Capítulo V: El depredador

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Los días avanzaron rápido, la mudanza fue exitosa, Lilah consiguió un apartamento lo más cerca que pudo del trabajo en una mejor zona que en el pasado. Pero, se dio cuenta de que los recuerdos volvieron a su madre, causándole angustia. Visitaron el cementerio, llevaron rosas, vio de nuevo como su madre se desmoronaba de la tristeza por su hermano y su padrastro. Era increíble como, aunque los años se apilaban en sus conciencias, el dolor seguía dentro, buscando cualquier excusa para torturarlas. El día lunes, Lilah fue a trabajar, la presentaron ante todos los empleados y se enviaron correos electrónicos para que en otras sucursales la conocieran, luego ella se integró con su equipo, eran tres chicos; Pam, Florence y Stuart, jóvenes dinámicos y con muchas ganas de aprender. Comenzaron a trabajar, y cuando fue la hora del almuerzo, Lilah no supo a dónde ir, caminó para encontrarse con Isabel la asistente del señor Carter —¿Conoces algún buen lugar para comer? —Claro, pero depende siempre de que buscas, algo lujoso y ostentoso, o buena comida. Lilah sonrió —Solo busco buena comida. Isabel sonrió, la había enjuiciado por su buen gusto al vestir, pero supo que ella era más sencilla de lo que parecía. Caminaron por las calles de Nueva York y se sentaron en un Track food, comieron delicioso, mientras platicaban —¿Cómo es que siendo tan joven has llegado a ser jefa? —Bueno, creo que me he dedicado a trabajar con ahínco, creo que, es por eso. —Es genial, ya quisiera yo tener algo de tu inteligencia, además eres bonita. —Tú también lo eres. —Soy muy básica, veras, jamás le llegaré a gustar, por ejemplo, al señor Ernest —¿Al señor Ernest? ¿Él te gusta? —preguntó dudosa —¡Oh, no! —dijo abochornada e insegura—. Claro que no, además jamás se fijaría en mí, a él le gustan las mujeres hermosas y delgadas. —Pero, tú eres delgada. —Qué va, no —dijo Isabel mientras miraba con desprecio la comida. —Y dime, ¿Qué tal es el señor Carter como director? —Es muy bueno, mi jefe es muy alegre, muy entusiasta y humano, él que es, a veces muy pesado es el señor Reagan. —¿El señor Reagan? Hablas del dueño, ¿Verdad? —Sí, él sí es muy duro y amargado. —Lo imagino como muy viejo y demasiado alejado de la empresa. —No, te equivocas —dijo Isabel bebiendo su jugo—. Ese hombre está metido aquí todo el tiempo, solo que, ahora fue a una convención de líderes en el Mediterráneo, todos anhelamos que no vuelva —dijo con risas —¿Por qué? ¿Tan severo es? —Claro, es muy arrogante y narcisista, nos trata como esclavos. —¿Es un viejo amargado? —No, es todo, menos viejo, tendrá algunos treinta y tantos, eso sí, es guapísimo, ¡Parece un Dios griego! Pero, no quita que sea un pesado. Lilah rio de sus palabras y terminando de comer, volvieron a la empresa. Cuando volvieron a la oficina notaron que todo el ambiente era muy tenso, Isabel se detuvo a hablar con Alison, la recepcionista —¿Qué ocurre? —¡El depredador viene en camino! —¿El depredador? —preguntó Lilah al escuchar —El señor Reagan, de prisa —dijo Isabel tomaron el ascensor y en el siguiente piso todo estaba peor, todos se volvían locos, apurados, arreglando cada parte del lugar, limpiando aquí y allá. Lilah fue con el equipo de recursos humanos, ahí estaban nerviosos y enloquecidos preparando información sobre reclutamiento, sobre rotación, limpiando, dejando todo inmaculado —Tranquilos, chicos —dijo Lilah dándoles seguridad Isabel arregló todo su escritorio y miró al señor Carter que se acercó —Isa, olvidaste incluir en la prestación de Lilah al señor Reagan. Ella se puso roja, pero Carter sonrió —No te preocupes —dijo al verla tan asustada, cuando las puertas del ascensor se abrieron observaron al hombre ingresar Zackary Reagan ingresó, vestía con un traje pulcro y limpio, zapatos oscuros, brillantes, una corbata combinada, y camisa azul cielo que combinaba con sus ojos azul grisáceos, tenía el gesto severo, saludó al señor Carter, Isabel apenas contuvo su temor, bajó la mirada —¿Llegó la nueva jefa de Recursos humanos? —Así es, Reagan. —No vi el correo. —Sabía que vendrías, quise presentártela yo mismo. Zack asintió y saludó a Isabel quien pudo respirar, Zack caminó a la sala de juntas, mientras Isabel susurraba un gracias a Carter, quien le sonrió, ella se sintió soñada, de ver como su jefe la protegía de todo mal. Zack caminó observando la sala, tocó la mesa y repitió varias veces —Hay polvo, haz que limpien bien —dijo con algo de rabia—. No les pagamos el sueldo gratis —sentenció con amargura —Lo haré —dijo Carter —Llama a la nueva jefa de Recursos humanos, quiero conocerla y darle mis advertencias. Ernest le miró con fastidio —¿Puedo pedirte un favor? Zack le miró con severidad —La verdad es aburrido ver como tratas mal al personal, y después te quejas de porque la gente no dura en la empresa. —Pues, si quieren, hay mucha gente que mataría por estar en mi empresa. —Eso era antes, Zackary, ahora nadie quiere trabajar con personas crueles, así que ten cuidado, si logras que esta nueva jefa de Recursos humanos se vaya, no te conseguiré a otra. —Pues entonces, más te vale haber hecho tu trabajo, y haber entrevistado bien. Ernest puso los ojos en blanco, estaba exhausto del carácter de Reagan y pensó que, si seguía así, pediría a la abuela Reagan que viniera visitar la empresa para que viera como su nieto provocaba la caída de su imperio. Ernest le pidió a Isabel que llamara a Lilah, y ella lo hizo. Lilah caminó a la sala de juntas, por un instante tuvo nervios, recordó a los empleados hablar del «Depredador» y tuvo miedo, pero se armó de valor, ¿Acaso no había estado en peores circunstancias y logró salir adelante? Bueno, ella no temería de cualquier hombre, mientras fuera un simple humano. Entró con determinación. Saludó a Ernest, mientras el señor Reagan estaba de pie, girado a la ventana, sosteniendo lo que parecía un vaso de cristal con agua. Zack abandonó sus pensamientos y se giró a mirar a su nueva empleada —Bienvenida, señorita Lilah Safia… —de pronto el vaso de cristal cayó al suelo haciéndose añicos, Zackary se puso pálido como una hoja de papel, tenía unos ojos grandes observándola muy bien, con un gesto terriblemente sorprendido, ¡Era ella! Y no tuvo dudas: ¡Era la mujer de la noche!
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