Cap. 1: Una mentira a cambio de un último deseo.

2071 Words
Manizales, Colombia. Meses antes. —Y bien hermanito querido, ¿qué encontraste en mis radiografías? —preguntó Marypaz, se subió al reluciente escritorio de Christopher, miró atenta a su hermano, esperando una respuesta. —¿Si puedo ir a conquistar tierras italianas? El joven médico la contempló con ternura y la garganta seca, su hermana lo observaba con los ojos brillantes, y él, debía romper sus ilusiones, entonces suspiró profundo. —No son buenas noticias, pequeña —murmuró, apretó los dientes, odiaba no poder hacer nada por ella—, la masa que tienes en el cerebro aumentó su tamaño. Marypaz tragó saliva, se aclaró la garganta. —Entonces tienes que operarme, ya —propuso ella. Marypaz había aprendido a vivir con su mal, a veces no le daba la debida importancia a la gravedad del asunto, o quizás prefería ignorar que aquel tumor le restaba minutos de vida. Christopher sintió una punzada en el pecho, contempló con ternura el rostro de su hermana. —Es lo que más anhelo, pero no es posible, la masa está localizada en una zona de difícil acceso, lo sabes, por eso te hemos mantenido en tratamiento, esperando que no te cause complicaciones, pero ahora, debes tener más cuidados. —La voz le sonó débil—, y si te opero y fallo puedes morir, y si sale bien, podría haber secuelas irreparables. —Pero no vas a fallar, yo confío en ti. —Lo miró con la vista iluminada, lo agarró de las manos—, puedes hacer un milagro, has salvado a mucha gente, eres el mejor neurocirujano del país, vamos, hazlo. —No es tan sencillo, cariño, comprende —habló con seriedad y firmeza—. No puedo hacer nada. —La voz se le fragmentó—, lo lamento. Marypaz sintió un estremecimiento en el cuerpo, sus labios dibujaron una sonrisa fingida, por primera vez estuvo consciente que el final se acercaba, la garganta se le secó, pensó en su papá, en el dolor que le causaría a él, pues eran muy unidos, también pensó en el resto de su familia, en su mamá, en lo triste que se pondría, y ni hablar de sus abuelos, a los que adoraba. —¿Cuánto tiempo me queda? —preguntó aclarándose la garganta. Christopher sintió un ardor en el pecho, aflojó el nudo de su corbata, contenía las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. —No me preguntes eso, por favor. —No llores, no es tu culpa, heredé este mal por alguna razón, creo que para llevar alegría a la gente que padece enfermedades incurables como yo, he tenido una vida feliz. —Abrazó a su hermano, y fue ella quién le dio ánimo a él. Chris la estrechó fuertemente, no pudo evitar sollozar de impotencia y rabia, no era justo, ella no merecía ese destino, era alguien especial, solía ir a visitar a los enfermos terminales a alegrarles con sus ocurrencias, visitaba a los niños en oncología, les leía cuentos, les llevaba dulces. Marypaz era única. —Estudié medicina para salvarte la vida, me especialicé en neurocirugía con la esperanza de operarte y extirpar el tumor y ahora no puedo hacer nada, me siento inútil —resopló sollozando. Marypaz suspiró profundo. —Si puedes hacer algo por mí, y es concederme mi último deseo. Chris la miró con los ojos llorosos, le acarició la mejilla. —¿Cuál es ese deseo? —Dile a papá que estoy bien, que puedo viajar a Europa, quiero conocer Italia, Francia, tomar fotos de esos lugares, por favor —suplicó juntando sus manos. Chris negó con la cabeza. —No, no puedo engañarlos, si te llega a pasar algo allá, no me lo van a perdonar, ya conoces a nuestro padre. Marypaz dibujó en sus labios un puchero, batió sus pestañas. —Tomaré las medicinas que me envíes, Betito estará pendiente de eso, iré con Inesita, además allá están Thiago y Joaquín, por favor, solo por esta vez. Chris resopló, se quedó pensativo, Marypaz lo observaba