—Tienes razón Marypaz, Franco es bruto, pero así lo amo —La voz de Susan sacó de sus cavilaciones a su hijo.
El señor Rossi contempló a Susan con el amor de siempre, ladeó sus labios, sonriendo.
—Señorita Duque, vamos le muestro los viñedos, quiero que empiece a trabajar ya en ese documental, antes que cause más destrozos en mi hacienda —bromeó.
Marypaz no pudo evitar reír al escuchar al señor Rossi. Antes de abandonar la alcoba de Gianfranco, lo miró una vez más.
—Soy Marypaz Duque, mucho gusto.
—¿Marypaz? —cuestionó Gianfranco, resopló, y arrugó el ceño. — ¿Tú eres la que me puso de apodo: el ogro del pantano?
Marypaz encogió sus hombros, volvió a sonreír.
—Tranquilo, es que aún no conocía tus atributos —Mordió sus labios, sus ojos mostraron un destello de picardía—, además cuando dije que eras un dios del Olimpo, no te enojaste, te pavoneaste todo orgulloso.
Franco miró con atención a su hijo.
—¿Dios del Olimpo?
Gianfranco se aclaró la garganta, estaba por aclarar las cosas, cuando fue interrumpido.
—¡Niña Marypaz! —Inesita entró corriendo a la alcoba, la abrazó. —¿Se encuentra bien?
—Sí, estoy muy bien, de maravilla —contestó con la mirada brillante.
Y de pronto Betito entró desaforado, jadeando agitado para encontrarse con su dueña, sin embargo, en ese instante la duquesa volvió a la recamara, ambos perros se olfatearon, y luego la perrita se acercó al canino, y le lamió las orejas, se le restregó una vez más.
Gianfranco separó los labios, sus ojos se abrieron con amplitud, apretó los puños.
—¡Duquesa! —gritó enfurecido. —¡Aléjate de ese animal!
La duquesa por primera vez le desobedeció. Gianfranco soltó un bufido, sacudió la cabeza, se acercó, cuando quiso agarrarla de la correa, Betito le gruñó enfurecido, y le saltó encima.
—Beto, no —chilló Marypaz.
Gianfranco de nuevo terminó en el piso, y esta vez al que tenía encima era a la mascota de Marypaz.
Betito le gruñía, mostraba sus dientes, enfurecido.
—Aléjate de mí, mugroso animal —gritó Gianfranco.
Marypaz arrugó el ceño, apretó los dientes, se acercó a su fiel compañero.
—Beto, bájate —ordenó, le acarició la cabeza—, ven conmigo mi amor, no vayas a morder a Gianfranco, no vaya a ser que te de rabia, o alguna infección —expresó y luego miró desafiante al hombre en el piso—. Te aseguro que mi Betito es mucho más limpio que tú, no es ningún mugroso, él se baña seguido, y tú… ¿quién sabe? puede que el de hoy haya sido tu baño anual. —¡Vámonos! —ordenó—, salgamos de la cueva del ogro.
—No quiero a ese animal cerca de mi duquesa —gruñó y alzó la voz.
«Demasiado tarde cariño, ellos ya tuvieron su encuentro cercano» Marypaz lo observó con esa expresión triunfante en su mirada. Agarró de la correa a su mascota, lo sacó a pesar de que mostraba resistencia.
La duquesa quiso ir tras de Betito.
—Duquesa, ven acá —ordenó Gianfranco.
Marypaz acarició el blanco pelaje de la perrita, le hizo mimos en las orejas.
—Ve con el ogro princesa, pero cuidado y te come, se una buena niña, obedece.
La perrita inclinó la cabeza, emitió un gemido, como un sonido de resignación, entonces de forma sorprendente obedeció a Marypaz, volteó y regresó junto a su dueño, se acercó a él, y le lamió la mano.
«No lo puedo creer» Gianfranco se quedó estático, con la boca abierta, su mascota no se acercaba a los desconocidos, es más a veces les gruñía a sus primos, y ni hablar de Ludovica, pero con Marypaz era dócil. «Esta mujer es una hechicera» pensó que tenía algún poder mágico para lograr tener a todos encantados con ella.
—Niña Marypaz no vuelva a hacer eso —reclamó Inesita, con la mano en el pecho—, pensamos lo peor, los niños fueron corriendo a llamar a su papá.
En ese momento Joaquín subió con sus hijos corriendo por las escaleras, miró a Marypaz, y dejó salir el aire que contenía.
—¿Estás bien? —averiguó, agitado. —¡Qué susto me han dado!
—Sí tranquilos, no me pasó nada, caí en blandito. —Sonrió—, lástima que el hechizo duró poco y el príncipe se transformó en ogro. —Carcajeó.
Los mellizos al oírla también carcajearon.
Franco se aclaró la garganta.
—Señorita Duque, la espero abajo en los viñedos, no tarde.
