Prólogo
El amor era un misterio y una aventura al mismo tiempo. Poseedor de un sabor y peso distinto según cada persona. De eso estoy teniendo una visión muy precisa y desconcertante en este instante.
Rodeado de luces bajas, quizás miles de rosas blancas, la tonada romántica del pianista, y las lágrimas del 70% de las mujeres presentes. He de confesar que, si me incluyesen en esa acción, ese porcentaje subiría mucho más. Disimulo la humedad de mi mejilla, secándola, y sigo procesando lo que se ha hecho realidad esta noche.
Se había casado. Mi hermano menor, Gabriel estaba casado de todas las formas posibles con su novia, ahora esposa, Jazmín.
Gabriel, el terrible, el mujeriego, el tiro veloz, el que llevaba el listado de todas las mujeres que conquistó hasta los 19 (ya luego se cansó de presumir su infinito don con el género femenino según él).
Verlo ser el protagonista de esta apoteósica boda, de ese primer baile como esposos que tiene a nuestra madre Elle trancada en un hipo lloroso, es… es como estar viendo a elefantes voladores por todo el espacio.
Veo otro más danzando en nuestra mesa cuando quiero hacer un comentario divertido con mi trillizo mayor, Adrián. Por eso me volteo tratando de abrir mi boca, pero, las palabras se me quedan a medio camino. Adrián ayudaba a comer a su hijo Pablo de su papilla, mi sobrinito que apenas llegaba a los 3 no era el más diestro o tranquilo comiendo. Aunque quién lo iba a ser con un papá como mi hermano.
Sin quererlo mis ojos se dirigen a su pareja, Liliana que también estaba enfocada en eso de darle de comer a mi otra sobrina, su hija Rose, de 2 años. Específicamente, le estaba dando del pecho, y ya le había encontrado una rival de hipo con mi madre. Igual estaba absorta en el baile de los novios con la cara mojada.
Me siento de pronto incómodo, excluido de alguna forma y busco con la mirada a mi padre Aidan. Esperaba encontrar una de sus expresiones de “odio a la humanidad” pero me encontré con el tipo de expresión que hallaba en su rostro siempre que interactuaba con sus nietos, una sonrisa ilusionada, orgullosa y atenta. Así era cómo estaba viendo hablar a Lucas, el hijo de los recién casados y quien se convirtió en mi sobrino apenas hace dos años, cuando Gabriel decidió adoptarlo.
Para rematar este extraño circo lleno de alucinaciones, mi abuelo Armando, también parecía estar muy interesado en lo que fuese estuviese diciendo el niño. Y sí, ahí iba otro elefante volando sobre su cabeza. ¿Quién pensaría que Armando admitiría con los brazos abiertos a un niño que no fuese de su sangre? Todo para mi abuelo era sobre el legado de los Bryrne, los lazos de sangres, la familia, y demás términos de antaño.
Lo que me hacía llegar a una conclusión que no me alegraba para nada. Ser el segundo hijo, el hijo del medio, había vuelto a marcar mi destino. Sin premeditarlo y como un torbellino que ni sé cómo inicio, mi existencia había vuelto a ser borrada de la familia. Una vez más me sentía como un pez fuera del agua.
Verás, yo interno, cuando naces en una familia como los Bryrne, con dos hermanos con minutos de diferencia, y te toca ser el más normal de los tres, el del medio, saldrás perdiendo. Crecí siendo ni muy introvertido como Adrián, ni muy extrovertido como Gabriel. Ni muy tranquilo como uno, ni muy escandaloso como el otro. Me gustaba la tranquilidad solo lo suficiente, y aunque tuve mis aventuras de rebeldía siempre sabía que había límites que no debía sobrepasar.
Por esos límites invisibles siempre hice el papel de intermediario entre esas dos corrientes opuestas que eran Gabriel y Adrián. Agregando que era el monitor/informante de mis padres ante sus peleas más recientes. Esas que solo parecieron parar hasta que, por ironías de la vida, los dos se enamoraron de un par de hermanas.
