La tensión con el duque Alexander crecía día a día, y una sombra oscura empañaba el corazón de la pobre Rachel.
Dos días habían pasado desde la última vez que lo vio, y finalmente, allí estaba él. La chica lo observó, sintiendo una mezcla de esperanza y temor.
Alexander avanzaba con paso firme, con rostro endurecido y la mirada fija en algún punto distante. Rachel creyó por un momento que él iba a hablarle, como había intentado hacer antes, pero al verla, su expresión se volvió más rígida.
Pasó de largo, sin dedicarle ni un solo vistazo.
“¿Pero qué…?” pensó anonadada.
Con un nudo en la garganta, Rachel lo siguió con la mirada, sintiendo cómo su pecho se oprimía.
—Tan diferente de antes, cuando siempre quería estar cerca de mí y yo no se lo permitía —murmuró preocupada.
Aquellos días en que Alexander buscaba su compañía parecían ahora un recuerdo lejano y doloroso.
Anhelaba desesperadamente una palabra suya, una mirada o algo mínimo de atención. Sin embargo, cada vez que ella estaba cerca, él encontraba una manera de alejarse, de tomar un camino alternativo, dejándola con el corazón adolorido.
Una tarde, mientras paseaba por el jardín, vio a Alexander al otro lado, observando las rosas.
Con el corazón latiendo con fuerza, decidió acercarse. Pero antes de que pudiera decir algo, él se giró y se alejó rápidamente.
Rachel se quedó parada, sola, sintiendo cómo sus esperanzas se desmoronaban.
—¿Por qué no quiere hablarme? Parece que ni siquiera quiere verme —dijo con lágrimas en los ojos—. ¿Así se sentía él cuando yo me alejaba? ¿Estará vengándose o algo parecido?
Las cosas iban de mal en peor. Rachel empezaba a pensar que quizás Alexander no la quería como su compañera. Tal vez esas eran las señales.
Cada vez que intentaba acercarse, sus esfuerzos eran en vano. La distancia entre ellos se hacía insostenible, y ella se preguntaba si alguna vez todo volvería a ser como antes.
Aquella noche, sentada en su habitación, miró por la ventana al jardín que había sido testigo de tantos momentos compartidos.
"¿Qué he hecho mal?" se preguntaba. "¿Por qué ahora todo es diferente? ¿No me quiere como su compañera?"
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, mientras la sensación de pérdida crecía dentro de ella.
Rachel se prometió a sí misma que encontraría una manera de hablar con Alexander, de entender lo que estaba pasando. No podía seguir viviendo en esa incertidumbre, en ese dolor constante.
Solo podía esperar y desear que las cosas cambiaran, que Alexander volviera a ser el hombre que alguna vez había conocido en aquella plaza del pueblo.
…
La luz del sol se filtraba a través de las imponentes ventanas del castillo, proyectando sombras alargadas sobre los antiguos pasillos de piedra.
Alexander se encontraba en su estudio, sumido en la lectura de un mapa detallado de sus tierras, cuando un golpe urgente en la puerta interrumpió su concentración.
—Adelante —dijo Alexander, levantando la vista.
Un guardia entró apresuradamente, con una expresión de preocupación.
—Mi señor, hay una visita inesperada llegando al castillo —informó el guardia, con voz firme.
Alexander frunció el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y alerta.
Sin perder tiempo, se levantó y tomó su espada, asegurándola en su cinturón. Salió del estudio con paso decidido, con el sonido de sus botas resonando en el eco del corredor.
A medida que se acercaba a la entrada principal, vio a un grupo de personas descendiendo de los carruajes.
Una mujer de cabello rojo fuego descendió con una gracia innata. Junto a ella, un hombre de cabellos oscuros y mirada penetrante, tan atractivo como ella, la acompañaba con paso firme.
También un hombre mayor de gran altura y elegante porte, estaba allí presente con su acostumbrada sonrisa.
El Alfa Víctor de la manada Luna Plateada, su Beta y... Evelyn. Una sonrisa se dibujó instantáneamente en su rostro al reconocerla.
—Evelyn, ¿qué haces aquí? ¡Tengo tanto sin verte! —exclamó Alexander, dejando escapar un toque de emoción en su voz.
Ella sonrió cálidamente y luego de un abrazo, Alexander se apresuró a saludar a Víctor con respeto, inclinando ligeramente la cabeza.
—Alfa Víctor, es un honor tenerte aquí.
Mientras tanto, Rachel observaba la escena desde su ventana, alertada por el traqueteo de los carruajes.
Sus ojos se entrecerraron al ver la familiaridad con la que Alexander trataba a Evelyn. Llevaba días evitándola; ni una palabra, ni una mirada... y sin embargo, ahí estaba, sonriendo y mostrando afecto por otra mujer.
No pudo evitar una mueca de descontento.
“¿Qué relación tendrá con Alexander?,” no pudo evitar pensar.
—¿Es que aquí todos son tan bonitos? Lo que es tener dinero —murmuró para sí misma.
La tensión en el aire era palpable. Rachel sintió una punzada de resquemor y celos al ver la escena. Su mente se llenó de preguntas y su corazón se endureció.
Observó cómo Alexander y Evelyn intercambiaban palabras amistosas, ajenos a su presencia.
—Vaya, parece que se lo va a comer con la mirada —murmuró, frunciendo el ceño.
Tampoco le agradaba la mirada del hombre atractivo que acompañaba a la pelirroja. En un momento, sus ojos se encontraron, y una sonrisa de suficiencia se formó en su rostro.
Intrigada, buscó a Andrew para obtener respuestas.
—Andrew, ¿quiénes son ellos? —preguntó, sin poder apartar la vista de la escena.
—El hombre mayor es el Alfa de la manada Luna Plateada —explicó—. La mujer es su hija y el joven que los acompaña es su Beta, el segundo al mando.
—Ella es hermosa…
—Bueno, es hija de un Alfa poderoso e importante, supongo que tiene buenos genes —se encogió de hombros.
Rachel sintió que su corazón se agobiaba con la idea de que esa mujer tan imponente y hermosa pudiera reemplazarla como la compañera de Alexander.
"Es hija de un Alfa y yo una insignificante humana. Tal vez me estaba avisando de que ya no sería su Mate," pensó con angustia.
La mirada de la mujer se posó en Rachel, reflejando un destello de desdén y superioridad en sus bonitos ojos.
—¿Quién se cree que es para mirarme así? Argh, qué insoportable, se cree una reina o algo así… —se dijo molesta, sintiendo que ya la odiaba.
La mirada de Alexander también se encontró con la suya, y Rachel no pudo evitar sentir que era más fría y endurecida que antes.
Agobiada, cerró la ventana de golpe, resintiendo el peso de la mirada fría de él.