Alexander estaba decidido. Había pasado toda la tarde dándole vueltas a su conversación matutina con Rachel y sabía que necesitaban aclarar las cosas.
Caminó decidido hacia el jardín donde solían encontrarse con frecuencia. Cuando la vio a lo lejos, su corazón se aceleró, pero su entusiasmo se desvaneció al verla con Máximo.
Los celos lo embargaron, y se sintió incapaz de pensar con claridad.
“¿Qué demonios hacen juntos, como si se conocieran de toda la vida?”, pensó con el ceño fruncido, incapaz de apartar la vista de ellos.
Rachel y Máximo estaban conversando bastante animados.
Ella comenzó a reír de manera forzada, tratando de aparentar que disfrutaba de la compañía de Máximo, aunque en realidad no lo soportaba para nada.
Al ver a Alexander acercarse, su corazón dio un vuelco. Esperaba que él viniera a hablar con ella, pero en cambio, lo vio fruncir el ceño.
—Rachel, Máximo —saludó Alexander con creciente frialdad.
—Alexander —respondió Rachel, tratando de mantener la compostura—. ¿Qué haces aquí?
—Es el jardín de mi castillo, ¿no puedo visitarlo ahora? —espetó serio, lanzando una mirada de desdén a Máximo—. Veo que estás... ocupada.
Máximo, complacido con la tensión entre ellos, sonrió y dijo:
—Alexander, ¿qué tal? Rachel y yo estábamos hablando sobre las tierras donde vivo y hasta dijo que quiere conocerlas un día, ¿verdad, Rachel?
Ella asintió, aunque no recordaba nada de la conversación. Estaba demasiado concentrada en Alexander y su actitud hostil.
Sentía que cada palabra suya era como una punzada en su pecho.
—Sí, no estaría mal ir un día —respondió Rachel con una sonrisa forzada, al ver a Evelyn acercarse—. Creo que deberíamos irnos, Máximo. Deberías mostrarme esa trampa de la que me comentaste.
—Claro, preciosa, vamos —dijo el hombre con una sonrisa, tomando su brazo.
Alexander apretó los puños, tratando de contener su enojo. Rachel se levantó y se despidió de él con una frialdad similar.
No soportaba a esa mujer detrás de Alexander todo el día.
—Nos vemos, alteza —dijo, sin mirarlo a los ojos.
Cuando se alejaron, Alexander se quedó mirando sus espaldas, luchando contra el impulso de correr tras ella y aclarar las cosas. Pero su orgullo lo detuvo.
Estaba enojado con Máximo por acercarse a Rachel de esa manera tan íntima y familiar, molesto con ella por permitir que él se le acercara tanto, y consigo mismo por no haber reclamado su derecho como Mate.
Tenía ganas de marcarla, de besarla, de hacerla suya y que cuando todos percibieran su olor, este viniera acompañado de su esencia, para que supieran que era solamente suya.
Minutos más tarde, Alexander paseaba en las inmediaciones del bosque, tratando de calmarse. Evelyn aprovechó la oportunidad y se acercó de nuevo a él, decidida.
—Hola, guapo —dijo con una sonrisa seductora—. Te ves demasiado pensativo. ¿Algo en lo que pueda ayudarte? ¿Problemas con la manada, quizás?
Sí había algunos asuntos tensos con la manada, pero no era eso lo que ocupaba su mente en esos momentos.
—Algo así… —dijo renuente.
“Con Rachel no puedo hablar de estas cosas, no me ha dicho que siente interés en mi mundo… quizás porque no lo tiene en verdad,” pensó con desazón.
—Cualquier cosa estoy a tu disposición, Alexander —dijo Evelyn, mimosa—. Sabes que siempre puedes contar conmigo, ¿no?
Alexander forzó una sonrisa, tratando de aguantar la inquisitiva mirada de la pelirroja.
De pronto notó la mirada furtiva de Rachel como la otra vez, aunque trató de disimularlo. En lugar de alejarse, permitió que Evelyn se acercara más a él, incluso tomó su mano cuando ella lo hizo.
