Introducción.
—¡Abre los ojos! ¡Despierta!
La voz gruesa, varonil, y ese acento italiano de Gianfranco Rossi se escuchó en la alcoba. Marypaz Duque parpadeó, ronroneó como un gatito y se aferró más a las sábanas.
Era una fría mañana en Ancona, Italia, el clima invitaba a quedarse en la cama.
—Un ratito más —susurró la bella chica de cabello oscuro, piel trigueña, y ojos azules—, mejor ven a seguir durmiendo conmigo, nos acurrucamos juntos —propuso sin ni siquiera atreverse a abrir los ojos.
—¡Firma los documentos!
La voz llena de sequedad de Gianfranco sobresaltó el pecho de Marypaz, entonces abrió sus ojos, y con el ceño fruncido lo observó.
Él se veía impecable, ya se había bañado, y vestido. La miraba con seriedad como si lo ocurrido entre ellos la noche anterior no hubiera significado nada.
—¿Qué debo firmar? —preguntó tallando sus ojos, aún aletargada.
Gianfranco soltó un resoplido.
—No me hagas perder el tiempo, niñita —musitó arrastrando las palabras, lanzó el folder sobre la cama—, perdiste la apuesta, tu parte de la hacienda esa que dicen que tienen allá en Colombia, me pertenece.
Marypaz separó los labios, las palabras de él se clavaron como estacas en su corazón, pensó que estaba teniendo una horrible pesadilla, porque no podía ser real. Gianfranco no podía haber jugado con ella de ese modo, no después de la maravillosa velada que pasaron juntos la noche anterior, no luego de que ella se entregara a él por primera vez.
«¡Despierta Marypaz!» se dijo así misma en la mente, se pellizcó el brazo y se dio cuenta que no era un sueño, sino una triste realidad.
—¿Estás bromeando? ¿Cierto? —balbuceó, la barbilla le temblaba.
—¿Acaso tengo cara de payaso? —vociferó Gianfranco—, ah se me olvidaba qué siempre me has visto como tu objeto de diversión —resopló apretó los puños. —¡No me digas! ¿Pensaste que había caído en tu juego de seducción? —inquirió y soltó una carcajada llena de ironía—, pues no, yo jamás podría amarte, todo lo hice para ganar la apuesta, así que ahora firma estos documentos.
Marypaz sintió como si un balde de agua helada le cayera encima, la piel se le erizó al escucharlo, el pecho le ardía, apretó los dientes, agarró el folder, ella era una mujer de palabra, había apostado su parte de la hacienda y debía entregársela, pero lo que le partía el alma en miles de pedazos, era haber apostado todo por un amor, haberle entregado su corazón, su cuerpo, su virtud a un hombre que se había burlado de ella, que la había timado, entonces agarró el bolígrafo y firmó los documentos, de inmediato se envolvió en la sábana y se puso de pie.
—Gianfranco Rossi, eres el ser más despreciable que habita sobre la faz de la tierra —expresó sin dejar de reflejarse en los ojos de él—, espero que no sea tarde cuando te arrepientas de haber jugado con mis sentimientos. —Irguió la barbilla—, no creas que me moriré por lo que pasó entre nosotros. —Colocó sus dedos en el pecho de él—, ganaste una apuesta material, pero perdiste un gran amor, por imbécil —refutó, lo empujó, salió de la alcoba de él con el corazón fragmentado en miles de pedacitos.
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Los ladridos de Betito hicieron que Marypaz volviera a la realidad, se hallaba en su alcoba, ya en su casa en Colombia, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, mientras recordaba todo lo que había vivido esos meses en Italia.
—Ay Betito, no debimos enamorarnos, regresamos con el corazón roto, tú sin tu duquesa y yo…—Suspiró profundo—, bueno tú al menos tuviste descendencia, bandido, y por suerte pudimos traernos a dos de los cachorros. —Acarició la cabeza de su perro.
La mascota de servicio de Marypaz daba vuelta por la alcoba con ansiedad, ladraba a su dueña y ella no comprendía nada, parpadeó en repetidas ocasiones.
—¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan inquieto? —inquirió y de pronto un agudo y fuerte dolor de cabeza punzó la nuca de Marypaz, ella apretó los párpados. —¡Auh! ¡Duele! ¡Duele mucho! —La voz le sonó débil, el dolor era tan profundo que sentía que el cerebro se le partía en dos, cuando abrió los ojos, todo se volvió oscuro. —¿Qué ocurre? ¿Por qué no puedo ver nada? ¡Beto ayuda!
Marypaz palpó su cama, intentó ponerse de pie, y cuando lo logró, se desvaneció, cayó sobre la alfombra de su alcoba.
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Gianluca Rossi, observaba con tristeza y nostalgia los videos que habían hecho junto con Marypaz, ella se había convertido en su mejor amiga, su confidente, con ella habían vivido momentos de locura, diversión, y hasta tristezas, su amiga se había ido de Ancona con el corazón roto, apretó los puños al recordar los motivos.
—¿Qué diablos estás mirando? —cuestionó Gianfranco, él era el causante de su ira—. Los trabajadores están sin hacer nada, y tú aquí pasando el tiempo —refutó, con voz firme.
—¡A mí no me grites! —Gianluca se puso de pie, lo miró con desprecio.
—¿Qué te pasa? —Gianfranco lo observó extrañado, no comprendía nada la actitud de su hermano—, mejor ve a trabajar, deja de perder el tiempo. —Se quedó en silencio unos minutos, la mirada se le volvió oscura—. Ah, claro, estás mirando los absurdos videos que hace tu…
—¡Lávate el hocico para hablar mal de ella! —Gianluca colocó las manos en el pecho de su hermano y lo empujó.
Gianfranco se tambaleó, apretó los puños para contenerse, no iba a pelear con su hermano por una mujer que él consideraba que no valía la pena, bueno eso se repetía a sí mismo, para no perder la cordura.
—No te respondo como debería, porque… la innombrable no va a dividir nuestra familia.
Gianluca apretó los dientes.
—Pues sí la dividió, no te considero mi hermano, no deberías llevar el apellido Rossi, lo que le hiciste no tiene perdón —refutó iracundo.
Gianfranco sacudió la cabeza, resopló, negó.
—¿Lo qué yo hice? —refutó con seriedad, soltó un bufido lleno de ironía—, hice lo correcto, ustedes dos me estaban viendo la cara de pendejo, tu amor por ella te iba a hacer traicionar a la familia —vociferó agitando los brazos, los celos hacían hervir su sangre—, yo los escuché, por eso jugué las cartas a mi modo.
Gianluca arrugó el ceño extrañado, se aclaró la garganta.
—¿De qué mierd@ estás hablando? —indagó sin comprender—, tú la engañaste, para ganar la apuesta, ella no, ella nunca mintió, ella es una persona de corazón noble, transparente, incapaz de engañar.
Gianfranco soltó un bufido, y luego una risa llena de cinismo salió de su boca.
—¡Los vi besándose! —gruñó, apretó sus puños con todas sus fuerzas, los celos, la rabia, le habían nublado el pensamiento aquella tarde, y no midió las consecuencias de sus actos. —¡Eres mi hermano!
Gianluca puso los ojos en blanco.
—¿Besándonos? ¡Te equivocas, imbécil! —gritó—, esa fue una actuación para algo que a ti no te importa, eso es asunto personal mío. Marypaz y yo jamás tuvimos nada que no fuera amistad ¿sabes por qué? —preguntó alzando más el tono de su voz. —¡Porque ella te ama a ti!
De pronto el rostro de Gianfranco se desencajó por completo, su corazón tembló, parpadeó en repetidas ocasiones.
—No mientas —balbuceó, bajó el tono de voz—, los escuché, hablaban de un plan para engañarme, seguro para ganar la apuesta —titubeó, el corazón le latía a prisa.
—¡Ella tenía razón, tienes poco cerebro! —gritó Gianluca—, ese plan, era para darte una sorpresa, ella no te iba a engañar, de todos modos, iba a cumplir con lo pactado en la apuesta, pero tú, te burlaste de ella, jugaste con sus sentimientos, le rompiste el corazón, no mereces ser parte de la familia.
