Gianfranco se quedó estático, sabía que le debía a su familia muchas explicaciones, pero no se encontraba listo para darlas, no cuando ni él podía poner en claro sus ideas, soltó un bufido de inconformidad y caminó tras de su padre por los amplios pasillos de la mansión, siguiéndolo hasta el despacho. El paso de ambos hombres se detuvo cuando el móvil del más joven sonó. Franco volteó y observó con seriedad a su hijo. Gianfranco sacó del bolsillo de su pantalón el teléfono y miró, sus labios dibujaron una mueca, era el padre de Ludovica. —¿Problemas? —preguntó Franco. —Es Salvatore. —Responde, ese hombre debe estar furioso, su hija no salió de aquí en buenas condiciones, te espero en el despacho —expresó el padre con su voz serena pero firme. Gianfranco asintió, se alejó y resp