Capítulo 4: Noche sin estrellas

1780 Words
Juro que esta no era mi intención, juro que no lo era. Pero igual ando corriendo como un poseso por la arena blanca de este islote. Mi compañera ha logrado mantener mi velocidad, aun así, mientras, sorteamos algunas rocas, y saltamos las irregularidades del suelo, sigo sin entenderlo. ¿Quién mierdas nos está siguiendo? ¿Quién mierdas nos disparó? Mejor aún, ¿A dónde vamos a ir? ¡No había nada a dónde ir! De eso está muy consciente quien sea nos está tratando de matar, porque volvemos a escuchar un par de disparos. Tengo sudada hasta el alma, y ni hablar que el cansancio de haber permanecido sentado todo el día, me pasa factura en este trote extremo. En cualquier momento alguna de esas balas nos va a atrapar o voy a desfallecer. Mi boca se siente seca y la confusión de lo que está ocurriendo hace que en lo único que me pueda enfocar sea en los matorrales que diviso a la derecha. Me dirijo hasta allá y Emilia me sigue. Al alcanzarlo ella quiere seguir corriendo, pero soy más práctico, la tomo por el brazo y hago que ambos nos agachemos detrás de uno del suficiente tamaño para escondernos. Desde allí nos vemos en una mezcla de expectativa, miedo y silencio. Ninguno dice nada o muestra calma. Es complicado demostrar algo cómo eso con las sombras de esos dos hombres muy cerca. Ellos están caminando con lentitud, tratando de encontrarnos. De hacerlo, era mi final. ¿Estaban tirando a matar no es así? Estoy entre el shock y el arrepentimiento. Básicamente nunca me habían tratado de matar en mis aventuras como conservacionista. A lo máximo habían tratado de darme una paliza. No esto. Caigo en la grave situación en la que estoy, y lo que es peor, el miedo es tan grande, que solo puedo pensar en mi mamá, papá, mis hermanos. La había cagado definitivamente. Los pasos alejándose de esos desconocidos, me calman un poco. Y es pasados como 10 minutos que me atrevo a averiguar cómo es que Emilia había sido la que me había salvado. —¿Por qué estás aquí? ¿Quiénes son esos hombres? — susurro lo más bajo que puedo. Emilia ve nerviosa alrededor, pero parecían estar enfocados en buscarnos lejos. Esperaba que muy lejos. —Si no fuese por mí, estarías ya con los peces — me susurra de vuelta y con su arrogancia también de vuelta. Una arrogancia que me hace pensar lo peor, y recordar quién era esta mujer. —¿Son tus trabajadores esos hombres? ¿Mandaste a que me eliminarán y te arrepentiste a última hora? — reclamo. Ella se muestra ofendida, aunque luego, para mi espanto, culpable. —Te pedí de todas las formas posibles que te marchases de aquí. Tú amigo te lo advirtió. ¿Querías diversión? Aquí está tu diversión — dice sin dejar de vigilar el perímetro. —¿Te debo dar las gracias? En primer lugar, si fuesen una empresa limpia no tratarían de atentar contra mi vida. Me dejarían protestar de manera pacífica y- —¿No te cansas de hablar mierda? — gruñe la amargada esta — el tiempo es dinero, estás haciéndole perder mucho dinero a Donato. Él es el que quiere solucionar las cosas a su modo. Donato, nombre perfecto de mafioso italiano, el padre de la susodicha. Definitivamente, había actuado con mucha prudencia en esta travesía de auto descubrimiento en Bonaire. —¿Y si le estoy haciendo perder tiempo y dinero a tu proyecto para qué me ayudas? — pregunto desconcertado. Emilia se debate en responderme lo que sea lo hará. Traga mucho y termina por responderme. —No soy una asesina ¿si? — contesta sin verme. Aunque me haya respondido en parte, me quedan muchas interrogantes más. Para empezar ¿quién era de verdad el tal Donato? ¿Cómo se enteró de lo que me iban a hacer? Pero, la más importante, era salir de esta trampa. —¿Cómo llegaste? Vi que te marchaste temprano — indago. —De la misma forma que saldremos de aquí. Tengo un bote en la costa este. Debemos llegar a- —Espera. Espera. ¿No es mejor esperar a que amanezca? Estar siendo perseguidos por dos tipos con pistolas, no me suena a lo más seguro — le digo. —¿Y cuál es tu plan? ¿Escondernos hasta que amanezca? — no le agrada la idea — nos van a encontrar, este sitio es un patio de recreo. No soy fan de su plan, pero con sigilo y con el cielo como testigo, nos vamos hacia donde está su bote. También ruego que esto no se trata de una trampa de Emilia, pero mis limitaciones eran tantas, que no tenía más a dónde ir. Caminamos con cuidado y sin dejar de ver hacia atrás, los lados, como sea. Hasta que divisamos un pote muy pequeño con motor. Nada de lo de más temprano, este no parecía un bote digno de alguien como esa mujer. —Apúrate — me pide montándose en el bote — el ancla, encárgate. Lo más rápido que podemos hacemos lo necesario para partir de Klein, y ya cuando nos comenzamos a alejar de la costa con ella conduciendo, podemos respirar. No mucho, nunca había sido tan fácil eso de escaparse de las garras de la