ella, mostrándole la portada.
—Interesante elección —comentó Thomas, con sus ojos recorriendo la sala—. Sabes, Rachel, hay muchos en la manada que piensan que no eres adecuada para ser la Luna de Alexander.
Ella sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a mantener la compostura.
—Eso es algo que decidirá Alexander y el consejo.
—Claro —dijo Thomas, su voz cargada de un tono condescendiente—. Pero debes entender que ser Luna no es solo un título. Requiere fuerza, liderazgo y aceptación.
—Y yo estoy dispuesta a demostrar que tengo todo eso —replicó Rachel, sintiendo una oleada de determinación.
Thomas la miró intensamente, como evaluándola.
—Espero que sí, Rachel. Por el bien de la manada.
Se quedó mirándola largo rato, pensando con burla si ella era “todo” por lo que el castillo de Blackmore y la manada de Alexander estaban sumidos en caos.
“Insignificante humana, no vas a arruinar mis planes, haré que desaparezcas para siempre. Será lo mejor para todos,” pensó el Beta con determinación.
Rachel no pudo soportar aquella mirada y tan intenso escrutinio, así que preguntó de manera brusca:
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, tratando de mantener la voz firme.
—Solo quería verte —respondió Thomas, avanzando lentamente hacia ella de manera acechante.
Rachel comenzó a retroceder lentamente, su ceño estaba fruncido y la sensación de peligro seguía latente en su interior. No podía fiarse de ese hombre, podía sentirlo.
—¡Aléjate!
—No tienes que temerme —sonrió él para tranquilizarla—. Me llamo Thomas y soy el Beta del Alfa Alexander, el segundo al mando.
Pero Rachel sí tenía miedo. Se dio cuenta de que estaba sola en la biblioteca, sin nadie a quien pedir ayuda y que la expresión de ese hombre no le gustaba.
“Podrá ser el segundo al mando, pero hay algo en él que me inspira desconfianza,” pensó, aferrada a ese nuevo instinto que ignoraba haber tenido antes.
—Andrew está cerca —dijo, más para convencerse a sí misma que a él—. No deberías estar aquí a esta hora.
Thomas se rió, con un sonido frío y burlón.
—No soy tan fácil de intimidar, Rachel. Pero no te preocupes, no vine aquí para hacerte daño… al menos no todavía.
Rachel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Necesitaba encontrar una manera de salir de allí, pero no sabía cómo.
Solo podía esperar que Andrew llegara pronto.
—Déjame en paz, Thomas —dijo, con más valentía de la que sentía—. No quiero problemas.
—Eso es una pena —replicó Thomas, con una sonrisa ensanchándose—. Porque los problemas parecen seguirte dondequiera que vayas.
En ese momento, la puerta se abrió y Andrew apareció con rostro severo.
—Thomas, aléjate de ella —ordenó, avanzando rápidamente hacia ellos.
Él levantó las manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa no desapareció.
—Tranquilo, Gamma. Sólo estábamos charlando.
—Lárgate —dijo Andrew, sin apartar la mirada de Thomas.
Este retrocedió lentamente, manteniendo la vista fija en Rachel hasta que desapareció por la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó Andrew, acercándose a Rachel.
—Sí… gracias —respondió ella, sintiendo cómo el miedo comenzaba a disiparse—. Pero necesito saber qué está pasando. ¿Por qué Alexander se fue tan de repente esta tarde? Ese Thomas no me gusta para nada. ¿En verdad es el Beta de la manada?
Andrew suspiró, sabiendo que tenía que darle algunas respuestas.
—Thomas es un problema que Alexander está tratando de solucionar —murmuró frustrado—. Hay muchas cosas que aún no puedes entender completamente, pero te prometo que estás a salvo. Alexander hará todo lo posible para protegerte.
Rachel asintió, sabiendo que tendría que confiar en Alexander y Andrew, aunque algunas preguntas seguían rondando en su mente.
Decidió seguir investigando y prepararse para cualquier cosa que pudiera venir.
***
El consejo se reunió rápidamente en una sala privada del castillo, iluminada por velas que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra.
Los rostros serios de los ancianos reflejaban la gravedad de la situación.
—Alexander, esa es una acusación seria —dijo uno de los ancianos, ajustando sus gafas mientras examinaba un pergamino—. ¿Hay pruebas al respecto?
—Por ahora solo tenemos rumores y testimonios de algunos miembros de la manada, pero no podemos ignorar estos informes. Debemos investigar discretamente —respondió Alexander, tratando de mantener la calma.
—Estoy de acuerdo —dijo otro anciano—, pero debes tener cuidado. No queremos crear pánico innecesario.
Alexander asintió, sabiendo que tenía mucho trabajo por delante. La preocupación por Rachel seguía presente en su mente, pero también debía asegurarse de que la manada estuviera segura.
Las horas pasaron y la noche se cernía sobre el castillo.
Alexander, aún atrapado en las discusiones con el consejo y los aliados, finalmente se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado.
Recordó su promesa a Rachel y se sintió culpable por no haberla cumplido.
Salió apresuradamente del salón, decidido a encontrarla y explicarle todo. La encontró en la biblioteca, sumida en un libro que llamó su atención.
“¿El libro sobre Lycans?”, pensó él, alzando ambas cejas.
Se sentía emocionado de que ella estuviera investigando por su cuenta todo lo que respecta a su mundo, eso le hacía tener un cálido sentimiento en su pecho que le hizo tener certeza de su unión.
—Rachel —dijo con suavidad, y ella levantó la mirada, sus ojos aún reflejaban tristeza e incertidumbre.
—Alexander —susurró, y él pudo ver las lágrimas contenidas en sus ojos.
—¿Está todo bien? —se sentó a su lado, mirándola con atención.
Ella no quería hacerlo preocupar más de lo que ya estaba, Alexander se veía cansado y Andrew ya se había hecho cargo, así que solo iba a disfrutar de su compañía como había planeado.
—Tardaste… —musitó ella con las mejillas coloradas—. Pensé que ya no vendrías.
Alexander suspiró, sintiéndose culpable por haberla hecho esperar tanto.
—Lo siento, Rachel. He tenido que ocuparme de algo urgente, pero quiero que sepas que nada ha cambiado entre nosotros. Lo que pasó esta tarde… —se acercó, tomándola de las manos.
Rachel asintió, sintiendo un alivio momentáneo, pero la inquietud por las palabras de Thomas seguía presente.
—Debemos hablar de muchas cosas, Alexander.
—Lo sé —respondió él, abrazándola con fuerza—. Y lo haremos, lo prometo.