—¿Por qué Gianfranco no merece ser parte de la familia? —La voz del señor Rossi se escuchó, encaró a sus dos hijos, los miró con seriedad.
—Vamos, habla, respóndele a papá —gritó Gianluca.
—No es nada, es un asunto personal que debo resolver —carraspeó Gianfranco.
—¡Hablen! —ordenó el padre de ambos chicos.
—Gianfranco y Marypaz hicieron una apuesta, el que perdía entregaba su parte de la herencia de su familia, tu hijo, mi hermano, la engañó, se acostó con ella, y le quitó sus tierras.
Franco Rossi, arrugó el ceño, la vena de su frente saltó, miró a su hijo sin poder creer que hubiera hecho eso.
—No comprendo bien, ¿cómo que una apuesta?
—Apostaron que el primero que se enamorara del otro perdería, él la engañó, la conquistó, le hizo creer que la amaba y todo era mentira, le quitó sus tierras, porque la apuesta fue notariada —confesó Gianluca.
Franco se llevó la mano a la frente, ahora entendía porque aquella muchacha se había marchado sin despedirse de nadie, se aproximó a su hijo, y le lanzó dos bofetadas una en cada mejilla.
—¡Jamás te enseñé a burlarte de las personas, ni a jugar con los sentimientos! —vociferó. —¿Cómo pudiste engañarla? —cuestionó resoplando.
Gianfranco inclinó la cabeza, recibió las bofetadas sin chistar, no tenía justificación, ni argumentos de defensa, había caído en lo más bajo, pero solo él conocía sus verdaderos sentimientos hacia ella.
—¡Responde! —gritó el señor Rossi.
—No tengo nada qué decir —expresó Gianfranco.
—¡Recoge tus cosas, y lárgate de esta casa! —ordenó el señor Rossi—, por cierto, te quedas sin parte de la herencia, y sin tu cargo en la empresa, ah, y me entregas los documentos que le hiciste firmar a la señorita Duque, porque no le vas a quitar sus tierras. ¿Entendido?
Gianfranco inhaló una gran bocanada de aire, asintió, en eso apareció su madre, y preguntó qué ocurría, los gritos se escuchaban hasta el interior de la casa, cuando le dieron el resumen, no lo pudo creer, se sintió indignada, asqueada, y hasta avergonzada con Marypaz, ella se había convertido en la alegría de esa casa, se había ganado el cariño de todas las personas ahí, no le cabía en la cabeza que su hijo hubiera actuado de esa forma, si cuando los veía juntos se notaba que salían chispas entre ellos.
De pronto el ama de llaves apareció agitada y con el rostro lleno de lágrimas.
—Señora Susan —exclamó sollozando.
—¿Qué ocurre? —preguntó Franco, la empleada casi no podía ni hablar.
—La señora Gianna llamó a avisar que se van para Colombia, urgente, es que la niña Marypaz…
Gianfranco abrió sus ojos de par en par, y el corazón le empezó a latir desaforado, se abrió paso en medio de sus padres, agarró de los hombros a Martina.
—¿Qué le pasó a Marypaz? —preguntó percibiendo un escalofrío en todo el cuerpo.
—Ella… ay niño Franquito, es horrible…
—¡Habla! —gritó desesperado, sentía que iba a enloquecer de un momento a otro.
—No sé bien, pero está muy grave, y… parece que se va a morir.
«Morirse»
Esa frase hizo eco en la mente de Gianfranco, sintió que el corazón se le detenía por segundos, de la impresión cayó al piso de rodillas, estaba completamente pálido, con el rostro desencajado, había actuado llevado de sus impulsos, de los celos, y ahora… quizás no tendría la oportunidad de verla una vez más, de volver a reflejarse en esos profundos y vivaces ojos azules llenos de vida, tal vez ya no volvería a probar el sabor de sus besos, ni tendría que soportar que siempre estuviera ahí fastidiando, sacándolo de su zona de confort, alborotándole la vida como lo hizo desde el día que llegó a su casa, quizás no tendría tiempo de pedirle perdón, y decirle lo que no pudo confesarle: que la amaba como un loco.