Algunas veces es necesario reflexionar sobre tus actitudes a lo largo de la vida. Eso era muy necesario en este momento, sobre todo considerando que ya llevaba 4 horas atado a un pilar. Para excusarme de una forma decente, debo explicarme. Explicar que… era un hombre, algo, un poco, un poquito, pasional.
Ser pasional es lo que me ha llevado a meterme en ciertos problemitas. Por ejemplo, cuando me hice pasar por un traficante de fauna para atrapar a los verdaderos traficantes, o aquella vez que sí, incité a la quiebra y ruina de un acuario déspota sobre sus especímenes.
Pero es que no lo podía evitar. Era un hombre con convicción ¿ok? Además, no era la primera vez que me ataba a algo. Hace algunos años me até a un árbol que querían talar por la estética de un nuevo paseo urbano. Solo que esa vez, no duré tanto atado, también tuvo que ver que fue en medio de una calle muy transitada. Ni una hora pasé allí para lograr mi cometido.
Sin embargo, nunca debí subestimar a mi enemigo actual, a mi enemiga actual específicamente. Esa mujer sádica que me observa con sus piernas cruzadas y su mejilla apoyada de su mano. No es la primera vez que la atrapo mirándome de esa forma tan satisfecha, tampoco es la primera vez que la envidio con todo lo que tengo.
La piel me escocia, debía tener el rostro rojo, y ni la gorra, agua o bocadillos que me ha dado Jesús, se compara con su condición. La tal Emilia se ha dedicado a entretener a mis ex compañeros de causa, de protesta, con un almuerzo de mariscos que se veía y olía divino. Después escuchaba de vez en cuando cómo charlaba desde su cómoda carpa de las ventajas que este resort representaría para locales y turistas.
Lo más terrible de esta situación es que ya había convencido a uno de los botes de los tres en los que llegamos, a regresarse. La mayoría de los tripulantes fueron viajeros cansados. Y más horrible todavía, quería enviar al segundo. Sin cumplir con lo de la supuesta reunión con su equipo, obviamente.
Emilia termina de observarme de esa manera tan feliz para concentrarse en lo que le dice uno de sus empleados. En eso, parece que mi único aliado real, se acerca a mí y se pone a mi nivel. Al mismo tiempo me acerca una botella de agua con un pitillo, bebo de este.
—Va a partir el segundo bote — me comunica Jesús — mañana será la supuesta reunión con sus ingenieros.
—¡No puede hacerlo! ¿No te percatas de cómo los ha engatusado a todos para no mostrar las pruebas que pedimos? — reclamo — esa reunión nunca se dará y si se da, será más de lo mismo.
—¿Crees que no lo sé? — responde igual de impotente que yo, luego trata de calmarse — abramos el candado para irnos de aquí Félix. Nada tiene caso, esa gente es muy poderosa. Vámonos antes de que oscurezca.
Entonces Jesús trata de sacar la llave de su bolsillo para desatarme. Pero le doy una mirada de los mil demonios para que no lo haga. Jesús pone el rostro como si fuese un necio, no obstante, el único necio es ese monstruo que se nos está acercando.
—La partida de su segundo bote es inminente señor Jesús, señor Félix. ¿Por qué no para con esta irracionalidad y se unen al tercer bote? Ese que también partirá antes del anochecer — nos comunica Emilia.
Emilia no ha borrado su maldita expresión de satisfacción, sé que le encanta el hecho de que haya pasado horas infernales bajo el sol. Pero ni el sol, ni las inclemencias de un culo dormido como el mío, prohibirán que defienda a mis ideales.
—Pues que parta todo lo que quiera. ¡De aquí no me mueve ni DIOS! — casi que le grito — ¿la reunión será mañana? Entonces hasta mañana me quedaré esperando.
A ella casi que le da un patatus.
—Félix, tampoco así. ¿Cómo vas a pasar aquí la noche? Es peligroso — exclama preocupado Jesús, se pone de pie.
—¿Peligroso por? Una noche acampando no me restará años de vida, sí agregará muchos de convicción — impongo.
Emilia rasca un lado de su frente en lo que percibo es una señal de estrés constante en ella. Es algo que me excita de algún modo.
—¿Está feliz de haber traído a un fanático a sabotear nuestro proyecto señor Jesús? — reclama la mujer a mi cómplice.
¡Hey! No soy un fanático. ¿No verdad?
