Marypaz soltó una carcajada, y lo empujó, se alejó de él. —A mí nadie me dice lo que debo hacer señor Rossi, yo soy un alma libre, deje de molestar, esfúmese, vaya a atender a Fiona —bromeó y se rio—, quise decir a Ludo. —¿Estás celosa? ¿Cierto? —preguntó Gianfranco, su corazón latía a prisa. Marypaz arrugó el ceño, claro que sentía celos, la sangre le hervía, pero no le iba a dar el gusto de responderle que sí, justo cuando iba a hablar: Franco y Susan venían de los viñedos, miraron a los dos jóvenes otra vez discutiendo, y se acercaron a ellos. —¿De nuevo juntos? —cuestionó el señor Rossi con seriedad. —Papá —habló agitado Gianfranco—, debes impedir que la señorita Duque abandone la casa, es nuestra invitada, se quiere ir. Susan miró a ambos chicos, los observó atenta a ambos,