Franco empezó a toser de la impresión, y para la buena suerte de él, apareció Martina sosteniendo por la correa a la duquesa, la mascota de Gianfranco.
La perra empezó a ladrar al ver a gente desconocida. Beto al escuchar esos ladridos hizo lo mismo, de pronto la hacienda se llenó de un concierto de sonidos perrunos.
—Tranquila niña duquesa, ese animal tan horroroso y enorme, no va a acercarse a usted —murmuró bajito Martina.
Betito empezó a dar vueltas, tanto que por poco lanzó al suelo a Inesita, el perro jaló a la mujer hasta llegar hasta donde estaba la duquesa, pues el canino con su gran olfato detectó que la perrita estaba en celo.
La duquesa lo olfateó, y empezó a olerle las orejas, a querer jugar con él, se le restregó, en varias ocasiones.
—¡Aléjate de ella! —vociferó Martina—, animal pulgoso.
Inesita no comprendió lo que dijo el ama de llaves, pero Marypaz sí.
—Mi Betito no es ningún pulgoso —recriminó, observó al ama de llaves con esa expresión fulminante en la mirada, y luego se acercó a la perrita, y le acarició las orejas—, qué preciosa eres, estás muy linda, y bastante coqueta, apenas conoces a mi Beto y ya te le estas restregando —advirtió, le apuntó con el dedo.
La duquesa emitió un sonido como un leve gemido, se agachó y colocó su cabeza sobre sus dos patas delanteras.
Martina se quedó con la boca abierta al ver como la duquesa, se dejaba acariciar de aquella desconocida, cuando solo dejaba que se la acercara su dueño Gianfranco.
«Si mi niño Franquito ve esto, se muere de la impresión»
—Vamos a la casa —propuso Susan—, les voy a mostrar sus habitaciones.
Marypaz acarició una vez más a la duquesa, y luego le pidió a Inesita que llevara a Betito a hacer sus necesidades antes de meterlo a la casa.
Cuando Marypaz entró a la mansión Rossi, fue recibida por la esposa de su primo, y sus hijos.
—Marypaz —exclamaron Lionel y Luisana, corrieron y la abrazaron.
—Me da tanto gusto verlos niños, nos vamos a divertir mucho juntos —expresó, besó a cada mellizo en la mejilla, y luego se acercó y abrazó con cuidado a Gianna, la esposa de Joaquin, quién estaba embarazada, tenía cinco meses de embarazo.
—Bienvenida a casa Rossi —expresó con sinceridad Gianna—, me alegra que hayas podido venir. —Sonrió.
—Pues sí, le prometí a tu papá hacer un documental de los viñedos, y lo voy a cumplir, claro que no hemos hablado del precio, y ahora que me enteré de que esperas mellizos, creo que subiré la tarifa, debo comprar más tierras, en la Momposina no cabe un Duque más —bromeó.
Gianna no pudo evitar soltar una carcajada.
—Tranquila, acá en Italia tenemos espacio para muchos Rossi —comentó, y enseguida junto con Susan le mostraron sus habitaciones.
La casa tenía una decoración y estilo barroco. Enormes y elegantes lámparas estilo candelabros colgaban del techo. Los pasillos que conectaban las habitaciones tenían sobre el piso finas alfombras, y faroles en los muros.
«Inesita tiene razón, me siento en el castillo del conde Drácula» pensó Marypaz, sonrió.
Cuando entró a su alcoba, lo primero que hizo fue salir a la terraza, desde ahí la vista a los viñedos era maravillosa.
—Wao, qué hermoso —exclamó.
—Espero te sientas cómoda —advirtió Susan.
Marypaz sonrió y agradeció la gentileza. El resto de la tarde salió con los niños a recorrer la hacienda, junto a Betito, quién andaba intranquilo, desesperado por ir a ver a la duquesa.
