Capítulo I: La mujer de la noche
Él abrió los ojos, su cuerpo se sentía exhausto, aunque también parecía haber dormido una eternidad, se removió entre las sábanas, cuando sus manos intentaron tocar del otro lado de la cama y sintió el vacío, se enderezó enseguida, con los ojos aún adormilados, miró alrededor, ella no estaba ahí, estaba en un hotel lujoso, no la vio, tampoco escuchó el sonido de la regadera o de la tina, se puso de pie. Estaba desnudo, dejando su figura masculina expuesta, su m*****o denotaba virilidad, y un deseo estaba reanimándolo, recordó un poco de la noche, una sonrisa ligera se asomó en las comisuras de sus labios, abrió la puerta del cuarto de baño, para quedar estupefacto, ella no estaba ahí, salió y notó que el balcón estaba bien cerrado.
¿Acaso salió y estaba por volver? Se quedó perplejo, no sabía que pensar, nunca tuvo que recurrir a tales servicios, pero fue su mejor amiga Hanna, quien le había convencido de semejante locura, por verlo tan mal desde que su ex novia Melody, lo había dejado por otro hombre, y se había casado con otro.
Miró su ropa, y se quedó pasmado al mirar su cartera sobre el suelo, la levantó rápido, la observó, faltaba todo su dinero en efectivo, solo había diez dólares, sus tarjetas de crédito y los carnets de identificación estaban ahí, sonrió incrédulo
«¿Así que también es una ladrona? Se fue, me dejó aquí botado, como si yo fuese cualquier… cliente. Era solo una prostituta, Zack, solo eso» pensó intentando convencerse de ello.
Se apuró a bañarse y a vestirse, miró su rostro, un ligero recuerdo de las caricias de ayer lo encendieron, ¿Quién era esa mujer? La recordó bien, sabía que podría reconocerla en cualquier lugar, aunque nunca supo su nombre, era hermosa de pies a cabeza, con un cuerpo perfecto y seductor, pero un rostro de niña dulce y buena que apenas aparentaba veinte años lo había cautivado, no sabía quien era
—Es solo la mujer de la noche —sentenció—. Si la quiero volver a ver… solo debo pagar por ella —dijo con la mirada fría, enojada.
Casi estaba por irse, tomó su reloj de oro, sorprendido de que la mujer de la noche no lo hubiese robado, quizás no lo había visto, lo tomó y lo puso en su muñeca, entonces miró a la cama, se quedó sorprendido, movió bien las sábanas, había manchas tenues de sangre, en medio de las sábanas blancas, eran como pequeños pétalos de rosas en la nieve, la idea se le antojó casi erótica
«¿Acaso era virgen?» pensó con duda. Se quedó perturbado
—¿Quién eres mujer de la noche? Te tengo que encontrar —dijo con voz firme y los ojos bien abiertos.
Lilah caminaba de prisa, hacía mucho frío en Queens, aquellos lugares no eran sus rumbos, llevaba un abrigo tan largo, hasta los pies, porque debajo llevaba aquel vestido rojo, en su bolso llevaba los zapatos de tacón, pero ahora calzaba unas botas negras. Su cabello n***o y lacio se volaba con el frío viento. Se detuvo en la esquina esperando, miró a las otras mujeres, fumaban y la miraban, ellas debían vestir con poca ropa, a pesar del frío
—¿Cómo te fue con tu cliente Vip? —dijo una de ellas
—Bien.
—Qué suerte tienen estás nuevas prostitutas jóvenes, ellas pueden elegirse tipos muy ricos y hasta guapos, en mis tiempos mozos, teníamos que soportar a cualquier cerdo —exclamó la más vieja
—Yo no volveré a hacerlo.
—Ojalá y tuviéramos tu suerte, nosotras no podemos salir, más allá del dinero, si salimos nos matan, o a nuestras familias.
Lilah abrió ojos enormes, la mujer sonrió como si aquello no fuera importante, pero Lilah sintió mucho frío, y no era por el invierno, sino por el miedo.
Esa mujer apareció, miró a la jovencita, le hizo una seña de que subiera a su automóvil, ella lo hizo de inmediato, la mujer le mostró el maletín
—Antes de pagarte debes contármelo todo —ella se quedó perpleja, sus mejillas se cubrieron de rubor
—Yo… yo…
—¿Descubrió que eras virgen?
—No lo sé.
Esas palabras decepcionaron a la mujer
—¿Qué te dijo? ¿Te llamó por otro nombre?
Lilah negó
—No dijo mucho… en realidad.
—¿Lo disfrutó?
Ella le miró pálida
—Pues… creo que… no lo sé —dijo cohibida, mientras la mujer sonrió
—¡Qué vas a saber, niña! ¿Te gustó?
Lilah abrió los ojos enormes, casi con pánico.
—No digas nada, mujercita, seguro de que sí, pero ese hombre está muy lejos de cualquier alcance, ese hombre es mío, nació para mí. Aquí está tu p**o —Hanna abrió el maletín, observó ese millón de dólares, luego se lo dio a Lilah—. Llámame si necesitas trabajo o más dinero.
—¡Nunca, señora! Nunca volveré a hacerlo.
Hanna rio mucho
—Todas dicen lo mismo, y luego vuelven.
—Entonces, grábese mi rostro, yo jamás volveré —sentenció Lilah dejándola perpleja, mientras tomaba el maletín y corría lejos de ahí.
Lilah debía llegar al hospital, corrió como si fuera un maratón, casi sin aliento, llamó por teléfono, antes de entrar, pero nadie respondió, llegó hasta la sala de espera, su madre estaba llorando, con tal desconsuelo, ella se acercó rápido
—Mami, tranquila —dijo acariciando su pelo—. Ya tengo el dinero, ya vamos a comprar el riñón de mi hermanito, Eric va a poder recibir su trasplante. No tienes que preocuparte —dijo con ansiedad al mirar a su mamá con demasiado dolor
De pronto Marc la lanzó contra el suelo, sin importar que los vieran, él era su padrastro
—¡Maldita estúpida! Ojalá te hubieras muerto tú, mi pobre criatura, mi pobre hijo, no —exclamó en vuelto en llanto
Lilah rompió en llanto, sintió que se ahogaba, su madre la abrazó rápido
—¡Mami, no! —exclamó llorando
—Mi niño… mi niño se fue al cielo.
Lilah no podía más con la tragedia, que cruel destino, sollozó sintiendo rabia, desesperación y un dolor que rompía su corazón, todo lo que había hecho no valía la pena. De pronto, Marc se fue corriendo, ella intentó detenerlo, el hombre salió por las calles, gritaba, chillaba y se abalanzó a un carro, Lilah gritó que se detuviera, pero fue tarde, fue arrollado por un auto. Lila creyó que se volvería loca, mientras su madre gritaba por ayuda.