con sus enormes ojos, expectantes, esperando la ansiada respuesta. —Promete que si te sientes mal me avisarás, que no te quedarás callada. Marypaz elevó su palma. —¡Lo juro! Y con esa mentira fue como Marypaz consiguió su pase para viajar a tierras europeas. **** Una semana después. Ancona, Italia. —Niño Franquito, ya le acomodé sus camisas y trajes en el portaequipaje, todo está bien planchado, e impecable como a usted le gusta —avisó Martina. Gianfranco, sonrió, miró con ternura a su ama de llaves, ella siempre se encargaba de sus cosas, y sabía que todo le gustaba que estuviera a la perfección. —Martina te encargo mucho a la Duquesa, supe que llega de visita un familiar de mi cuñado Joaquín. —Rodó los ojos y resopló con inconformidad—, supe que esa niñita trae a su mascota, así que no permitas que se acerque a mi pequeña —ordenó con firmeza—, recuerda que no la pude esterilizar por orden del veterinario, y está en edad de reproducirse. —Niño Franquito, vaya tranquilo a su viaje, yo cuidaré de la duquesa —aseguró Martina, y acarició las orejas de la perrita—, no dejaré que ningún animal pulgoso ajeno a la familia se le acerque —aseguró el ama de llaves. Gianfranco soltó el aire que contenía aliviado. —Gracias Martina, cualquier cosa me avisas, estaré pendiente. —Besó la frente del ama de llaves, y luego se dirigió a su mascota quien reposaba sobre su cama—. Te portas bien duquesa, recuerda que eres una niña de casa, no te mezcles con perros pulgosos que no sabemos con qué mañas vengan. —Acarició sus orejas. La perrita era de r**a husky siberiano, completamente blanca, con ojos azules; el animal emitió una especie de sonidos parecidos a gemidos cuando su dueño tuvo esas muestras de cariño con ella, enseguida se puso de panza sobre la cama. —Te comportas, no andes de coqueta. ¿Entendiste? De pronto la perrita paró sus orejas se puso en posición de ataque, empezó a resoplar, y cuando se escuchó unos tacones en el pasillo, empezó a ladrar enfurecida. —¿Cuándo vas a controlar a ese animal? —preguntó refunfuñando Ludovica la novia de Gianfranco. Era evidente que la mascota de su novia no la quería, ni ella a él. Gianfranco sonrió. —Ella es muy celosa conmigo, ya lo sabes, debes tener paciencia, cuando nos casemos, la llevaremos a vivir con nosotros, deben hacer las paces —bromeó, acarició a la mascota. Ludovica soltó un resoplido. «Perra infernal cuando me case con Gianfranco, me desharé de ti» La chica fingió una sonrisa. —Sí claro, la llevaremos con nosotros, bueno cariño, vine para llevarlos al aeropuerto. Gianfranco agarró su maleta, y salió de la alcoba con su novia, se despidió de sus padres, y salió con Ludovica, y su hermano gemelo rumbo al aeropuerto. Y mientras él se iba unos días a resolver unos asuntos de la empresa junto con Gianluca a Milán, Marypaz Duque llegaba a la hacienda Rossi. Su primo Joaquín había ido a recibirla. Marypaz arribó a tierras italianas acompañada de su perro de servicio Betito, un pastor australiano: El perro era blanco, pero las lanas de sus orejas y una parte del rostro eran negras, tenía los ojos azules. También llegó con ellos en el paseo Inesita, la nana de la familia Duque-Osorio. —Ay Inés no lo puedo creer, estamos en la tierra de los emperadores romanos —murmuró Marypaz con la mirada iluminada y una amplia sonrisa en los labios. —¡Julio César! ¡Marco Antonio! —exclamó—, ya me siento: Cleopatra. —Carcajeó. Inesita soltó una risotada hasta se imaginó a Marypaz luciendo esos trajes de la emperatriz egipcia, en su mente la vio siendo llevada en andas por la hacienda y con varios sirvientes abanicándole el rostro, luego sacudió la cabeza. —¿Se fijó, niña Marypaz? Están bien guapos estos muchachos italianos. —Por supuesto —contestó Marypaz—, los ojos se hicieron