Intrigas y traiciones en el castillo

1177 Words
Rachel se acercó a la puerta de su habitación con Alexander atrás y soltó un suspiro. Sus pasos resonaban en el pasillo apenas iluminada por la luz tenue de una lámpara de noche. Él se acercó lentamente, su mirada estaba llena de intensidad, mientras sus manos encontraban las de ella. —Te extrañaré —murmuró Alexander, con su voz grave haciendo eco. —Y yo a ti —respondió Rachel, con su corazón latiendo con fuerza bajo la tensión emocional del momento. El duque se inclinó hacia ella, sus labios la buscaron en un beso cargado de despedida y promesa y ella se aferró a su cuello, abriendo su boca, y permitiendo que la lengua de él paseara por su cavidad con deseo y pasión. Fuera de la habitación, en la penumbra del pasillo, Evelyn los observaba con ojos enrojecidos por la furia contenida. Decidió decirle Máximo, el Beta del Alfa Víctor, yendo hasta su habitación con ojos brillantes por las lágrimas. —Máximo —comenzó con voz temblorosa—, necesito hablar contigo. Es sobre Rachel y Alexander. Una sonrisa astuta se formó en sus labios al ver la reacción. Él no pudo evitar que un fuego de celos ardiera en su pecho. Rachel siempre había sido un desafío para él, una presa que se le escapaba constantemente de entre los dedos. Ahora, con la noticia de su cercanía con Alexander, sentía que la situación se volvía más urgente. —Gracias, Evelyn —dijo Máximo finalmente, su voz era fría y calculadora—. Voy a encargarme personalmente de este asunto. Se sentó en su escritorio, pensativo y una idea comenzó a formarse en su mente. —Una carta... —murmuró para sí mismo. Con cuidado, comenzó a redactar una carta en nombre de Rachel, una donde ella expresaba su hartazgo de fingir con Alexander y su deseo de huir con Máximo hacia su manada, donde podrían estar juntos sin impedimentos. Con una sonrisa satisfecha, Máximo selló la carta y la colocó estratégicamente donde Alexander pudiera verla. Sabía que esto desataría dudas y conflictos dentro de la manada, sembrando la discordia que podría llevar a Rachel a sus brazos. El plan estaba en marcha, y Máximo observó con anticipación cómo cada pieza se movía en su lugar, listo para aprovechar cualquier oportunidad que se presentara para asegurar a Rachel como su mujer. —¿Qué es esto? —murmuró Alexander al ver el sobre en su escritorio. Tomó la carta y sintió que la ira recorría su cuerpo al leer el contenido—. ¿Pero qué…? Esto tiene que ser una maldita broma. Se sentía herido y sus emociones eran difíciles de controlar, sobre todo por los constantes reproches de Lyall. «Te dije que debíamos marcarla. Ese tipo se nota muy interesado en ella, podía intuirlo. ¡Es nuestra! ¿Qué estás esperando para hacerlo?» dijo su lobo, irritado. «No quiero hacer las cosas a la carrera. Esto que está pasando con la manada no es cualquier cosa y lo sabes,» respondió Alexander, agobiado. «¡Y una mierda! Si pierdo a Rachel te abandonaré,» amenazó. «No lo harías…» «¿Ah sí? Pruébame, estúpido duque de quinta,» espetó Lyall molesto. «Oye…» «Dile todo, sé sincero con ella, maldito animal», Lyall no podía controlar su furia. «Tú eres el animal aquí», le recordó Alexander con un suspiro cansado. «Al menos soy más inteligente que tú, aunque no soy ‘racional’» se mofó. «Es precisamente tu maldita racionalidad la que nos tiene en este aprieto con Rachel. Ya estás advertido», espetó furioso, cerrando el enlace de golpe. Luchando contra sus emociones y los deseos de su lobo, Alexander decidió que necesitaba despejarse por un rato. No quería desconfiar de Rachel, pero se preguntaba quién podía perpetrar algo así en su propio castillo. Ya no sabía qué hacer con tantos problemas acumulándose y todas las intrigas a su alrededor. Tenía miedo de decirle a Rachel lo que el Consejo pensaba y perderla para siempre, estaba enojado por la maldita carta y sentía que debía confiar en ella, pero eso significaba que habían más traiciones dentro de su propio castillo. Con la mirada perdida y la mente nublada por el alcohol, estaba sentado en uno de los sillones de cuero del salón principal, con un vaso de licor a medio terminar sobre la mesa a su lado. Mientras se servía más, un perfume envolvente lo rodeó por completo. Evelyn, vestida con un camisón transparente y provocador que dejaba poco a la imaginación, lo observaba desde la entrada. Decidida a no ser rechazada nuevamente, se acercó con pasos ligeros y una sonrisa confiada. Alexander sintió su garganta reseca. Había pasado mucho tiempo sin sexo y sus hormonas alborotadas suponían un problema justo en ese momento. —Alexander, ¿te importaría si te acompaño? —preguntó ella, con una voz seductora. Él la miró, intentando mantener la compostura, pero su mente seguía fija en Rachel, en su enojo, y en los celos que lo carcomían por dentro. Intentó alejar esos pensamientos mientras Evelyn se acercaba, sus intenciones eran claramente visibles. —No, Evelyn. Prefiero estar solo —respondió Alexander, tratando de sonar firme. Ella, sin embargo, no se dio por vencida tan fácilmente. Él sabía que su mente y su corazón estaban en otro lugar, con otra persona, y no había perfume ni seducción que pudieran cambiar eso. —Te deseo, Alexander —dijo ella con voz lujuriosa, inclinándose hacia él—. ¿Por qué no recordamos viejos tiempos? Antes la pasábamos muy bien juntos. Él, apenas consciente de su entorno, la miró con ojos vidriosos. Su mente, aturdida por el alcohol, luchaba por procesar sus palabras. Evelyn aprovechó su estado de vulnerabilidad, acercándose más, rozando sus labios con los del duque. En ese momento, un jadeo se escuchó desde la entrada del salón. Era Rachel, sus ojos estaban llenos de sorpresa y dolor. Al ver la escena, su rostro palideció. —Rachel... —murmuró Alexander, con la voz entrecortada por la confusión. Pero Evelyn no perdió tiempo. Viendo la oportunidad perfecta para alejarlos, lo tomó por los hombros y lo besó profundamente. Alexander, aún en su estado de ebriedad, no reaccionó de inmediato y Rachel sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. El dolor y la traición se reflejaron en sus ojos mientras veía a Alexander en brazos de otra. Con un suspiro tembloroso dejó caer la bandeja al suelo, que se estrelló ruidosamente contra el mármol. Esa fue la chispa que despertó a Alexander de su aturdimiento. Se apartó bruscamente de Evelyn, mirando a Rachel con horror al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Pero el daño ya estaba hecho. Rachel, con lágrimas corriendo por su rostro, se dio la vuelta y salió corriendo del salón, su corazón dolía dentro de su pecho. Evelyn, sonriendo con satisfacción, observó cómo Alexander intentaba seguirla, tambaleándose y tropezando. Su plan estaba funcionando, y ahora más que nunca estaba decidida a separarlos definitivamente. Alexander, con el corazón pesado y la mente aún nublada, sintió una oleada de desesperación.

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