Como si los bordes de mi figura no estuviesen siendo borrados con un corrector líquido figurativo, no solo era el único de los hermanos sin compañera de vida, también era el único sin hijos. Otra gran ironía, mis hermanos nunca, nunca tuvieron como sueño o meta el formar una familia, ninguno de ellos. Adrián, muy asocial para ello. Gabriel, demasiado social para ello.
Quizás me sentía fuero del retrato familiar por eso, sentía que estaban avanzando a pasos agigantados que nunca tuvieron que esforzarse por dar. Llegaron a ellos. Dentro de un año estaríamos cumpliendo los 30, se habían convertido en hombres de familia, y yo no los podía dejar de ver como los adolescentes que habíamos dejado de ser hace más de una década.
Sentía que estaba perdiendo, y ni siquiera era una competencia. ¿Era normal sentirse de esta manera?
Fuese cuál fuese la realidad, tan abrumado estoy que necesito respirar aire fresco. Me levanto de mi silla sin molestarme por recoger la chaqueta de mi traje en el espaldar, y en unos segundos estoy fuera del salón de eventos. Salgo al jardín siguiendo las decoraciones de rosas y luces brillosas, hasta que encuentro donde sentarme en algunas sillas cercanas a una pared gigante de ¿adivinen qué? Rosas, para tomarse fotos antes de la recepción.
—¿Y yo tengo las ínfulas de quejarme de mi vida? Imagina nacer siendo una rosa, cortada para una decoración que parará en la basura mañana — tengo que reírme de mi comentario, también tengo que abrir mis piernas tratando de deshacerme de esta desagradable sensación.
¿Qué era? ¿Era temor? ¿Eran celos? ¿Era inmadurez? ¿Qué era?
Observar el cielo oscuro no me ayuda en nada a despejar mi mente, jugar con mis dedos, tampoco lo hace. Por lo que opto por perezosamente analizar a varios camareros limpiando los aperitivos a medio comer que fueron dejados en las distintas mesas con ellos. Una noche ajetreada debía ser, pero había tantos empleados, que me mareaba la sincronización y el apuro con el que hacían su trabajo.
Algunos recogían decoraciones del suelo, otros echaban a la basura servilletas manchadas y una que otra pobre rosa. Sin embargo, una de las trabajadoras, capta mi atención al instante, o más bien dicho, yo había captado la atención de ella.
Nuestras miradas chocan por varios segundos, en donde puedo captar su uniforme pulcramente planchado, su corbata anudada impecablemente pero su cabello pelirrojo rebelde no conoce de ataduras lo suficientemente fuertes. Puede haya algo más que no coordine con el orden de su uniforme, y esa es la torpeza de sus manos. Al reaccionar tumba una de las copas que planeaba reunir en su bandeja.
Como si fuera poco, tratando de limpiar con un paño el líquido derramado sobre el mantel, se le cae la bandeja con las otras copas. Dando como resultado que algunas se rompieran, y otras sobrevivieran. Quien debía estar preocupada de su misma sobrevivencia debía ser esta chica, se notaba preocupada y aterrada.
Yo también lo estaría si estuviese viniendo a mí un jefe enfurecido a reclamarme de mala gana por unas cuantas copas rotas. A pesar de la distancia que había entre nosotros escucho los gritos de ese hombre canoso, y veo los gestos de ella tratando de disculparse. Unos cuantos regaños, eran entendibles a mi suponer, no esto.
No me gustaba que les gritasen a las personas, los gritos no hacen entender a nadie. Solo sirven para menospreciar y lastimar. Era momento de intervenir. Me acerco a ellos sin hacer mucho revuelo. Ambos captan mi presencia en un instante, y el hombre corrige drásticamente su expresión, endereza su espalda con profesionalidad.
