Capitulo Dos

1868 Words
Segundo encuentro La segunda vez que la vió fué a sus ocho años de edad, había decidido que si quería hacer algo con la niña debía esperar a que alcanzara la edad suficiente ya que siendo tan pequeña era muy difícil influenciar su alma pura y bondadosa – cualquier niño le pondría ese inconveniente, no sólo ella–, por lo que se vió obligado a ser paciente, cuidadoso y sobretodo vigía, necesitaba saber qué era eso que la hacía tan especial como para que una escolta de ángeles velara por su seguridad. Anielle jugaba en el patio trasero de su casa, una pequeña mesita de madera barnizada de un color marrón rojizo había sido colocada bajo la sombra de un gigantesco árbol manzano, las flores a su alrededor –cuidadosamente amadas por la mujer que era su madre- parecían danzar con la brisa suave del viento, tres pequeñas sillas habían sido colocadas alrededor de la mesa casi de manera perfecta, calculada; en dos de ellas descansaban unas enormes y muy bonitas muñecas de diversos vestidos hechos a mano y en la silla sobrante la infanta servía el té con pequeños alfajores de chocolate blanco, cantando y comentando con sus invitados tal y como cualquier niñita haría a esa edad. Lucifer pensó que aquella humana pasaba demasiado tiempo sola, no la veía compartir con otros niños del vecindario ni del colegio, no poseía el típico comportamiento infantil y caprichoso en ciertas ocasiones que todo humano en su fase de niñez demuestra; aun cuando él no la necesitara para nada –porque estaba convencido de que así era- le gustaba observarla, era extraño para él. — Bien, dejaré algunos de estos alfajores para Mitzrael — la pequeña hablaba animadamente con las muñecas. — Estoy segura de que van a encantarle. ¿Por qué le guardaba aquellas delicias humanas a ese Ángel? ¿Qué tenía de especial Mitzrael? Era un ángel bastante poco paciente y muy engreído para él y aun así la mocosa lo trataba como si del mismo Dios se tratara. Algo en su interior se revolvió, no le agradó la sensación y no supo por qué le sucedía eso por lo que prefirió guardar dicha sensación en algún rincón perdido y oscuro de sí mismo y descartarla. — Hola, Lucifer — dijo la niña sorprendiéndolo, había estado atenta a la presencia del joven desde el momento en que llegó. El muchacho cayó de espaldas por la sorpresa, la observó unos momentos mientras la pequeña reía e intentaba ponerlo de pie con sus débiles bracitos, elevó una ceja, le pareció un poco gracioso el hecho de que ella creyera que podía ponerlo de pie si hacia el esfuerzo. — Me has dado un susto de muerte — responde Lucifer algo molesto. — Perdón — le sonrió intentando convencerlo con la mirada de que no había sido esa la intención. — No me menciones esa palabra — rodó los ojos frustrado, odiaba esa palabra con todo su ser. — ¿A quién esperas? — Tomaré el té con Mitzrael, Amenadiel y Gabrielle —  Anielle continuó preparando su banquete — ¿Quieres tomar tú también? — No les caigo bien a ellos — el muchacho voltea listo para marcharse. — Entonces tomaré contigo primero,  Luci — responde inocentemente. Lucifer voltea divertido por el apodo, medita un poco la situación, ¿Qué dirían todos si vieran al Rey de los demonios jugando al té? ¿Y qué importaba? No había nadie presente o eso pensaba él. Accedió un poco inseguro, tomó asiento cerca de la pequeña y observó bien sus modos de actuar y su manera de hablar. En verdad aparentaba ser más madura de lo que suponía, pero al fin de cuentas seguía siendo una niña humana, ¿Habría perdido el toque angelical con el cual fué dotada al nacer? ¿Su Padre en verdad había borrado todo rastro luminoso de ella? ¿Realmente ahora era una simple y efímera humana? — Lucifer, ¿Por qué no estás con los demás ángeles? — suelta Anielle viéndolo seriamente. — ¿Sabes qué es un ángel? — Pregunta a modo de respuesta. — Un ser de luz y amor, creado por Dios para resguardar la seguridad de los humanos, entre otras cosas. — explica la niña a lo que el caído pensó que era lista, demasiado para su edad tal vez  o había sido bien instruida. —Bueno, yo no hago nada de eso, soy todo lo contrario — responde algo molesto. — ¿Eres un ángel malo? — sus ojos se abren de sorpresa, como si acabaran de confesarle el peor de los actos. — No soy un ángel, soy un demonio, Anielle. — se pone de pie, es tan tonta... — Yo te veo como un ángel — responde ella. La niña no entendía por qué aquel muchacho de enormes alas plateadas se consideraba así mismo un demonio, ¿Acaso no eran buenos los ángeles? ¿Qué lo hacía diferente a Amenadiel o Gabrielle? Y si era tan malo como decía, ¿Por qué se comportaba de esa manera con ella? ¿Por qué jugaba con ella?  