—Félix, volvamos o-
Lo interrumpo porque no quería que los Santoro ganasen con sus tretas baratas. Ya habíamos logrado retrasarlos un día, y lo que era más importante, la turbiedad de su obra debía ser más espesa de lo que asumí. ¿Por qué no trabajaron en algo más durante nuestra presencia? Mañana sería otro día. Me iba a quedar allí la noche entera si era necesario.
—Dije que no. No me voy a mover de aquí. ¿Qué dice de eso Emilia? — la desafío.
—¿Sabe qué? Haga lo que se le venga en gana. Ni mis trabajadores o yo tenemos tiempo para esto. Qué pase una feliz noche — ella nos muestra por primera vez sus emociones reales y también toma en serio su palabra, se marcha a dar órdenes a sus empleados.
—Esto no es necesario. ¿Cómo te vas a quedar a solas en este islote con esa gente? ¿Quieres desaparecer? — me advierte una vez más Jesús, se ha inclinado frente a mí para hablarme y pasarme disimuladamente la llave del candado.
—Qué desaparecer, ni que desaparecer. Todos ustedes saben donde estoy y si llegase a hacerlo, LOS PRIMEROS SOSPECHOSOS SERÍAN LOS SANTORO ¿NO? — grito lo último para que los presentes entiendan lo que quiero decir.
Percibo una revirada de ojos magistral de Emilia.
—Tengo que volver con mis niños, tú también deberías volver con nosotros y mañana resolver con esta gente o tratar. ¿Tienes hijos o mamá? ¿no piensas en ellos? — me advierte Jesús.
Tenía familia, pero también tenía ideales. Y la forma tan política en la que Emilia había tratado de echarnos de aquí, solo me servía para comprobar que no serían tan ridículos como para hacerme algo. Debía durar por lo menos 24 horas de protesta, eso esperaba fuese suficiente para llamar más la atención.
—Estaré bien. No hay problema.
Con esa línea, Jesús se da por vencido y un par de horas más tarde, cuando es inminente que el resto se marche, cumplo mi propósito. Me quedó a solas en este islote con un morral con bocadillos, agua y una manta. También se quedan en las carpas, que son cerradas por la noche, dos trabajadores. No teníamos visibilidad unos a los otros, así que realmente había cumplido con mi palabra, la de quedarme solo atado al bendito pilar tratando de defender la causa.
Un panorama tranquilo y quieto ¿Qué podría ir mal en una noche tan apacible como esta?
……
Entro en pánico al no poder mantener mi cabeza sobre el agua. Lucho por subir a la superficie y mantenerme allí, pero no puedo, solo puedo dar manotazos desesperados al azar. Trato de respirar mientras subo y bajo, aun así, no es suficiente. Voy perdiendo la fuerza de mis brazos, y no soy capaz de mirar en la oscuridad de este mar.
Voy cayendo más y más al fondo, y los segundos conteniendo la respiración van pasando. Uno tras otro sin poder moverme. Por más que abra mis ojos no veo nada, no siento nada. Eventualmente, libero el aire en mis pulmones…
Balbuceo llenando mi boca de agua, toso en la desesperación.
No puedo respirar más…
No puedo más…
No…
—¡Haz silencio! — me exige una voz desde fuera — ¡Deja de hacer ruido! ¿Quieres que nos maten?
No, no quería que nos matarán… No quería estar… soñando esto… ¿siquiera cómo me puedo estar ahogando? ¿Estoy soñando que me ahogo no?
…..
Abro mis ojos desorbitados ante semejante pesadilla, para conseguirme con un escenario más escalofriante que el primero en la realidad. Sigo atado al puto pilar, pero lo que es peor, alguien me está cubriendo la boca con brusquedad.
Y ese alguien es… Emilia.
En la oscuridad de la noche, y apenas alumbrados por la luna y sus estrellas, me cuesta diferenciarla, pero sigue siendo ella. Nada más que vestida de n***o, con una gorra cubriéndole la cabeza y con su mano bloqueando mi boca.
Sus ojos están lo más abiertos que pueden y al callarme, porque parecía que estaba gritando al soñar que me ahogaba, ella usa sus manos esta vez para con una cizalla romper mi candado.
—¿Qué haces? — pregunto confundido ante que esté acá a estas horas de la noche.
—Te estoy salvando la vida maldito hippie — blasfema con sinceridad enfocada en su tarea.
Me provoca reírme de su verdadero carácter.
—¿De qué o quién? — le reto.
Pero mi reto queda como una gran estupidez al escucharlo.
El sonido de un disparo y el salto de la arena a nuestro lado al recibirlo.
—¡Corre! — exclama Emilia terminando de soltarme.
Y yo corro.
Ambos corremos, por nuestra vida.