—¿Qué? —Gianfranco resopló iracundo, abrió sus ojos con amplitud, la vena de su frente saltó a simple vista. —¡Esas inmoralidades no se permiten en esta casa! —¿Quién lo dice? ¿Tú? —cuestionó Gianluca, se acomodó junto a Marypaz y la tomó de la barbilla. —¿Cuántos nietos quieres darle a mi papá? —susurró sonriente muy cerca de los labios de ella. —Los que tú quieras mi rey, veamos qué rendidor eres, mira que los antepasados de mi Betito se reproducen entre cuatro a cinco cachorros de una —expresó y sonrió—, pero debemos tener cuidado, no vaya a ser que el niño Franquito corra con el chisme a la habitación de don ogro. —Carcajeó. Gianfranco apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. —¡Es usted una inmoral señorita Duque! —vociferó. —¿Ah sí? —cuestionó