Capítulo Uno

1508 Words
Cuando el Cielo rugió furioso por la terrible traición de aquel ángel cuyo nombre significaba "El que lleva la luz" este fue expulsado de tan bello Santuario y fue enviado a caer directamente en las profundidades del mal, de la inmensa oscuridad y del reino de los demonios que, entre otros seres y criaturas propias de allí, habían ángeles quienes lo siguieron y cayeron con él y por él; las cosas para las tres dimensiones –Cielo, Infierno y Tierra- se volvieron complicadas, las líneas divisoras se vieron destruidas y reagrupadas, se crearon bandos, juegos y peones que desequilibraron el mundo como se lo conocía. Su castigo fué innegable, su atrevimiento de querer ser más que quién le dio vida fué demasiado alto y pagó las consecuencias con el peor castigo que se le podía dar a un celestial; ahora el Infierno le pertenece, se adueñó de todo lo que había en el Inframundo y más, reclamando la Tierra como su lugar de juego, las personas como sus trofeos y pronto vio al Creador y a sus hermanos como sus enemigos. Decidido a tomar la Tierra en sus manos creó y alistó legiones de súbditos y seguidores para llevar acabo su objetivo, venganza. Las almas serían suyas, no estaba dispuesto a perder la eterna lucha entre el bien y el mal, jamás. Primer encuentro. Después de haberla visto nacer perdió el rastro, no supo a qué parte del mundo fue enviada, ni siquiera cual era la familia en a que nacería ni el porqué de su envío a la Tierra pero no predio el tiempo, se encargó de que sus lacayos que vagaban por las sombras y que se encargaban de influir a las almas más pobres le llevaran información, pronto supo de varios nacimientos y es que le tomó tiempo encontrarla, debió esperar a que su forma humana se desarrollara, a que tomara dimensión de una niña y fue sencillo reconocerla, no había cambiado, solo faltaban sus alas. Su familia no tenía nada extraordinario, no pertenecían a un circulo importante o renombrado, no poseían conexiones con la iglesia ni mucho menos parecían creer en algo superior a ellos, no había nada interesante en ellos, eran una familia tan común, tan ordinaria… Se encuentra sobre la fuerte rama de un frondoso árbol verde, observa detenidamente a la niña de seis años que juega entre las flores del parque, todo en ella llama su atención, desde su cabello cobrizo largo hasta su cintura, sus ojos azules, las pequeñas pecas que tiene sobre el tabique de la nariz y la sonrisa pizpireta que regala a todo el que la ve, ¿Será su belleza? ¿La melodiosa voz que porta? ¿La ingenuidad que destila? ¿El amor por el prójimo que no intenta ocultar? ¿O el saber que es custodiada por los ángeles es lo que causa su curiosidad? Porque después de todo, sólo es una niña que apenas y conoce el mundo, es solo una infanta que nada puede ofrecerle, entonces, ¿Qué es? Se acomoda mejor, la pequeña se acerca al árbol persiguiendo una linda y colorida mariposa, salta una y otra vez riendo; Lucifer baja por la parte trasera del tronco, observa con cautela, sopesa la situación intentando ver algo que le indique que tiene ella de especial que sus supuestos “hermanos” no posean y se acuclilla para verla detalladamente, a buena altura. — ¿Quién eres? — la niñita lo observa con curiosidad desde un lado, como si fuera muy evidente que él no es nada bueno para esconderse. — Me llamo Lucifer — pronuncia sonriendo con malicia, nadie escucha su nombre y ella no sabe reconocerlo. — ¿Cómo el "Diablo"? — la niña lo escudriña detenidamente, no luce como pensó que sería. — Soy el Diablo, niña — responde rodando los ojos, es más ingenua de lo que pensó. —Te ves diferente a como pensé que serías, pareces un ángel — sonríe tierna. — Lindo nombre el que tienes, ¿Te lo puso tu mamá?  — La niña se acerca aún más -— Mi nombre es Anielle. — Lo sé — suelta de golpe el muchacho. — Yo no tengo madre, tenía un padre hace mucho pero ya no más. — ¿También te dejó? — ladea la cabeza. — Mis padres me dejaron en un hospital, ahora tengo una nueva mamá. La pequeña ojiazul camina hacia él quedando frente a frente, hace una seña con sus blancas manos para que Lucifer se acuclille aún más, siguiendo su curiosidad el muchacho lo hace, quedando cara a cara con ella sus miradas se conectan, Anielle toca su rostro, detenidamente lo escudriña sin pudor, algo típico en los pequeños niños ya que no conocen de tales cosas. La pureza de sus corazones es tan grande que nada ni nadie puede mancharlos pero conforme pasa el tiempo y ellos crecen van adquiriendo experiencias humanas, desarrollan sus conocimientos y pierden inocencia siendo tentados por el mismo mundo y sus situaciones a dejar esa naturaleza blanca y luminosa, sin mencionar el arduo trabajo de los caídos y los demonios por llevarlos a caminos equívocos y aprovecharse de ellos. Los ojos de ambos se encuentran, se sostienen la mirada en una batalla desafiante, ninguno la aparta ni la baja y Lucifer sonríe por el atrevimiento de la pequeña, no le teme, no lo reconoce como una autoridad maligna ni de peligro, al contrario; pareciera verlo como a un igual, como a alguien totalmente inofensivo, un familiar o un amigo. — ¡Anielle! — gritan su nombre desde el principio del parque. Mérida, la mujer que adoptó a la niña apenas tenía unos meses de vida, la busca desesperadamente por el lugar ya que es costumbre de Anielle desaparecer sin dar aviso a quien cuida de ella, el caso es que su madre en un intento de hacer que su hija deje su manía de hablar sola o jugar con amigos imaginarios, se ha propuesto sacarla de paseo cada que puede y motivarla a hacer amigos de su edad, de carne y hueso pero la pelirroja se niega de manera natural a hacerlo y sigue hablando — según lo que la mujer cree– sola en su habitación a todas horas. Para desgracia de su hija – adoptiva–, la fémina no comprende algunas actitudes de ella como su desmedida necesidad de ayudar a los demás aun cuando su corta edad no se lo permite, ese amor que le tienen los demás seres vivos y claro está, las extrañas conversaciones en las que más de una vez la escucha entablar con un supuesto "amigo invisible," dónde la plática se centra en cosas que a su edad de seis años no tendría que entender ni mucho menos conocer pero que maneja como si de hablar de muñecas se tratara. Para cuando la niña vuelve a voltear el joven ya se ha marchado, sobrevolando el lugar él la observa regresar con la mujer que cuida de ella y juntas emprenden el regreso a su hogar –el cual se encuentra a algunas cuadras de distancia-; ensimismado en sus pensamientos, no nota la presencia de dos seres más detrás de él casi queriendo apuñalarlo, el Rey del Infierno es constantemente vigilado por ángeles ya que no con frecuencia deja su mazmorra para visitar a los humanos, en caso de hacerlo es porque tiene una razón importante o a una potencial víctima en mente. — Tiempo sin vernos, Lucifer — un ángel habla primero batiendo sus alas con fuerza y arremolinando el cabello del pelinegro. — Lo mismo digo Cassiel — voltea y sonríe dejando ver sus pronunciados caninos, detalle que ha ido siendo vistoso en él desde que habita el averno. — ¿A que debo su no grata presencia? — Sigues siendo tan arrogante como antes — el otro Ángel habla con desprecio. — ¡Oh, vamos Mitzrael! — Sonríe divertido — ¿No me has extrañado ni un poco? — A ti jamás te extraño — responde el contrario neutro. — ¿Qué los trae por aquí? ¿La pequeña niña de ojos azules? — sonríe de lado. —Aléjate de la niña Lucifer, es la primer y única advertencia que te daremos — Cassiel bate sus alas y se marcha seguido de su compañero quien observa al pelinegro con desdén. Lucifer los observa molesto, la constante forma en la que siguen como cachorros a la niñita le da curiosidad y su ánimo se eleva cuando se da cuenta de que puede ser divertido causarle ciertos problemas a sus ex- hermanos, si bien recuerda, el Todopoderoso Padre Celestial les dijo que la cuidaran mientras su vida humana transcurría, ¿Qué pasaría si algo le sucediera a la pequeña? ¡Oh! El sólo pensarlo se retorcía de regocijo, que bien se sentiría hacerle daño al mismo Cielo al asesinarla sin piedad, pero más delicioso sería arrancarle ese delicado ángel a su sobreprotector padre. Sí, de seguro sería esa la mejor venganza contra los emplumados seres, llevarla hasta la oscuridad y luego consumirla de tal forma que no quede nada de ella. Definitivamente Anielle se había convertido en su nuevo juguete y en su presa, no iba a parar hasta saber que el Cielo entero lloraba su pérdida por lo que pone manos a la obra. 
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