La luz es tan fuerte que me aturde aún con mis parpados cerrados. Tanteo con mi mano cualquier cosa para tapar mi rostro de semejante tortura, pero no consigo nada. Me obligo a abrir mis ojos para percatarme de que como lo sentía, estaba en una amplía cama llena de almohadas y sabanas grises.
No tengo más remedio que adaptarme al resplandor y al dolor de cabeza fastidioso que me atormenta. En ese proceso, aprovecho para detallar dónde diablos había amanecido. Parecía una habitación vacía, con los muebles correspondientes, unas terribles flores de plástico en un jarrón en una esquina y en la otra esquina…
Una mujer.
Una mujer sentada en un sofá tenía los brazos cruzados en su regazo y cabeceaba del sueño. Llevaba un vestido de seda n***o, junto con una bata abierta… era… era … ¿una pijama? Entonces me veo a mí mismo sin camisa y en ropa interior para sumar 1 más 1. Parecía… que habíamos dormido juntos ¿no?
Pero no es tan así para esa mujer que despierta como si sintiese mi mirada. La de ella se llena de prisa al verme sentado en la cama, casi corre fuera de la habitación, a no sé qué.
¿Qué estaba pasando? ¿Quién era ella? ¿Dónde me encontraba?
—¿Cómo te sientes? — me pregunta entrando algunos minutos después un viejito de pelo blanco y gafas gruesas.
Extraño.
Esto era extraño. ¿Luego de aparentemente acostarte con una mujer suele aparecer el padre o abuelo de la susodicha? Lo más inquietante de la situación es que, dicha mujer vuelve a entrar en el sitio. Se queda en silencio y aprovecha para cerrar la puerta del cuarto detrás de ella.
Gesticulo intentando encontrarle el chiste a la situación, no lo hago del todo bien, porque me vuelve a doler la cabeza. Tanto que toco mi cabello para percatarme de que tengo una venda en esta.
—Te golpeaste la cabeza y tuve que vendarla ¿no lo recuerdas? — me habla el hombre arrimando una silla al lado de mi cama.
No lo recordaba. No recordaba cómo había llegado siquiera aquí.
—¿Por qué no habla? ¿El golpe lo dejó mudo o qué Ramón? — cuestiona entre la exigencia y el pánico la mujer de n***o.
—Emilia, tranquila. Dale tiempo — pide con calma el hombre.
—Tiempo, como si nos sobrase de ese doctor — comenta con poca paciencia.
Lo poco que han hablado estos dos extraños, me sirve para ubicarme algo. La mujer de ojos azules se llamaba Emilia, y el hombre de cabello blanco, Ramón. Y Ramón era un doctor, que me estaba chequeando por el golpe que me di.
¿Cuán más raro podría ser esto? No suelo beber tanto como para perder la noción de mí mismo. Incluso nunca me he olvidado de alguna mujer con la que he pasado la noche. Dando un vistazo a Emilia, ni sé cómo he sido capaz de ello. Es hermosa, es una mujer realmente atractiva aún con esa expresión constipada. De no tenerla, debe ser una diosa.
—Te preguntaré una vez más, cómo te sientes ¿ah? Soy médico, quiero evaluar tu condición y descartar complicaciones — vuelve a agregar el hombre.
Aclaro mi garganta. Tenía un interrogatorio que responder.
—¿Bien? Creo que bien. Me duele la cabeza — comunico. Él asiente con paciencia.
—¿Algo más? ¿nauseas, fatiga, visión borrosa? — sigue.
—No, yo… — capto algo raro en mis oídos ahora que preguntaba — zumbido, escucho un zumbido muy débil. ¿Es por el golpe?
—Posiblemente y-
No lo sigo escuchando mucho, porque me parece más interesante chequear a todos lados dónde es que estoy. Me siento perdido, y desubicado. La inquietud y sensación de riesgo es peor con cada segundo. Mi cuerpo es como… gelatina…
—¿Qué día es hoy? — oigo al abuelo cuestionarme.
—Es… es… — intento sacar cuentas sin éxito — ¿martes?
Debo estar diciendo la respuesta incorrecta porque la expresión de la mujer es de infarto, y la del doctor preocupada. ¿No era martes?
—¿Sábado? — trato de atinar.
—¿Estás tratando de adivinarlo? — resuelve él.
—No ¿o sí? ¿Qué importa que no sepa qué día es hoy? — recito confundido.
—Los golpes en la cabeza implican una serie de riesgos, que no son simples juegos. Sé sincero con tus respuestas — agrega.
No me queda más que admitirlo, no sabía qué día era, ni dónde estaba.
—No sé qué día es hoy — hablo.
—Bien, lo comprendo. Siguiente pregunta… ¿cómo te llamas? — cuestiona fuera de bromas.
Qué tontería. Me provoca reír. ¿Qué cómo me llamaba?
—Mi nombre es… es… — titubeo sin quererlo, y sin esperarlo porque… no… no lo … recordaba. Mi propio nombre.
