Los músculos de Gianfranco se tensaron, su respiración se volvió irregular.
—¿De qué diablos estás hablando? ¿Qué pasó? —gritó, sus ojos centelleaban de ira.
Martina entre balbuceos y sollozos terminó confesando lo que ocurrió esa noche.
—Y la señorita esa, planeó engañarlo niño Franquito, yo no quería, pero ella para que usted no le hiciera nada a su pulgoso animal, se hizo pasar por la duquesa.
Gianfranco tensó la mandíbula, gruñó iracundo.
—¡Marypaz Duque, me las vas a pagar! —rugió fuerte Gianfranco, luego agarró de los hombros al ama de llaves y la zarandeó. —¿Por qué no la cuidaste? —inquirió vociferando. — ¡Maldito animal! ¡Va a ver lo que le voy a hacer!
De inmediato caminó a zancadas por los viñedos, resoplaba a cada instante y apretaba los puños, fue en busca de la culpable, la dueña de Beto: Marypaz, preguntó a los trabajadores por ella cuando no la encontró, pero ellos le indicaron que se había ido con Franco a las bodegas.
Gianfranco soltó un gruñido y en ese momento se encontró con el acusado, Betito se encontraba con Inesita. Marypaz no había podido llevarlo a las bodegas debido al proceso de la elaboración del vino.
—Así que aquí estás mugroso y desgraciado animal —bramó Gianfranco resoplando.
El canino gruñó y le empezó a ladrar enfurecido.
—Quieto —le decía Inesita, pero el animal se sentía amenazado debido a la expresión corporal que tenía Gianfranco, era intimidante, además que el tono de su voz lo asustaba, por eso le ladraba.
Entonces Gianfranco relajó su postura, se calmó para ganarse la confianza del animal.
—Tranquilo, no te voy a hacer nada —expresó en tono suave.
Los ladridos de Beto se fueron calmando, entonces Gianfranco aprovechó para acercarse al perro, primero acarició su pelaje.
—Deme la correa señora —solicitó a Inesita.
—¿Para qué? —preguntó ella, irguió el mentón.
—Eso no es asunto suyo, esta es mi casa y aquí mando yo —vociferó él.
—Pero Betito es de mi niña Marypaz, y no voy a permitir que usted lo toque —expresó con firmeza.
—No se meta en esto señora, deme al animal —ordenó, forcejeó con Inés y logró arrebatarle la cadena.
Betito empezó a gruñir, ponía objeción, forcejeaba con Gianfranco, intentaba morderlo, entonces el joven pidió ayuda a sus empleados, y entre varios lograron domar al pobre animal, que se sentía acorralado e indefenso sin su dueña para rescatarlo.
—¡Espere! —gritó Inesita, la mujer iba tras de Gianfranco, sin saber qué pensaba hacer, entonces el joven Rossi pidió a uno de sus empleados una cadena, y con eso llevó a Betito a la parte más alejada de la hacienda y lo encadenó a un árbol—. Así debieron tenerte antes de que te atrevieras a tocar a mi niña, de aquí no te moverás animal infernal —vociferó—, y te advierto que, si me duquesa está preñada, yo mismo voy a castrarte —enfatizó, respiraba agitado.
—Usted es un animal, cuando mi niña se entere, le va a ir muy mal, usted no sabe con quién se está metiendo —advirtió.
—Yo no le tengo miedo a esa loca, ella es la culpable por no educar bien a este horrendo animal abusivo.
Inés lo miró con profunda seriedad, estaba horrorizada por lo que hizo, pero Gianfranco Rossi no sabía que había cometido uno de los peores errores de su vida, y que Marypaz le iba a hacer pagar bien caro el haber amarrado a su mascota.
Inesita sin pérdida de tiempo corrió a buscar a su dueña, agitada preguntaba entre los empleados, y de pronto la vio llegar con el señor Rossi, entonces a paso acelerado se aproximó la agarró de la mano y la jaló a un sitio privado.
—Niña ha pasado algo terrible —expresó con la voz temblorosa, casi sollozando—. El dueño de la duquesa acaba de encadenar a Betito a un árbol, se enteró de lo que ocurrió y anda echando chispas.
—¿Qué? —Marypaz sintió que la ira se apoderó de su cuerpo, la sangre le hervía, apretó los dientes. —¿A dónde lo llevó? ¿Cómo qué encadenó a mi Betito? —preguntó, el pulso se le aceleró.
—Venga niña Marypaz, ese desgraciado lo llevó a un sitio más alejado de la hacienda.
Enseguida la chica siguió a su ama de llaves, y a medida que se acercaba, escuchaba los gemidos lastimeros de su mascota.
—¡Mi Betito! —el corazón se le estremeció, y cuando lo miró amarrado al árbol, sintió una opresión en el pecho, se acercó corriendo a él, y lo abrazó—. Tranquilo mi vida, no sufras, no vas a permanecer aquí mucho tiempo. —Lo acarició para que el animalito dejara de llorar. —¡Te juro que nos las va a pagar! —exclamó conmovida con la voz temblorosa. Betito siempre había sido un animal libre—, tranquilo, mi amor, que a él le va a suceder lo mismo que te hizo, ten paciencia, te voy a rescatar, y luego voy a darle su merecido a Gianfranco Rossi, ese ogro no sabe con quién se metió.