La cena se efectuó con tranquilidad, entre risas y anécdotas, luego de despedirse de la familia, Marypaz se fue a su habitación, Betito le hizo acuerdo de las medicinas, ella las tomó, se acostó a dormir, y el canino, lo hizo al pie de la cama.
Inesita jamás se dormía antes de hacer ronda a Marypaz, entró a la alcoba, notó que su ama descansaba tranquila, pero que Betito estaba inquieto, quería salir de la habitación, la mujer pensó qué a hacer sus necesidades, bajó con el canino, lo sacó por la cocina y lo dejó que fuera a recorrer los viñedos.
Martina finalizó de orar, y notó que la duquesa raspaba con ansiedad la puerta, pensó lo mismo que Inesita, que la perrita quería hacer sus necesidades, apenas le abrió, ella salió corriendo, la puerta de la cocina estaba abierta y se escapó por ahí.
****
A las seis am la alarma del móvil de Marypaz la despertó, debía tomar sus medicamentos. Estiró sus brazos, talló sus ojos, y frunció el ceño, su amada mascota no estaba lamiéndole el rostro, o ladrando para avisarle de los medicamentos, entonces miró que no estaba dormido al pie de su cama.
—Qué extraño, ¿en dónde estará mi Betito? —preguntó, tomó las medicinas y salió al pasillo, fue a la habitación junto a la de ella, que es la que habían dispuesto para su nana, golpeó la puerta varias veces, y al notar que nadie respondía, de inmediato abrió.
—¡Inesita! ¡Betito! —exclamó, los buscó, pero ninguno apareció, entonces bajó corriendo las escaleras, varias empleadas la miraron y saludaron, se dio cuenta que la familia aún no despertaba.
Entonces salió al jardín, parpadeó al ver a Inés sentada en las gradas que daban a una de las habitaciones de la mansión, su cabeza estaba pegada a la de la señora que el día anterior tenía a la duquesa.
—¡Inés! —susurró Marypaz, la movió con cuidado. —¿Qué haces aquí?
La mujer bostezó, y se dio cuenta que se había dormido junto al ama de llaves de los Rossi, esperando a Betito.
—Ay niña Marypaz —expresó al verla, su voz era de angustia—. Betito no aparece.
—¿Cómo que mi Betito ha desaparecido? ¡Inés hay que buscarlo! —exclamó, sintió que el corazón se le aceleraba, los ojos se le llenaron de lágrimas—, pero: ¿cómo pudo irse, si estaba durmiendo conmigo?
Inés le explicó todo lo que ocurrió la noche anterior.
—¡No puede ser!
En ese preciso momento el móvil del ama de llaves de los Rossi, sonó en el bolsillo de su suéter, la mujer quién tenía la cabeza contra una pared, despertó asustada, se despabiló, y al mirar quién la llamaba palideció.
—¡Ay no! ¡Va a ocurrir una tragedia! ¡Es el niño Franquito! —exclamó—, cada que se va de viaje me pide que le pase a la duquesa, y ella le responde con ladridos. ¿Qué voy a hacer?
Marypaz se quedó pensativa, entonces tuvo una idea bastante loca.
—Vamos a engañar al tal Franquito.
—¿Cómo? —preguntó Martina, la miró intrigada.
—Yo seré la duquesa, anda responde.
Martina la observó con los ojos bien abiertos, negó, sabía que no era buena idea, pero peor era no responder, o decirle la verdad a Gianfranco, contestó y colocó el altavoz.
—Niño Franquito, perdone por no contestar, le estaba dando sus alimentos a la duquesa —expuso jadeante.
—¿Todo en orden? —preguntó Gianfranco. —¿Ya llegó esa gente de América? —averiguó en un tono que a Marypaz no le gustó, claro que la voz de él era gruesa, varonil, y ese acento italiano le erizó la piel.
«Seguramente eres un odioso, por eso los niños no te soportan, entonces tú eres el ogro»
—Sí, ya llegaron, pero todo tranquilo.
