CAPÍTULO 2: DESTELLOS DE CONEXIÓN

1077 Words
El sol seguía ardiendo sobre San Isidro, pero algo había cambiado en Lucía. Ya no se sentía como la forastera que había llegado con una maleta llena de dudas. Había algo en el aire, en la gente, en el paisaje, que despertaba una parte de sí misma que hasta entonces había permanecido dormida. La presencia de Gabriel, su calidez callada y su mirada profunda, le ofrecían algo que ni ella misma podía identificar, pero que la llenaba de un sentimiento extraño: pertenencia. Para Gabriel, cada día junto a Lucía lo sumía en una especie de tormenta interna. A veces, cuando la veía tan segura, tan llena de sueños y de pasión por un futuro incierto, se sentía atrapado entre su vida sencilla en San Isidro y los grandes anhelos que ella llevaba en sus ojos. ¿Cómo podría él ofrecerle algo más allá de su rutina? ¿Cómo podría alguien como él, tan marcado por la responsabilidad, darle el espacio para que sus sueños se hicieran realidad? Un Paseo Que Cambia Todo Un día, mientras estaba trabajando en el taller, Gabriel recibió una visita inesperada. Lucía apareció en la puerta, con el cabello recogido y un cuaderno en la mano. —¿Nunca te cansas de estar aquí? —preguntó, observando el caos ordenado de madera y herramientas, que a ella le parecían un reflejo del pueblo mismo: quieto, pero lleno de posibilidades. —Es lo que sé hacer. ¿Qué más puedo hacer? —respondió Gabriel, sin levantar la vista de la pieza que estaba lijando. Lucía lo miró con una mezcla de frustración y compasión. El pueblo parecía consumirlo poco a poco, sin que él se diera cuenta. —Ven conmigo —dijo, un impulso que la sorprendió incluso a ella misma. Su voz sonaba más segura de lo que se sentía. —¿A dónde? —A ver el mundo como yo lo veo. A dibujarlo. Gabriel, algo reticente, accedió. El trayecto hacia el acantilado fue silencioso, pero en el aire flotaba una sensación de expectativa. Cuando llegaron al borde, Lucía se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y comenzó a dibujar el horizonte que se extendía ante ellos. Gabriel se sentó cerca, observando cómo sus dedos trazaban líneas, como si estuviera capturando el alma de ese lugar. —¿Cómo haces que todo parezca más… hermoso? —preguntó él, sin poder apartar la vista del cuaderno. Lucía no dejó de dibujar. Se encogió de hombros, con una sonrisa ligera en los labios. —No es que lo haga más bonito, solo miro más allá de lo evidente. A veces, lo simple es lo más mágico. —¿Incluso aquí? —murmuró Gabriel, mirando alrededor. Lucía lo miró, sus ojos reflejando una chispa que Gabriel no había visto antes. —Aquí hay más magia de la que crees. Solo tienes que aprender a ver más allá de lo que te han enseñado a ver. El silencio que siguió estuvo lleno de una energía indescriptible, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para darles ese momento. La Revelación De Doña Carmen Esa misma noche, Lucía no podía quitarse de la cabeza lo que había sucedido en el acantilado. Había algo en Gabriel que la cautivaba, algo que no sabía si era simplemente su forma de ser o si era el vínculo que empezaba a formarse entre ellos. Al llegar a casa, Doña Carmen la miró en silencio mientras ella se sentaba a dibujar. —Te estás adaptando, ¿verdad? —preguntó la anciana, con la voz suave pero firme, como si ya conociera la respuesta. Lucía no levantó la mirada de su cuaderno, pero un suspiro escapó de sus labios. —Creo que sí. Este lugar tiene algo… extraño. Algo que me hace sentir parte de él. Doña Carmen asintió lentamente, como si esperara esa respuesta. —Este pueblo tiene una forma curiosa de atrapar a las personas. La mayoría llega buscando algo, pero no siempre sabe qué es. Y a veces, lo que encuentran no es lo que esperaban, sino algo mucho más profundo. Lucía levantó la vista, intrigada por las palabras de la anciana. —¿Y tú? ¿Qué buscaste cuando llegaste aquí? Doña Carmen sonrió con una melancolía que a Lucía le pareció extraña. —Busqué una segunda oportunidad. Este pueblo me dio la paz que necesitaba para sanar. Quizá tú también encuentres algo que no sabías que buscabas. Lucía quedó pensativa, las palabras de Doña Carmen resonando en su mente mientras las olas rompían suavemente en la orilla. Gabriel Y Las Estrellas Esa noche, Gabriel no pudo dormir. Algo había cambiado en su interior, algo que ni él podía comprender. Decidió caminar hacia la playa, como siempre hacía cuando necesitaba claridad. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con una intensidad que parecía invitarlo a descubrir algo más allá de lo que conocía. Mientras se sentaba en una roca, perdido en sus pensamientos, escuchó pasos detrás de él. Lucía apareció, caminando con una ligereza que contrastaba con la pesadez en su pecho. —¿Siempre vienes aquí? —preguntó, deteniéndose a su lado. —Sí. Aquí puedo pensar sin que nadie me interrumpa. Lucía se sentó a su lado, mirando el horizonte con la misma intensidad con la que él miraba las estrellas. —¿En qué piensas? —preguntó ella, sin desviar la mirada del mar. Gabriel tardó en responder, su voz rasposa al romper el silencio. —En lo que podría ser si no estuviera aquí. Si pudiera salir, hacer algo diferente. Lucía lo miró, con los ojos brillando bajo la luz de las estrellas. —¿Y por qué no lo haces? ¿Por qué te quedas? Gabriel suspiró, mirando las olas con una mezcla de frustración y resignación. —Porque mi familia depende de mí. El taller… mi padre… no puedo dejarlo. Lucía, al escuchar su respuesta, dejó escapar una pequeña sonrisa triste. —A veces, quedarse por obligación no es lo mismo que quedarse por amor. El aire se volvió denso entre ellos, pero no era una incomodidad. Era una verdad compartida que flotaba en el espacio entre sus palabras. El verano, aunque cálido, estaba a punto de llegar a su fin, y las decisiones que cada uno debía tomar comenzaban a pesar más que el sol. Lo que ninguno de los dos sabía era que ese vínculo, frágil y profundo, cambiaría sus vidas de maneras que ni siquiera podían imaginar.
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