CAPÍTULO 3: LOS HILOS DEL DESTINO

970 Words
El sol del verano se reflejaba en las aguas tranquilas de San Isidro, mientras Lucía y Gabriel continuaban compartiendo más momentos juntos. Su conexión crecía con cada día que pasaba, pero las diferencias entre sus mundos seguían presentes, aunque con el paso del tiempo parecían desvanecerse, como las olas al chocar con la orilla. Un Nuevo Desafío Era un mediodía caluroso cuando Lucía se encontró con Don Ernesto en el mercado. El hombre estaba revisando los precios de los materiales para la carpintería, y al verla, no pudo evitar hacer un comentario. —¿Aún sigues buscando excusas para pasar el tiempo aquí? —preguntó, su tono áspero. Lucía, sorprendida por la actitud de Don Ernesto, no se dejó intimidar. Sabía que el hombre nunca había aprobado su relación con su hijo, pero algo en ella le decía que no debía ceder ante las críticas. —Solo vengo a ayudar en lo que pueda —respondió con calma. Don Ernesto la miró fijamente, y tras un largo silencio, soltó una risa seca. —Ayudar. Tú no entiendes nada de lo que significa trabajar aquí. Esto no es un lugar para fantasías ni para sueños de ciudad. Aquí, cada uno sabe lo que debe hacer para sobrevivir. Lucía sintió una punzada de frustración, pero mantuvo su compostura. —Lo que entiendo es que todos merecemos la oportunidad de soñar, incluso en este lugar. Don Ernesto no dijo más, pero su mirada cargada de desconfianza quedó grabada en la mente de Lucía. El Encuentro Con El Viejo Sabio Esa tarde, Gabriel, preocupado por la conversación con su padre, salió a caminar por los campos cercanos. Necesitaba un respiro, alejarse de la tensión que sentía en su hogar. Fue entonces cuando se cruzó con el viejo José, un hombre de años que vivía a las afueras del pueblo. José era conocido por sus historias, las cuales siempre tenían una lección oculta. —¿Qué te trae por aquí, muchacho? —preguntó José al verlo. Gabriel se sentó junto a él, buscando consuelo en la sabiduría del anciano. —Mi padre cree que no soy lo suficientemente bueno para algo más que la carpintería. Dice que no tengo futuro más allá de este pueblo. José lo miró con una expresión serena y, tras un largo silencio, respondió: —El futuro no está en los ojos de los demás, muchacho. Está en el corazón de quienes deciden seguir sus sueños, sin importar lo que piensen los demás. Gabriel no pudo evitar sentirse reconfortado por sus palabras. Aunque las dudas seguían rondando su mente, algo en él se encendió con la idea de que tal vez había más por descubrir. Un Giro Inesperado Esa noche, mientras el pueblo celebraba la fiesta de San Isidro, Gabriel se acercó a Lucía con una nueva determinación. Aunque la celebración estaba llena de risas y luces, él no podía dejar de pensar en lo que le había dicho el viejo José. —Lucía, hay algo que quiero contarte —dijo Gabriel, con una mirada seria. Ella lo miró, notando el cambio en su expresión. —¿Qué pasa? Gabriel respiró profundamente antes de continuar. —Quiero que sepas que, a pesar de lo que mi padre dice, yo quiero seguir mis sueños. Y quiero que tú seas parte de ellos. Lucía lo miró sorprendida, pero una sonrisa comenzó a formarse en sus labios. —Lo sabías, ¿verdad? —dijo, casi en un susurro. —¿Qué? —Que siempre he creído en ti. Siempre. Las palabras de Lucía fueron un bálsamo para el alma de Gabriel, que sintió por primera vez en mucho tiempo que sus sueños no eran una carga, sino una posibilidad. Y con ese pensamiento, sus corazones se entrelazaron de una manera aún más profunda, mientras las estrellas iluminaban el cielo sobre San Isidro. La Decisión De Gabriel Al día siguiente, después de una larga reflexión, Gabriel decidió dar el paso más grande de su vida. Fue a ver a su padre y le habló con una claridad que nunca antes había tenido. —Padre, quiero que entiendas que tengo un futuro fuera de San Isidro. Quiero aprender más, ver el mundo, y quiero que me apoyes en eso. No me voy a quedar aquí solo porque tú lo digas. Don Ernesto lo miró en silencio, pero por primera vez, no parecía tan seguro de su postura. Durante un largo rato, solo se escuchó el sonido del viento que pasaba entre los árboles. Finalmente, Don Ernesto suspiró. —No sé si lo que dices es lo correcto, pero eres un hombre ya. Si decides seguir ese camino, lo harás por ti mismo. Solo recuerda que el mundo no siempre será tan amable como aquí. Gabriel asintió, sintiendo una mezcla de alivio y miedo. Lo que estaba por venir no era claro, pero algo dentro de él le decía que este era el comienzo de una nueva etapa. Un Viaje Juntos Cuando llegó la noche, Lucía y Gabriel se encontraron nuevamente en la playa, mirando las olas que lamían la orilla bajo la luz de la luna. Gabriel la tomó de la mano y, sin necesidad de palabras, ambos supieron que estaban listos para dar el siguiente paso, juntos. —Lo prometimos, ¿verdad? —dijo Lucía, sonriendo. —Sí —respondió Gabriel, mirando el horizonte—. Y lo cumpliremos. Lo que sea que nos depare el futuro, lo enfrentaremos juntos. El barco de madera que Gabriel había tallado flotaba en el agua, moviéndose suavemente con la corriente. Era un símbolo de sus sueños, de su amor y de la aventura que ambos estaban por comenzar, más allá de lo que San Isidro podría ofrecerles. Bajo el cielo estrellado, ellos sabían que el verdadero viaje estaba por comenzar, y que no había nada que pudiera detenerlos.
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