Marypaz se paró en posición firme y colocó su mano derecha a la altura de la sien como lo hacen los militares.
—Como usted ordene —bromeó.
Susan sonrió divertida, agarró del brazo a su esposo.
—Te esperamos Marypaz —añadió.
Joaquín se quedó más tranquilo al ver que su prima estaba ilesa, dejó que la chica fuera a alistarse para acompañar a su suegro a recorrer la hacienda.
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—Un dios del Olimpo —susurró Gianfranco acostado en su cama, acariciando el pelaje de la duquesa, no podía evitar sonreír como un completo idiota, pero es que Marypaz lo había dejado impresionado, si ella había escuchado las campanas del Vaticano, él había percibido luces y fuegos artificiales a su alrededor, pero obviamente era muy tradicionalista, y no consideraba a una chiquilla alocada, irreverente y descarada la compañera ideal. Suspiró profundo, y de pronto el sonido de su móvil lo sacó de ese trance, reaccionó al darse cuenta de que era su novia Ludovica.
A ella la conoció en la universidad, gracias a unos amigos en común, cuando cursaban sus carreras eran solo amigos, salían a la ópera, al teatro, a cenar, coincidían en eventos de las empresas familiares, y fue hasta después de que se graduaron que se hicieron novios, llevaban ya tres años de relación.
—Hola, supe que te habías regresado a Ancona, ¿todo en orden?
—Sí, todo en orden, pensé que había problemas con la duquesa.
Un bufido se escuchó al otro lado de la línea.
—¿Dejaste ese congreso importante para ir a ver cómo está tu mascota? —reclamó—. Gianfranco a veces te desconozco, dices que lo más importante en tu vida es tu carrera, y ser el CEO de la empresa, y pierdes tu tiempo con un animal.
Gianfranco resopló, soltó un gruñido.
—Sabes bien que la Duquesa no es un simple animal, es parte de mi familia, ¿por qué no lo entiendes?
—¿Por qué no comprendes tú que solo son animales? —vociferó furiosa—, los perros son animales molestos que lo único que hacen es ladrar, gruñir, y nada más.
Gianfranco apretó los puños.
—No estoy de humor para discutir, nos vemos después.
—No estoy en Italia —comunicó—, acompañé a mi mamá a un desfile de modas en New York, estaré acá una semana.
—Entonces hablamos cuando te calmes. —Colgó la llamada, soltó un bufido, y miró a su mascota—, tranquila, hay gente que no comprende que eres parte de la familia, y que los animales también tienen sentimientos, ¿verdad? —Acarició el lomo de la duquesa.
La duquesa le ladró como consintiendo. Gianfranco sonrió, y recordó la dulzura con la que Marypaz la trató, sintió un estremecimiento en el corazón, sacudió la cabeza.
—Bueno ahora que estás más tranquila vamos a retomar tu entrenamiento, no has hecho tus ejercicios, y espero no te andes restregando con ese perro pulgoso de Marypaz, tú eres una niña de casa, y él quién sabe qué modales tenga, no es nada educado.
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—Es decir que acá no hay un tiempo específico para la cosecha, sino que se debe decidir el momento exacto en el cual la uva está lista —manifestó Marypaz luego de escuchar la explicación del señor Rossi.
—Así es, nosotros escogemos la época de la vendimia —aseguró, mientras le seguía dando el recorrido por la hacienda.
—En el café es diferente, la mejor época para cosechar es en septiembre —explicó Marypaz, y siguió poniendo atención, ella era muy profesional, y receptiva, siempre buscaba la manera de comprender qué era lo que el cliente requería.
Entre tanto Gianfranco también se encontraba en los viñedos, puso en cero su cronómetro, y esperó que su mascota fuera corriendo tras de él, pero la duquesa se echó de panza sobre el pasto y no se movió.
—¿Qué tienes? ¿Por qué no quieres correr conmigo? ¿Te duele algo?
Gianfranco la inspeccionó con la mirada, la acarició, ella solo se dejaba mimar, entonces miró a uno de los trabajadores, y lo llamó.
—Dile a Martina que venga en este momento.
El jovencito corrió hacia la cocina, y de inmediato le dio el recado al ama de llaves, la mujer se secó las manos en el delantal, y corrió al llamado de su patrón.
—¿Qué pasa niño Franquito?
—¿Qué le diste de comer a la duquesa? —preguntó con seriedad en un tono de voz áspero y ronco.
Martina palideció, temía lo peor, si la duquesa había quedado preñada, su dueño iba a poner el grito en el cielo, y seguro la iba a despedir.
—Lo de siempre —balbuceó.
—¿Por qué estás nerviosa Martina? —preguntó Gianfranco, irguió su postura y la miró a los ojos.
La mujer empezó a temblar, sus ojos bailaban de un lado a otro, señal de que estaba nerviosa.
—¡Ay niño Franquito! ¡Todo fue culpa de ese horroroso animal!