El ambiente se sentía inusualmente pesado, Rachel podía intuir que era una de esas noches extrañas donde el castillo parecía estar poseído.
Miró a Alexander con disimulo, notando la evidente tensión en su cuerpo, aunque este trataba de ocultarlo con todas sus fuerzas.
—Creo que debería ver lo que ocurre allá afuera —habló él luego de unos segundos, haciendo ademán de levantarse—. No tardaré, volveré a tiempo para…
—¿Es algo malo? Parecen ser animales en el bosque —lo interrumpió Rachel, sintiendo de pronto que su pecho se oprimía—. Puede ser peligroso…
Se detuvo de pronto, porque no quería sonar preocupada y menos por él, pero lo cierto era que no le gustaba la idea de que Alexander se acercara a bestias salvajes.
—Estamos preparados para este tipo de situaciones —dijo él con tono impasible, ocultando su alegría al notar la preocupación de Rachel—. Pueden continuar cenando. Si me disculpan…
Sin más preámbulo salió del lugar, seguido por la mirada de Rachel, quien tragó saliva cuando escuchó que varios hombres iban a internarse al bosque.
Jack estaba relajado comiendo su comida con entusiasmo, cosa que irritó a la chica un poco, no entendía cómo podía estar tan tranquilo si había animales salvajes cerca del castillo.
—Iré a la biblioteca —soltó de pronto, harta del silencio del lugar.
Necesitaba algo que la entretuviera y le quitara la absurda idea de seguir al duque bosque adentro para ver por sí misma qué clase de criaturas rondaban por allí.
“Deja de ser tan infantil, son hombres habituados a esas cosas, no ganarás nada saliendo de aquí”, pensó con determinación, llegando a la enorme pila de libros.
Estaba en una sección que llamó su atención, había ejemplares de todos los tamaños de historia y filosofía, pero un libro rojo llamó poderosamente su atención.
«Todos sobre los Lycans» rezaba el título.
Comenzó a hojearlo con curiosidad y se detuvo al ver un párrafo que decía: “los licántropos tienden a verse como seres humanos normales, pero tienen distintas cualidades que los hacen seres extraordinarios…”
El corazón de Rachel comenzó a latir de manera desenfrenada, recordando que todos los que conocía del círculo social del duque eran seres de belleza surrealista que la dejaban con la boca abierta, incluyendo Alexander.
“Se dice que estas criaturas buscan una pareja de por vida, para aparearse y marcarla como suya….”
Cerró el libro y lo soltó como si le quemara. ¿Por qué tenía esa sensación al leer esas palabras? Se le hacían familiares…
“Es absurdo. Estoy nerviosa y tiendo a imaginar cosas…”
De pronto un ruido estruendoso la hizo sobresaltar. ¿Qué diablos estaba ocurriendo allá afuera?
Se asomó por la ventana de la biblioteca, pero no pudo ver más que espesa niebla y apenas pudo distinguir ruidos extraños que le ponían los pelos de punta.
Había algo de confusión en los alrededores y por un momento sintió ganas de aventurarse a salir, pero tenía miedo de que algún animal de esos la atrapara.
—Jack… —susurró, dirigiéndose nuevamente al comedor—. ¡Jack!
—¿Sí? —dijo el chico tranquilo en el gran salón, viendo con atención a su alrededor—. Pensé que te habías ido a dormir.
—¿Acaso es posible con todo ese alboroto allá afuera? —Rachel tocó su sien, pensando que su cabeza iba a estallar.
No entendía por qué se sentía de esa manera, pero tenía un nudo en su estómago que no hacía más que crecer, llenándose de una enorme angustia.
Lo que no sabía era que Alexander estaba luchando en ese momento por su vida, siendo atacado por varios a la vez.
—¿Alboroto? ¿Qué alboroto? —cuestionó Jack con el ceño fruncido—. Yo no oigo absolutamente nada.
—Pero… —Rachel se detuvo extrañada, sin poder darle sentido a sus palabras—. Se oyen ruidos extraños, ven y mira…
Lo tomó del brazo y lo llevó a uno de los grandes ventanales, pero Jack agudizó el oído por varios segundos, encogiéndose de hombros con indiferencia.
—Así suena un bosque normalmente, Rachel. ¿Nunca has estado en uno? —siguió mirando por la ventana—. Hay criaturas allá afuera más allá de nuestra lógica comprensión.
Se calló de pronto y volteó a verla, pero parecía que ella no lo estaba escuchando. Su mirada estaba fija en una figura alta e imponente que se acercaba a la entrada.
—¡Duque Alexander! —exclamó Jack lleno de alegría, pero su voz se apagó al instante—. ¿D-Duque?
En el costado de Alexander había una mancha que se fue haciendo visible a medida que se acercaba a la entrada iluminada.
—¿Qué le ocurrió? —fue esta vez la voz de Rachel que se oyó alarmada, al darse cuenta de la situación—. ¡Está herido!
—Estoy bien, solo es algo superficial —dijo Alexander con tono cansado, habiendo estado en una encarnizada lucha—. Solo voy a cambiarme y… descansar.
—¡Pero necesita que le curen la herida! —exclamó Jack, mirándolo con preocupación—. No se ve tan superficial…
Uno de los guardias sostuvo al duque unos momentos en que sus piernas parecieron flaquear, y una asustada Rachel corrió hasta él para ayudarlo a entrar.
—Hay que curarlo ya, ¡ayúdenme a llevarlo a su habitación! —rápidamente comenzó a dar instrucciones—. Jack, busca agua caliente y compresas.
Nadie se atrevía a refutarla en semejante estado de agitación, parecía a punto de arrancarle la cabeza a cualquiera que se atreviera a contrariarla.
Cuando estuvieron en la habitación, lo ayudó a echarse en la cama con dificultad.
—Acúestate aquí —demandó impaciente, comenzando a retirar su camisa con manos temblorosas—. No es tan superficial la herida. ¿Qué la provocó?
Alexander no le respondió, parecía cansado y somnoliento. Rachel se ocupó de limpiar toda la sangre y haciendo muecas, se dio cuenta de que necesitaría al menos un par de puntadas.
—No tengo los instrumentos para suturar, habrá que llamar al médico… —hizo ademán de alejarse de él, pero una fuerte mano la detuvo.
—No voy a necesitarlo… quédate conmigo esta noche, Rachel —suplicó el duque con voz ronca.
Los latidos de su corazón se multiplicaron en un santiamén al sentir el roce de su piel, parecía que no podía resistirse a lo que sea que él le pidiera.
—D-de acuerdo —suspiró resignada, revisando nuevamente su herida para colocar algunas compresas limpias.
Retuvo el aliento y abrió mucho los ojos al darse cuenta que la herida no estaba tan abierta como la última vez, sino que más bien parecía que tenía días de haber sido infringida.
—¿Pero qué…? —musitó anonadada.
De pronto se sintió observada y alzó la cabeza, encontrándose con la mirada ámbar del duque, que estaba con la respiración agitada y tenía una resolución en su mirada que la llenó de escalofríos.