Rachel había sido llamada a desayunar, pero se había negado, alegando que se sentía indispuesta.
Alexander, visiblemente preocupado, caminaba de un lado a otro en el pasillo fuera de la habitación de Rachel. Sus pensamientos estaban llenos de inquietud, y no podía evitar sentir un nudo en el estómago.
Finalmente, el médico salió de la habitación.
—¿Cómo está? —preguntó Alexander, casi atropellando las palabras.
—Rachel tiene un fuerte dolor de cabeza y está muy pálida y descompensada. Lo mejor sería que la dejara descansar —aconsejó el doctor, mirándolo con seriedad.
Alexander asintió, pero en su interior sabía que no podía quedarse sin saber cómo estaba realmente. Ignorando el consejo del médico, abrió la puerta y entró en la habitación de Rachel.
Ella estaba recostada en la cama, vestida con un camisón de dormir que apenas cubría su piel pálida y delicada. Su cabello dorado caía en suaves ondas alrededor de su rostro, y sus ojos azules se entreabrieron cuando lo vio entrar.
El animal interno de Alexander gruñó de satisfacción y deseo, y él sintió su cuerpo reaccionar ante la imagen sensual de Rachel en el lecho.
Trató de mantener la compostura, pero la visión de su Mate en ese estado le hacía difícil pensar con claridad.
—¿Qué haces aquí? Ya dije que me encontraba indispuesta —dijo Rachel, con una mezcla de vergüenza y tristeza en su voz.
Todavía estaba dolida con Alexander por sus palabras del día anterior. Se sentía incómoda de que él estuviera allí en su habitación luego de eso.
En su mente, la conversación que había escuchado entre Alexander y Evelyn revoloteaban sin cesar.
“De seguro quiere irse con esa mujercita que se ve que le tiene ganas,” pensó con un nudo en la garganta.
Su corazón sintió un pinchazo agudo al imaginar a Alexander con la despampanante pelirroja. Pensó que ella seguramente sería la compañera más ideal.
Alexander, tratando de encontrar las palabras adecuadas, se acercó a la cama. Su presencia llenaba la habitación, y Rachel no pudo evitar notar lo nervioso que se veía.
—Estaba… preocupado por ti —admitió él, apenas mirándola a los ojos.
El corazón de Rachel se aceleró al escuchar esas palabras. La preocupación en la voz de Alexander tocó una fibra sensible en su interior.
—No tienes porqué preocuparte —respondió ella, mordiendo su labio—. Estoy bien. Sólo necesito descansar.
Alexander se sentó en el borde de la cama, sin apartar la vista de Rachel.
Cada fibra de su ser le pedía que la tomara entre sus brazos y le confesara sus sentimientos, pero sabía que cualquier movimiento en falso podía empeorar las cosas.
—Rachel, sé que debes estar molesta conmigo por lo que pasó ayer, y lamento que hayas escuchado eso… así.
“Así… entonces sí lo piensa”, pensó ella, embargada de una enorme tristeza.
Apretó los labios y respiró hondo, por nada del mundo quería que la viera llorar. El dolor en su pecho estaba presente, pero vio que la preocupación en los ojos de Alexander era genuina.
“Al menos no me desprecia, quizás me tiene lástima nada más y no sabe cómo decirme que me vaya de su vida,” cada pensamiento le provocaba un dolor filoso en su pecho. Sin embargo, necesitaba escucharlo de nuevo de su boca para quedar convencida.
—¿Realmente… piensas que el rechazo es lo mejor para nosotros, Alexander? —dijo ella con un nudo en la garganta—. ¿Que… en verdad es más factible romper nuestro vínculo?
Alexander sintió una punzada en su pecho, porque aunque creía que sí era lo mejor, era por la simple razón de que ella estaría más segura en su mundo humano.
Se acercó un poco más, extendiendo una mano hacia Rachel, pero deteniéndose antes de tocarla.
—No puedo soportar la idea de que sufras… —dijo con voz queda—, pienso que es mejor que puedas vivir en un mundo seguro y feliz. Mi mundo, este mundo de lobos… no es para ti, Rachel.
“Y aunque te quiera, tú no sientes lo mismo. Eso me está matando poco a poco” pensó, pero fue incapaz de expresarlo en voz alta.
Rachel bajó la mirada, sintiendo que las lágrimas amenazaban con caer. Las emociones eran abrumadoras y la sinceridad en la voz de Alexander la hería en lo más profundo de su ser.
—Al menos eres honesto conmigo —musitó con voz rota—. Pero no entiendo por qué me trajiste de nuevo, si piensas que no encajo aquí.
—Espera, ¿qué…? —Alexander frunció el ceño por sus palabras y abrió la boca para responder, pero justamente su Beta, Thomas, lo mandó a llamar.
Maldiciendo por lo bajo, se fue a atender los asuntos urgentes de la manada, con el corazón apretado en su pecho por las palabras de su amada.
¿Por qué parecía que todo lo que decía se prestaba a los malentendidos? Quería aclarar las cosas y parecía que más bien todo se enredaba más.
Mientras tanto, Evelyn, quien había estado observando todo con ojos llenos de celos, sabía que Alexander había estado ausente después del desayuno por causa de Rachel.
Su ira hervía en su pecho al ver lo preocupado que él se veía.
—¿Qué demonios ve en ella? Es una insignificante humana, ¡yo soy la hija de un Alfa! —dijo con enojo evidente en su voz.
Máximo, el Beta de la manada Luna plateada, la miró con gesto burlón. Le divertía la frustración de Evelyn.
—Tus planes se han ido por la letrina, Rachel es una gema exquisita e inusual. No me extraña que Alexander esté tan prendado de ella —dijo, pensativo.
—Hablas como si te gustara la pueblerina esa —espetó Evelyn, aún más molesta.
—Me gusta, es exquisita por donde la mires —confesó Máximo, con una mirada lasciva que hizo que Evelyn frunciera el ceño.
—¡Eres el Beta de mi padre! ¿Cómo puede gustarte esa criatura tan corriente y apestosa? ¿Cómo puede gustarle a Alexander? Debería rechazarla de una maldita vez y hacerme su Luna —protestó, cruzándose de brazos.
—Si Alexander la rechaza, puedo quedarme con ella como una pequeña mascota —dijo Máximo con una sonrisa cínica—. Solo quiero divertirme y luego la desecho, quedará inservible cuando termine con ella.
—Qué maldito eres —rió Evelyn con diversión.
El interés de Máximo le venía muy bien a sus planes, quizás podría formar una alianza con él si veía que las cosas entre Rachel y Alexander avanzaban más.