Inesita caminaba de un lado a otro afuera de la mansión, esperando a Marypaz, Betito no dejaba de aullar y eso la tenía en un estado de zozobra. —¿Por qué no viene? —susurró mirando su reloj—, ya mismo llama el señor Juan Andrés, y no sé qué voy a decir. —Señora Inés. La voz del capataz la sobresaltó, volteó y miró su imponente figura. —Dígame —balbuceó. —¿Se encuentra bien? —preguntó—, la escuché hablando sola. —Señor Pietro, es que estoy muy angustiada —expuso agitada—, mi niña Marypaz salió con el ogro, y no ha vuelto, ese par a veces se odian, tengo miedo de que algo malo haya pasado. —Señora, no sea pesimista, seguro su niña, y el señor Gianfranco están disfrutando de la tarde, los dos solos, y seguro ni se acuerdan de usted. —Ladeó los labios, sonriente—, usted debería