—Señor Rossi —habló uno de los encargados del puerto—. Su yate no está en su sitio, revisamos las cámaras de seguridad, su hijo y una señorita se embarcaron, hemos intentado comunicarnos pero no hay señal, tenemos reportes de una gran tormenta en altamar. Franco resopló, su semblante cambió a uno de preocupación, intentó disimular, porque Inesita no dejaba de llorar. —Por favor vayan a buscarlos, deben estar varados. —En este momento vamos a enviar a un buque a rescatarlos, lo mantendré informado. —Yo quiero ir con ustedes, en este momento salgo al puerto. —No tarde —dijo el capitán, como era amigo de Franco decidió esperarlo. —En treinta minutos estoy allá —comunicó y colgó la llamada. —¿Qué está pasando? —indagó Susan, miró a su esposo con atención y arqueó una de sus cejas.