Inesita ingresó llorando con desesperación a la mansión, buscó a Susan en el despacho, entró sin pedir permiso. —¡Señora Susan! —exclamó. Franco miró a la dama de compañía de Marypaz con el ceño fruncido, el señor Rossi detestaba que los empleados ingresaran sin tocar a la puerta. —¿Qué sucede Inés? —inquirió Susan, se separó de su esposo, y la miró con atención. —Mi niña Marypaz —balbuceó, se cubrió con ambas manos el rostro, empezó a llorar. Susan abrió sus ojos con amplitud, sintió un estremecimiento en el pecho, pensó que Marypaz se había puesto grave. —¿Qué ocurre con ella? —Salió con el ogri…—Pausó para no decir ogrito, se reprimió apretando los labios y luego prosiguió—, con el señor Gianfranco, y no han regresado, no tengo forma de comunicarme con mi niña, porque él, l