Demasiadas preguntas con un trasfondo que una niña de ocho años no podría entender, aún para la madurez de Anielle era demasiado retorcido todo. — Deberías preguntarle a tu madre quién es Lucifer — dijo antes de salir volando del jardín con una sonrisa de pura diversión. Esa misma noche la pequeña esperó a que la cena estuviera lista, su madre había preparado una rica comida ya que su padre regresaba de un largo viaje y con él traía a su hermano mayor, Samuel. Ambas habían cocinado toda la tarde, Anielle se encargó de colocar todo en la mesa y eligió un bonito mantel color azul con pequeñas plumas plateadas como adorno en el mismo recordando que así, tal cual las plumas de la tela eran las de su nuevo amigo, Luci, sonrió, luego le diría la coincidencia encontrada por ella; la puerta de casa fué tocada y Mérida se apresuró a abrir con una sonrisa de oreja a oreja, en verdad extrañaba a su esposo cuando este viajaba fuera de la ciudad. Samuel fué el primero en entrar, con sus doce años de edad él era una copia exacta de su padre con la única diferencia de que sus ojos eran como los de su mamá; verdes olivo, grandes, expresivos y curiosos; segundo en entrar y tras el niño, fué Robert quién abrazó con cariño a su mujer y dejó en ella un beso tierno y lleno de amor, luego observó a la niña acercarse con una sonrisa y la de él desapareció lentamente. Desde el momento en que Anielle llegó a sus vidas, Robert supo que no era una bebita normal, no, claro que no y es que siempre sucedían cosas raras a su alrededor, desde sonidos de cuchicheos o pasos, hasta el sonido de campanitas en toda la casa y todo eso empeoró cuando Anielle comenzó a hablar y a manifestar lo que oía y veía, especialmente durante las noches, ella no era normal. — Hola, papá — la niñita le sonrió y abrazó sus piernas. — Hola, Anielle — el hombre acarició su cabecita y se dirigió a la cocina, no quería tener demasiado contacto con ella pero no era capaz de hacérselo saber. La familia se encontraba sentada en la mesa, las deliciosas empanadas que habían preparado madre e hija eran la atracción de la noche, la plática entre los dos adultos era bastante fluida y entretenida para ellos; no había nada mejor que charlar durante la comida sobre cómo había sido el día de cada uno y solían quedarse hasta tarde bebiendo una taza de café y riendo a más no poder. Samuel jugueteaba con su servilleta y devoraba una empanada, Anielle por su parte escuchaba atenta lo que su mamá contaba respecto a su trabajo; según podía entender la niña su madre tenía algunos problemas con una colega de la oficina que parecía estar robando sus diseños y no había forma de pillarla in fraganti, ni siquiera había podido pillarla ella misma, había que admitir que esa mujer nefasta era hábil. — Tranquila querida, estoy seguro de que las cámaras de tu oficina tienen algo que pueda ayudarte — el hombre toma la mano de su esposa. — Gracias cariño, mañana las revisaré. — responde sonriendo. — Mamá, yo le diré a Amenadiel que te ayude — musita Anielle sonriendo. — Que tierna cariño — su madre acaricia su mejilla convencida de que su adorable hija trata de hacerla sentir mejor hablando de sus amigos imaginarios. — ¿Puedo comer más? — pregunta Samuel habiendo terminado la tercer empanada y esperando poder comer unas diez más. — Adelante — su padre ríe. — Mamá, papá... ¿Quién es realmente Lucifer? — la niña luce seria. — ¿Quién te ha dado ese nombre? — su madre luce bastante inquieta. — Él mismo mamá, vino a tomar el té hoy y me dijo que te preguntara — Anielle la observa esperando una respuesta. — Nena, es imposible que él te visitara, no debes decir estas cosas — Robert la ve serio. — Pero papá, es verdad, Luci tiene alas como las de este mantel y suele estar enojado pero a veces me sonríe, es alto, de cabello n***o y tiene ojos azules, como los míos… — explica tratando de que su padre crea tanto como ella. — Mérida, debemos controlar las cosas que lee o que ve en programas de televisión, mira lo que habla — gesticula. — Tiene una gran imaginación, no te preocupes  — sonríe. — ¡Por favor! — Pierde la compostura — No hace más que hablar sola, ver cosas donde no las hay y ahora esto, ¿Qué más hay que esperar? Robert deja su plato a medio comer y se levanta de la mesa casi espantado, no podía seguir soportando las manías esotéricas que la pequeña presentaba, no era común ni normal que un niño de seis años preguntara por el Diablo y afirmara que había sido visitado por el mismo; sencillamente era demasiado para el hombre y es que de ambos adultos, era quien más creía en su fe y su religión, no podía siquiera contemplar una idea semejante, no podía… Samuel y su hermana menor continuaron cenando solos mientras su madre se encaminó a buscar a su esposo esperando tranquilizar su mente con la simple idea de que la niña tenía una gran imaginación y que no tenía la menor idea de lo que estaba hablando; la conversación de ambos se volvió bastante tensa, al punto que Sam tomó a su hermana y la llevó a su habitación para jugar un videojuego con la única intensión de que ella no supiera lo que hablaban sus papás. — No puedes ocultar por siempre que esa niña tiene algo extraño, Mérida, ¿es que acaso no lo ves? — Robert farfulla. — No hay nada malo con ella, es mi hija y es tan normal como tú o como Samuel — sentencia alejándose de su esposo. Esa noche la pequeña durmió con su madre y no recibió la explicación que deseaba obtener, sin comprender qué es lo que había hecho mal cerró sus ojos presa del sueño, sabiendo que su padre estaba molesto con ella por alguna extraña razón y es que el hombre no había querido responder, su hermano ni siquiera estaba enterado del tema puesto que no era de su interés y su madre aseguraba que era muy pequeña para entender y que debía olvidarlo, pero,  ¿Podría hacerlo?  
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