para apreciar las cosas bellas de la vida, ay, Inés, no vaya a ser que por acá consigas un novio italiano, porque no te dejaré quedarte, mi papá viene y te lleva de regreso —advirtió sonriente. —Yo soy fiel a don Andresito, como lo era mi abuela, que consentía mucho a su papá —rememoró. Marypaz soltó un suspiró, Inesita, la abuela de su nana, fue como alguien de la familia, hasta que por su avanzada edad falleció. —Yo solo espero no vengas a hacer destrozos en la hacienda de mi suegro —advirtió Joaquín, Marypaz se colocó la mano en el pecho. —¿Yo? —cuestionó frunciendo el ceño—, yo soy una inocente criatura. ¿Cierto Inesita? —Eso es verdad, yo no sé porque calumnian a mi niña —refirió. —¡Alcahueta! —recriminó Joaquín, y luego miró a Beto—. Y espero que te comportes, y no vayas a atacar a mi suegro, y ten cuidado con Gianna, está embarazada. La mascota de Marypaz respondió con ladridos. Y cuando llegaron a la hacienda, Marypaz quedó impresionada por la belleza del lugar, los viñedos adornaban la geografía de la zona, la casa tenía un estilo barroco, una estructura similar a la de un castillo, había dos amplias escalinatas a cada lado de la casa, y los barandales eran de piedra. —Niña Marypaz —susurró bajito Inés—. Esta casa parece el castillo del conde Drácula. Marypaz soltó una risotada, se agarró el estómago. —Con qué nadie venga a chuparnos la sangre en la noche, estaremos tranquilas. —Abrazó a la mujer—, por si acaso tengamos ajo a la mano. Los señores Rossi salieron a darle la bienvenida. Marypaz siempre tan efusiva abrazó a Susan. —Qué gusto tenerte en nuestra casa —dijo con sinceridad la señora Rossi. —Es un honor estar aquí —contestó Marypaz, siempre con su sonrisa a flor de piel. Betito también se hizo notar, esperando que Susan le pusiera atención, ladró suavemente. —Hola precioso, bienvenido —susurró Susan. El canino dejó de ladrar y ella le acarició la cabeza. —Señor Rossi parece que no está a gusto con mi presencia —murmuró Marypaz. —¿O siempre es así, serio? Susan apretó los labios para no soltar una carcajada. —Él es así, pero te aprecia —murmuró bajito. —Me da gusto que hayas podido venir, espero que cumplas lo que prometiste y el documental de mis viñedos salga espectacular —expresó el señor Rossi. Marypaz encargó la correa con la que sostenía a Betito a Inesita, se aproximó a Franco. —Vaya, usted no me da la bienvenida como se me debe, pero de entrada habla de negocios —advirtió, y luego giró su rostro, su azulada mirada se enfocó en la belleza de la hacienda—, pues bien, yo haré ese documental, y quedará espectacular, a cambio de unas cuantas hectáreas. ¿Qué le parece? —miró a Franco a los ojos. El señor Rossi se atragantó con la saliva y empezó a toser. Joaquín negó con la cabeza. —No le haga caso, ella es así —advirtió a su suegro. —Oye, mi trabajo vale mucho. —Volteó y miró a su primo, con esa expresión amenazante que solía hacerlo desde que era niña, y luego de esa advertencia, giró y siguió hablando con el señor Rossi—, bueno don Franco, si no desea ese canje, entonces haremos otro tipo de negocio: Me vende unas veinte hectáreas de viñedos a veinte mil pesos colombianos, cada una, mire que es un buen precio. —Sonrió y mordió su labio inferior. —¿Capisci? —Quello? Questa è una miseria! È impazzita? —refunfuñó, pensó que Marypaz no le entendió—. Non sono nemmeno cinque euro. —Dicen que, de músicos, poetas y locos, todos tenemos un poco —contestó ella—, cinco euros es un buen precio, pero bueno, no se esponje, podemos hacer el video, claro antes debe darme un recorrido por la hacienda, pero como usted es tan serio, mejor que lo haga alguien divertido, ¿qué tal uno de sus hijos? ¿Le gustaría que me convirtiera en su nuera?
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