—No es nada grave, Evelyn —respondió Alexander, consciente de que Rachel los observaba—. Solo un día un poco complicado.
Evelyn sonrió y se acercó aún más.
—Bueno, déjame hacerte compañía —dijo ella, feliz de que no la rechazara esta vez.
Rachel, desde su lugar, sintió una punzada de celos al ver a Evelyn coqueteando con Alexander. El dolor y los celos la tenían con la cabeza dando vueltas.
“¿Entonces ahora va a coquetear con esa mujer tan abiertamente, cuando ni siquiera me ha liberado de este vínculo? No es justo”
Se sentía dolida y confundida porque esperaba que las cosas mejoraran entre ellos, cuando más bien iban de mal en peor.
Los días pasaron, y la tensión entre Alexander y Rachel solo se hacía más evidente.
Una tarde, en la que ambos habían llevado al límite su comportamiento infantil, Alexander no pudo más. Se encontró con Rachel en el jardín trasero del castillo y de inmediato le habló.
—¿Qué te traes con Máximo? No sabía que fueran tan amigos… —siseó, cada palabra estaba impregnada de celos y enojo.
—No sabía que tenía prohibido hablar con él —comentó ella con voz dura, volteando los ojos.
—Sabes a lo que me refiero, Rachel —Alexander cerró los ojos, tratando de serenarse—. No me gusta que ese tipo se te acerque de esa manera. ¡Y no entiendo por qué tú lo permites! ¿Acaso te gusta Máximo?
Ella, sorprendida por el ataque repentino, respondió con igual intensidad.
—¿Y tú qué? ¡Te he visto con Evelyn todos los días! ¿Es que acaso disfrutas su compañía? ¿Te gusta?
—Responde a mi pregunta primero —espetó él, alzando una ceja.
—¡Al menos Máximo me presta atención! —gritó Rachel—. Tú solo sabes esquivarme y tratarme con frialdad.
Él tragó saliva, consciente de su actitud esos últimos días.
No sabía cómo enfrentar el hecho que ella quisiera someterse a ser su Luna solo por sentirse culpable.
—Yo… lamento haberte tratado de esa manera —confesó Alexander, bajando la voz—. No sé manejar algunas cosas…
—Tampoco que esa mujer se te acerque de esa manera, como si fuera a… comerte —murmuró con desprecio.
—Pensé que te caía mal Máximo —dijo él con una mueca, sintiéndose culpable por su actitud.
—Me cae mal… pero es el único que parece querer mi compañía —dijo Rachel, dolida.
—No digas eso —Alexander se acercó más a ella, tragando saliva—. Como te dije, no sé manejar algunas cosas… pero sí sé que me duele verte con otro. Me mata por dentro, Rachel.
Ella se quedó en silencio, sorprendida por la confesión. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, llenándola de esperanza.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó suavemente—. ¿Por qué me evades cada vez que estoy cerca? ¿Planeas hacer a Evelyn tu compañera?
—¿Qué? ¿Qué tontería estás diciendo? —Alexander frunció el ceño, tomando sus hombros—. ¿Acaso crees que tengo interés en ella?
—¡Sí! —exclamó Rachel, quebrándose.
Alexander se acercó aún más a ella, mientras su furia se desvanecía rápidamente. Levantó una mano y acarició la mejilla de Rachel, limpiando sus lágrimas.
—Porque soy un idiota orgulloso —admitió, mirándola a los ojos—. Y no podía admitir que tengo miedo de perderte, Rachel.
Ella lo miró fijamente, sintiendo que su corazón se ablandaba.
Sin decir una palabra más, se lanzó hacia él y lo besó con una pasión que ambos habían estado reprimiendo durante demasiado tiempo, sintiendo que la noche se había vuelto mágica de pronto.
El beso fue intenso, desesperado, como si trataran de recuperar el tiempo perdido.