—Ah, qué bueno, y ¿cómo se ha portado la duquesa en mi ausencia?
—Bien, sin novedad.
—¿Me la pasas?
Martina miró a Marypaz, ella asintió. El ama de llaves colocó el móvil cerca de la joven colombiana.
—Duquesa, mi amor, ¿cómo estás?
«Vaya, veo que trata muy bien a su mascota»
Marypaz hizo un sonido como una especie de gemido. Inesita, se cubrió la boca para no soltar una carcajada.
—¿Te duele algo Duquesa? ¿Me extrañas?
—Auhhhhhh —aulló Marypaz.
«Algo anda mal» pensó Gianfranco, frunció el ceño.
—Seguramente estás nerviosa por ese animal extraño en casa.
«Sí claro, tan nerviosa que se le restregó a mi Betito y seguramente andan haciendo cachorros, idiota»
—Grrrrrr —bramó Marypaz.
Gianfranco desde Milán se quedó pensativo, al escuchar ese gruñido tan extraño.
—Muy pronto estaremos juntos, no olvides tus ejercicios, recuerda que en un mes tienes competencia.
Marypaz ladró en repetidas ocasiones.
—Martina —dijo con voz seca Gianfranco. —¿La duquesa se encuentra bien? —preguntó—, actúa extraño, parece poseída —musitó.
—Está bien, debe ser que usted por el móvil la escucha distinto —balbuceó la mujer, miró a Marypaz negó con la cabeza.
Gianfranco resopló al otro lado de la línea.
—Bueno, cuídala. —Colgó, pero él no se quedó nada tranquilo.
—Ay no, seguro se dio cuenta, ¿cómo se le ocurre aullar?
—Fue lo primero que se me ocurrió, en fin, agradece que engañamos a ese idiota, ahora hay que buscar a los perros.
De pronto Marypaz escuchó los ladridos de Betito, volteó y el canino venía corriendo hacia ella, estaba sucio, y detrás de él apareció la Duquesa, su pelaje blanco era gris.
—¡Ay Dios mío! —Martina se llevó la mano al pecho—. Ahora sí me quedé sin empleo.
Marypaz puso los ojos en blanco, se acercó a su mascota.
—¿De dónde vienes jovencito? ¿Con permiso de quien te fuiste a trasnochar? —preguntó lo apuntó con el dedo.
Betito se echó en el piso, colocó su cabeza en el suelo, empezó a gemir hambriento.
—¿Qué voy a hacer? —sollozaba Martina.
Inesita se hizo cargo de Betito, Marypaz miró al ama de llaves de los Rossi, ideó un plan.
—Bien, vamos a llevar a los dos perros a una peluquería canina, que los bañen y los dejen tal como estaban antes de su noche de pasión. —Apretó los labios para no reírse—, y a tu dueño, el ogro del pantano, no le diremos nada. ¿Entendiste?
Martina frunció el ceño.
—Mi niño Franquito, no es ningún ogro.
—Perfecto, entonces arréglate con él cuando vuelva. —Volteó para mirar a su mascota.
—Ay no, por favor discúlpeme, haremos las cosas como usted ordene.
Por suerte el resto de la familia no se enteró de lo que ocurrió con los animales, cuando preguntaron por Marypaz, una de las empleadas informó que había salido con Inesita y su mascota.
Cuando regresaron, la duquesa se veía impecable como antes de que se enredara con Beto. Ambos caninos al bajar de la camioneta buscaron un lugar para recostarse y dormir, estaban cansados. Martina al ver a la duquesa blanca como la nieve, suspiró aliviada.
Más tarde Marypaz había salido con Inés a recorrer una vez más la hacienda, esta vez fue a buscar las mejores fotografías y lugares para empezar con su documental, regresaron cuando el sol empezó a ocultarse, y de pronto observó a Lionel y Luisana mirando hacia un árbol, los dos niños lanzaban lo que podían a una rama, Betito quien había ido con su dueña al recorrido empezó a ladrar.