muerte. —Nos siguen. ¡Nos están siguiendo! — me percato sin creérmelo del todo. Emilia mira hacia atrás para darse cuenta de lo que yo lo hago, en otro bote, esos hombres, nos estaban pisando los talones. Y no quería investigar qué harían si nos atrapaban, en especial a mí. —Sujétate — pide antes de acelerar e iniciar a aumentar la velocidad. Del impulso me voy hacia atrás perdiendo el equilibrio. Caigo dolorosamente sentado. Como no había mucha distancia entre una costa y una costa, dudaba de cómo diablos perderíamos a quienes nos seguían. La rapidez con la que nos aproximábamos a tierra me tenía tenso, y más lo hizo la última locura del milenio. Un sonido metálico fuerte me hizo saltar del susto. Habían disparado y dado en algún punto del bote. Otra vez lograron dar con algo en el bote por el resonar metálico a pocos segundos. La costa cada vez se acercaba más y por la velocidad a la que iba, era imposible una llegada tranquila… o sin lesionados. —¿Esto es un rescate suicida? Sé que te caí mal, pero ¿matarnos los dos no es mucho? — hablo pegado del piso para tratar de cubrirme. —Llegaremos con algo de ruido… y saldremos corriendo en direcciones diferentes. Ya cumplí con mi parte — habla tratando de sonar razonable. Un enfermo mental tenía más razonabilidad que Emilia Santoro, aunque como ella estaba al mando, no le iba a contradecir sus planes. —Quiero que- Pero la voz de Emilia se vuelve muy aguda. Le habían dado en el brazo derecho. Todo pasa en pocos segundos. Pierde el control del bote al caer tratando de sostener su brazo ensangrentado, y a tal rapidez vamos, que si no hago nada nos estrellamos contra el puerto cercano. Me levanto al instante. tomo el timón lo giro de forma que no nos estrellemos, pero el movimiento es tan brusco que nos volcamos. Ambos caemos al agua, y en la confusión inicial, pienso que mi sueño de hace unos momentos fue una premonición. Lo que cambiaba era que estaba consciente de dónde estaba, podía nadar con facilidad y debía localizar a Emilia. Lo hago a duras penas por la poca visibilidad, pero la consigo, tratando de patalear desesperada a la superficie, sin poder lograrlo, el brazo lastimado no lo movilizaba. Nado a ella, y la sostengo, tratando de que se calme. Lo hace y la sostengo de modo que la arrastro conmigo lo más lejos que puedo de donde caímos. Al necesitar respirar más sí o sí, subimos a la superficie. Ambos inhalamos con fuerza y para nuestra fortuna, no parecía haber moros en la costa. No obstante, habíamos caído, y nos encontrábamos en el área de una de las marinas. Por lo que al salir a flote lo hicimos protegidos por otras embarcaciones escondiéndonos. Ya luego las voces de alarma ante “un accidente” y el personal corriendo en dirección opuesta, me hace creer que ciertos matones no nos buscarán más. Eso esperaba por el bien de todos, especialmente de Emilia. Estaba afincada de una de las embarcaciones con el brazo libre, y el rojo resaltaba de su brazo herido. Debía dolerle como el diablo con el agua salada. —¿Estás bien? — pregunto. —No es nada — miente y como no puede nadar bien se va empujando entre embarcaciones a la tierra. Tengo ganas de poner los ojos en blanco, soy más sensato. Nado hacia ella, la tomo desde atrás, no se resiste, debía estarle doliendo a morir ese brazo, y así la puedo arrastrar hacia la arena finalmente. Al tocar suelo, siento un alivio inmenso. Estoy agotado, realmente agotado como nunca lo he estado en mi vida. —¿Tú estás bien? — Emilia me pregunta esta vez. Es graciosa esa pregunta con tanto ella como yo tirados en la arena. —¿Quién es la que tiene una bala en el brazo? — devuelvo. —Debió rozarme, no siento más dolor — pretende hacerse la dura. Era increíble. Lo que sí debía ser creíble, sería mi actuar desde ahora. A duras penas me pongo de pie, con el firme destino de hacer una denuncia y probablemente buscar protección, atención a Miss Simpatía era otra cosa a buscar. —No te pongas de pie. Te ves enfermo — reclama con un hilo de voz muy débil. Ella se veía terrible, ni podía mantener su rostro sin contorsionar del dolor, por más que aparentase estar bien — dame cinco minutos y… —Tonterías… — digo en voz alta poniéndome de pie con dificultad. Doy algunos pasos entre la arena con varias rocas molestas que piso. Había perdido mis zapatos en algún lugar en el agua. Lo que lo hacía peor, mi boca se sentía tan seca, la piel me ardía tanto… —¿Félix? Oigo mi nombre falso a la distancia, lo que no hacía sentido porque no había caminado muy lejos de Emilia. —No sigas andando. Acuéstate con lentitud — me sigue pidiendo más lejos que nunca. No sé por qué me pide que me acueste, pero ya estoy de rodillas en la arena. Y tampoco sé por qué grita ese nombre con tanta desesperación cuando todo se vuelve n***o, y la noche se queda sin estrellas.
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