—Félix Fernández — exclama segura Emilia — ese es tu nombre. ¿Ahora sí te ubicas?
Seguía sin hacerlo. Sin embargo, sí que podía estar seguro de algo que decirle.
—No me llamo así — susurro.
—¿Qué dijiste? — cuestiona ella.
—No me llamo de esa forma. Estoy seguro de ello. ¿De dónde sacaste ese nombre? — afirmo.
Emilia trata de llenar sus facciones de calma, es una fracasada en semejante tarea.
—Lo saque de tu boca al presentarnos ayer. Mi nombre, Emilia Santoro, te comenté y tú me anunciaste que el tuyo era Félix Fernández. Eso para después encadenarte a una columna de mi construcción — explica con sus manos moviéndose de manera hiperactiva.
Únicamente la puedo mirar como… como la desquiciada que suena.
Pobre, tan bonita y tan chiflada. Miro al doctor.
—¿Por qué haría algo así? No tiene sentido — le digo.
Ramón se encoge de hombros. No parece enterado de nada de lo que pasa aquí. Pues, somos dos.
—¿Cómo que no lo hace Félix? — el tono desesperado se convierte en uno dulce, a la fuerza — vamos haz memoria, estabas protestando en contra de mi compañía. Por construir en Klein, e hiciste esta obra maestra en sacarme de mis casillas. Estabas tan satisfecho. ¿Verme no te provoca esa aversión fanática contra la mala malota asesina de tortugas marinas que soy?
Solo puedo negar sin entender de qué me hablaba esta mujer desconocida para mí. Esta mujer con la que parecía había tenido las 24 horas de recién conocidos más problemáticas de mi vida.
…….
Tras una examinación más profunda conmigo consciente por parte del doctor, este llegó a una conclusión que no hizo más que casi hacer llorar a Emilia, a mí preocuparme.
—Tu sintomatología apunta a que tienes una conmoción cerebral — afirma el médico.
Y si no había logrado atinar el día que era o mi nombre, menos lo que era eso.
—Explícanos mejor, para que incremente el ataque de ansiedad que me está dando desde anoche — agrega Emilia que seguía en su pijama.
—Es una lesión cerebral traumática que puede ser producto de un golpe en el área. Tal cual Félix lo tuvo. Consiste en dolores de cabeza, problemas de concentración, confusión, y… memoria. El zumbido que escuchas, la perdida de conciencia que tuviste al caerte y el aturdimiento, son más signos de las conmociones.
—¿Sigo en peligro? — atino a preguntar.
—La mayoría de las personas se recuperan por completo de una conmoción cerebral. Ellas son frecuentes en deportes de contacto como el fútbol americano o latigazos en el cuello en accidentes de tránsito. Son tipos de lesión leves en el tejido cerebral. No son irreparables, pero tampoco hay que desestimarlas. Con el tratamiento adecuado, estarás recuperado de la conmoción sin secuelas negativas para tu salud — continua.
—¿Y con el tratamiento adecuado, en cuánto tiempo volverá su memoria? — pregunta Emilia quintándome las palabras de la boca.
—La mayoría de los síntomas de conmoción cerebral se resuelven en cuestión de horas…
—Perfecto ¿no? — celebra Emilia.
—O… días — arruina su felicidad el hombre — o… meses.
—¿MESES? — grita ella haciendo que me duelan los oídos.
—Calma Emilia. La recuperación suele ser rápida, estoy dándote todos los escenarios posibles. Quizás con un par de días de descanso y retomando sus actividades rutinarias, los recuerdos volverán. Un descanso completo no es recomendable, necesitas ejercicio y actividad mental Félix.
El abuelo sigue explicando más cosas de conmociones y me vuelvo a desconectar de su diagnóstico del cansancio que tenía. Él continúa charlando con Emilia que hace la misma pregunta como cinco veces. Aun así, se limita a darle récipes con vitaminas, suplementos y más sugerencias de una dieta/vida sana.
Tan agotado estoy que me quedo dormido de pronto, y para cuando me despierto, veo que el doctor se fue. Solo queda Emilia con las manos en la cabeza caminando de un lugar a otro obstinada.
Llego a una conclusión simple, mi presencia no era grata para ella. Y si conocía a esta mujer de ayer, no éramos nada, no quería incomodarla.
—¿Qué tratas de hacer? — me cuestiona al verme intentando levantarme tambaleante de la cama.
—No incomodarte. Me voy Emilia… ¿dónde está mi ro-
No puedo hablar mucho más porque ella solo camina a mí me empuja con su mano en mi pecho. Y tan poco es el equilibrio que tengo, que caigo en el colchón.
—Recuerda, aunque sea tu nombre, luego te vas hippie. Veré qué hacerte de comer — es lo que me dice saliendo de la habitación.
Viendo el techo y como con millones de preguntas en esta cabeza aturdida, solo me calma lo bien que huelen estas sabanas. Olían como a ella.