El sol se levantó tímidamente sobre San Isidro, extendiendo su cálida luz sobre el pueblo. Las aguas del mar brillaban con un matiz dorado, y la brisa marina acariciaba suavemente la piel de Lucía mientras caminaba a lo largo de la orilla. Había algo en el silencio de esa mañana que la invitaba a reflexionar. La carta que había recibido la noche anterior seguía en su mente, como un eco persistente. ¿Era ese el futuro que realmente deseaba? ¿Podía dejar atrás lo que había encontrado en San Isidro y regresar a la vida que había conocido en la ciudad?
El Encuentro Con Sus Sentimientos
La respuesta parecía tan incierta como el mar frente a ella. Lucía no podía evitar pensar en Gabriel, en todo lo que habían compartido en tan poco tiempo. Las risas, las caminatas, los momentos sencillos pero cargados de significado. Cada día con él había sido como un paso más en un viaje que nunca imaginó emprender. Pero ahora, con la invitación de la universidad en sus manos, todo parecía volverse confuso. La posibilidad de regresar a su vida anterior, con las promesas de un futuro más seguro y estructurado, estaba tan cerca… y tan lejos de lo que había construido en San Isidro.
Pensó en Gabriel y en lo que significaba para ella. En cómo, a pesar de ser tan diferente, él había tocado su vida de una manera que nadie más lo había hecho. ¿Era suficiente ese amor que crecía entre ellos, o acaso estaba atrapada en la belleza de un instante que el destino, por alguna razón, no quería que se prolongara?
Las Palabras De Doña Carmen
Esa mañana, Lucía decidió buscar consejo en Doña Carmen. La anciana siempre había sido su confidente en San Isidro, y algo en su corazón le decía que era hora de hablar con ella.
Doña Carmen la recibió en su jardín, donde las flores ya comenzaban a abrirse al nuevo día. Lucía se sentó junto a ella, en silencio, antes de que finalmente pudiera decir lo que la agobiaba.
—Tengo que tomar una decisión, Doña Carmen —dijo Lucía, con la voz llena de duda—. Me han ofrecido volver a la ciudad, a un proyecto que siempre quise, pero… no sé qué hacer. Aquí, en San Isidro, he encontrado algo que no pensaba encontrar. Y Gabriel… Gabriel es una parte de todo esto.
Doña Carmen la miró con suavidad, como si entendiera perfectamente el peso de sus palabras.
—La vida nunca nos da respuestas fáciles, querida. Cada elección que tomamos nos lleva por un camino diferente, y a veces, tenemos que elegir entre lo que conocemos y lo que sentimos. San Isidro te ha dado algo que la ciudad no podía, ¿verdad? —Lucía asintió—. Y si decides regresar, siempre será una parte de ti, una parte que te habrá cambiado para siempre.
Lucía miró a lo lejos, al horizonte que se perdía en el mar. Las palabras de Doña Carmen le resonaron profundamente. Sabía que no podía escapar de la transformación que había experimentado en este lugar. Ya no era la misma que había llegado, y no podía ignorar lo que sentía por Gabriel.
El Regreso De Gabriel
Esa tarde, cuando Lucía regresó al taller, encontró a Gabriel trabajando en una nueva pieza de madera. Estaba absorto en su trabajo, pero al verla entrar, levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de ella. Algo en su expresión le dijo a Lucía que él había notado la distancia entre ellos, aunque ninguno de los dos hubiera hablado sobre ello.
Se acercó lentamente a él, sin saber qué decir. Gabriel la miró en silencio, dejando el cincel a un lado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, su voz cargada de una preocupación que no podía disimular.
Lucía dudó por un momento, buscando las palabras adecuadas. Finalmente, las dejó salir, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros.
—Recibí una invitación para regresar a la ciudad. Me ofrecen liderar un proyecto artístico, algo que siempre quise hacer… pero no sé qué hacer. No quiero ir, pero tampoco quiero dejarte aquí.
Gabriel la observó en silencio, como si estuviera procesando la magnitud de sus palabras. Después, con una tranquilidad que sorprendió a Lucía, él sonrió ligeramente.
—Lo que decidas, lo harás por ti. No por mí, ni por nadie más. Tienes todo el derecho de perseguir lo que te haga feliz, Lucía. Si ese es el proyecto, entonces ve. Yo estaré aquí, siempre que decidas regresar.
Esas palabras, tan simples pero llenas de amor y respeto, hicieron que Lucía sintiera una mezcla de alivio y tristeza. Gabriel entendía lo que ella necesitaba. Sabía que no podía pedirle que eligiera entre él y su futuro, pero también sabía que esa decisión podría marcar el fin de algo que ambos habían comenzado sin querer.
La Promesa De Un Nuevo Camino
Esa noche, mientras caminaban juntos hacia la playa, Lucía miró al mar, al horizonte que ahora se veía más lejano que nunca. Gabriel caminaba a su lado, en silencio, como si ambos supieran que la despedida era inevitable, pero que aún quedaba tiempo para compartir un último momento antes de que las circunstancias les separaran.
—¿Sabes? —dijo Lucía, rompiendo el silencio—. He estado pensando mucho en los colibríes. En cómo siempre están en movimiento, buscando algo nuevo, algo mejor. Como si no pudieran quedarse quietos por mucho tiempo.
Gabriel la miró con atención, como si las palabras de Lucía tuviesen un significado más profundo. La suavidad de la brisa marina y el sonido de las olas las rodeaba, creando una atmósfera mágica que parecía sellar su conversación.
—Creo que los sueños son como los colibríes. Siempre vuelan de un lado a otro, buscando algo, sin detenerse nunca. Pero cuando encuentras el lugar donde puedes descansar, es ahí donde todo cobra sentido.
Lucía lo miró fijamente, como si esa frase le hubiera abierto una puerta que no había visto antes. Quizá, como los colibríes, ambos estaban buscando algo, pero aún no sabían qué era.
Juntos, caminaron hacia el mar, sin prisa, sin saber lo que deparaba el futuro, pero con la certeza de que su conexión, aunque aún incierta, sería un faro que los guiaría en cualquier dirección que tomaran.
El día se despidió, pero la promesa de un futuro incierto, pero lleno de posibilidades, permaneció en sus corazones.