Marypaz pidió a los empleados que cortaran esa cadena, pero todos se negaron, apretó los puños enfurecida, y con todo el dolor en su alma de no haber podido rescatar a su mascota, pidió que la llevaran a la ciudad.
En la noche no apareció para cenar, y a Gianfranco se le hizo extraño que no apareciera, no sabía que ella estaba ideando su plan de venganza, además estaba acompañando a Betito para que no se sintiera solo, le llevó agua y comida.
—Niña Marypaz, ya todos se fueron a dormir —avisó Inesita.
—Inés asegúrate que el ogro esté dormido —solicitó Marypaz.
—Enseguida, niña, a ese muchacho presumido hay que darle su merecido. —Apretó sus puños.
Una media hora después Inesita regresó con noticias alentadoras, entonces la nana se quedó cuidando a Betito y Marypaz fue decidida a hacer justicia.
Con mucho cuidado ingresó a la alcoba de Gianfranco, con sigilo sacó su móvil y prendió la linterna para no tropezar con algún objeto y hacer ruido, el joven Rossi dormía plácidamente, Marypaz se aproximó a la cama antes de poner en marcha su plan, lo contempló.
«Vaya que eres muy guapo, pero lo que le hiciste a mi Betito no te lo voy a perdonar»
Aprovechó el instante en el cual él se acomodó, se puso recto en la cama, boca arriba, y entonces Marypaz con delicadeza agarró el brazo que Gianfranco tenía libre y le colocó una esposa que había conseguido en una tienda de objetos s3xuales.
Ese clic alertó a Gianfranco y fue entonces cuando Marypaz con rapidez se subió a horcajadas encima de él, y colocó la otra esposa a uno de los barrotes de madera de la cama, cuando el joven Rossi intentó mover el brazo, se dio cuenta que estaba prisionero, sintió un peso encima de él, sacudió la cabeza, parpadeó, abrió los ojos, todo era penumbra, pero a través de la luz de la luna que se filtraba por la puerta del balcón, miró esa silueta femenina.
—¿Qué está pasando? —gruñó, intentó zafarse con el brazo que tenía libre, pero era imposible, hacía presión intentando soltarse, pero estaba esposado a su propia cama—, pero… ¿a quién se le ocurrió? —vociferó. —¡Auxilio! —gritó.
Marypaz no se quitó de encima de él, con ambas manos le tapó la boca.
—¡Cállate o te irá peor! —amenazó. Él movió la cabeza asintiendo, entonces ella como pudo encendió una de las lámparas de la mesa de noche. —¿Qué se siente estar prisionero? —preguntó Marypaz.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó Gianfranco, resoplando. —¡Suéltame!
—¡Dame la llave del candado con el cual tienes atado a mi Betito! —ordenó ella.
—¡No! —contestó él con firmeza—, ese inmundo animal, se aprovechó de mi niña, y reza por que no esté embarazada.
Marypaz soltó una carcajada burlesca.
—¿Embarazada? —bufó—, lo que tienes de guapo, lo tienes de bruto, los animales no se embarazan, se preñan, además deberías estar contento, mi Betito es un perro de r**a, de sangre azul y bien bonito —aseguró—, y además tengo testigos de que tu niña, se le restregó a mi niño apenas lo vio —afirmó.
—Es un perro horroroso seguro la llenó de pulgas y garrapatas —musitó Gianfranco—, mientes, mi duquesa es una niña educada.
—Mira Gianfranco Rossi, no te voy a permitir que te refieras así de mi Betito, más pulgoso serás tú —vociferó ella, lo miraba con seriedad, con su expresión amenazadora. —¡Educada! —bufó. —¿Quieres saber todo lo que le hizo a mi Betito?
—A ver, miénteme —ordenó.
Marypaz inclinó su rostro muy cerca del de Franco, ambos pudieron inhalar sus aromas, sentir el calor de sus cuerpos, ella sin ningún pudor restregó su cara con la de él, y de pronto ambos sintieron un corrientazo.
Gianfranco inhaló profundamente.
—Señorita Duque —carraspeó—, no le pedí que me demostrara con hechos —murmuró casi sin aliento.
Marypaz suspiró, el aroma de él era seductor, olía a madera y cuero, sintió cómo su estómago se encogió, y una cálida energía le recorrió la piel, pero estaba decidida a demostrarle que Betito era inocente.
—Solo te estoy mostrando como tu niña sedujo a mi inocente Betito, no conforme con restregársele le lamio así. —La lengua de Marypaz recorrió el cuello de Gianfranco.
El joven Rossi cerró sus ojos, su cuerpo reaccionó de inmediato a esa caricia, su sangre se encendió, apretó el puño que tenía libre para contenerse.
—Señorita Duque, está jugando con fuego —susurró con la voz ronca, giró su rostro, entonces ella hizo lo mismo y de pronto sus labios se rozaron.