—¿Qué ocurre?
—Marypaz, ese gatito está allá arriba en la rama de ese árbol, y no se puede bajar.
La chica miró el árbol, analizó el grosor de las ramas, miró al minino asustado ahí encima, entonces notó que una de las grandes ramas daba a uno de los balcones de la casa.
—Voy a subir, cuidan a Beto.
—No, no haga eso niña Marypaz, se puede matar —suplicó Inesita.
—Inés en la Momposina he subido a árboles más grandes que este.
—Es peligroso.
—¿No te vas a caer Marypaz? —preguntó Luisana—, no queremos que le de un soponcio al tío Juan Andrés.
Marypaz los contempló con ternura.
—Tranquilos.
Entonces ella como toda una experta empezó a subir por aquel tronco, escalando por las ramas que se veían más firmes.
El pequeño gatito al ver que ella se acercaba empezó a caminar por la rama que daba hacia el balcón.
—Eso, vas bien pequeño.
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Gianfranco Rossi no se había quedado nada tranquilo, así que había llegado a la hacienda media hora antes que Marypaz volviera de su paseo.
No estaba tan convencido de que la duquesa estuviera bien, pues, aunque lo había recibido como siempre, estaba echada en la alfombra de su alcoba sin moverse.
Él se metió a bañar, cuando escuchó que su mascota empezó a ladrar y gruñir.
—¿Qué ocurre duquesa? —preguntó desde el baño. —¡Haz silencio!
Pero su mascota, no paraba de gruñir, entonces se enjuagó con rapidez, el cuerpo, se colocó una toalla en la cintura, y salió a ver qué era lo que sucedía.
Entre tanto Marypaz logró llegar a la rama en la cual estaba el pequeño gatito, sin embargo, empezó a escuchar que la madera crujía.
—Oh, oh, esto no es buena señal —susurró, miró a su alrededor y su única salida antes de estrecharse al césped, era saltar al balcón, caminó un poco más, y percibió que la rama empezaba a ceder.
—Duquesa, ¿qué te pasa? —preguntó Gianfranco en su alcoba, entonces la perrita al ver que el gato saltaba al balcón se lanzó de la cama y corrió a cazarlo.
Gianfranco se quedó aturdido, salió al balcón tras de la duquesa y entonces escuchó una voz femenina.
—¡Cuidado!
—¡Auh! —gruñó Gianfranco al momento que cayó de espaldas al piso, no tuvo tiempo de reaccionar. Su mirada se reflejó en esos vivaces y enormes ojos azules, observó el bello rostro de la chica que le cayó encima, parecía un ángel, sus facciones eran finas, su piel lozana, tersa, trigueña, sus labios carnosos y tentadores, los mechones de su negra cabellera enmarcaban su rostro, quedó impresionado, como jamás antes le había sucedido, percibió un extraño estremecimiento en el cuerpo.
Marypaz lo miró con atención, no supo si fue real o su imaginación, pero escuchó las campanas que tanto había anhelado y su cuerpo percibió un cosquilleo inusual.
—Ay Dios, creo que se me apareció el mismísimo Julio César, o Marco Antonio, ¿será que me golpeé la cabeza y estoy alucinado? —Parpadeó y volvió a contemplarlo.
Gianfranco se quedó estático, la admiraba y escuchaba sin quitarle los ojos de encima, ella lo miró con atención, él tenía el mentón cuadrado, la quijada bien formada, la nariz perfilada, el tono de su piel era como el de ella trigueño, sus ojos eran azules, sus labios carnosos, gruesos, las cejas las tenía bien pobladas, y su aroma era exquisito, suspiró profundo.
—¿Quién eres? —preguntó Gianfranco luego de también contemplarla. —¿De dónde saliste?
—Dicen que matrimonio y mortaja del cielo bajan —respondió ella con una amplia sonrisa.