—¿En qué le puedo ayudar? ¿Necesita algo? Estaría encantado de serle útil joven Diego — me ofrece todo luz, a diferencia de la chica que tenía la cabeza mirando al piso.
—Hambre, me dio hambre. ¿Me puedes buscar algo de comer? — pido haciéndome el desentendido de dónde estoy.
—¿Por qué no se dirige al interior de la celebración? Allí estaríamos complacidos con atenderlo y-
—Me da flojera caminar. ¿Simplemente no podrías traerme una hamburguesa con mucho queso? — sigo mi petición un tanto absurda. ¿Quién sirve hamburguesas en un evento de este calibre?
—Como quiera. ¿Prefiere pollo, carne o-
—Lo que puedas. Me da igual — contesto y con eso el hombre se va, yo sé que indignado.
Quien ya no parece estarlo tanto es ella, la mesera pelirroja se me ha vuelto a quedar mirando.
—¿Nos conocemos de alguna parte? — pregunto tratando de encontrar una respuesta.
—Sí o bueno, no tanto. ¿No te acuerdas de mí? — sonríe tratando de ocultar su torpeza, no es buena en eso. No la recuerdo de nada y eso la avergüenza más — claro, no lo haces. Fue hace mucho…
Eso me causa curiosidad. ¿De dónde la podía conocer?
—Igual, gracias por salvarme del pesado de Teo. No sabe-
—¿De dónde me dices que nos conocemos? — vuelvo a insistir. Odiaba no recordar rostros, de hecho, creía tener una buena memoria, era uno de mis mayores orgullos.
Ella ríe encantadoramente, tiene una sonrisa contagiosa.
—Nos conocimos en-
—¿Diego? ¿Qué haces por acá? No vas a salir en las fotos de la fiesta a este paso — eso lo decía acercándose a mí, Elle. Lucía algo molesta.
—Ya salí en suficientes de la iglesia, mamá — contesto desinteresadamente.
—Buscaré con que limpiar esto, con permiso — salta de pronto la mujer que seguía sin poder recordar y que ni su nombre terminó dándome.
—La asustaste — comento y regreso a ocupar mi asiento de hace unos minutos. Mi madre no se queda atrás.
—No asusté a nadie. Tú eres el que me asustaste a mí al no verte en la mesa — sigue con su regaño.
—Da lo mismo que no aparezca en algunas fotos. Mi super poder es desaparecer, y que nadie se dé cuenta. ¿Lo olvidas madre? — bromeo con ella.
A Elle no le causa risa, alza la falda de su vestido largo azul para caminar mejor sobre la grama y se sienta a mi lado.
—¿Me estoy perdiendo de algo? Porque a mí tú nunca te me has desaparecido, ninguno de mis hijos lo ha hecho — asegura terca como ella sola.
Únicamente alzo una ceja burlona. Algo que hace a mi madre corregirse.
—De adultos es otro tema, de niños, ustedes-
—¿Recuerdas aquella vez que me escondí en la casa de la piscina por toda la tarde? No se dieron cuenta de que no me vieron por más de 6 horas — le refresco.
—¿Hiciste eso alguna vez? ¿seguro? — atina a decir Elle comprobando mi verdad.
No quería hacer de esto una discusión o una queja de mi disconformidad de esta noche. También entendía que ninguno de mis padres se haya dado cuenta de mis desapariciones, que fueron varias en ese periodo de tiempo. La responsabilidad caía en las discusiones fuertes que tuvieron por el comportamiento de Gabriel, y otras más porque un profesor de Adrián quería recomendarlo para una academia europea. Obviamente papá primero muerto antes de dejar a uno de sus hijos solo en otro país, él un sobre protector hasta la última fibra de su cuerpo.
—¿Qué pasa hijo? — esta vez mamá suaviza su tono y toca mi pierna con amor — te noto, extraño.
Tengo que suspirar ante lo que me dice.
—Quiero usar otra vez mi super poder, desaparecer por un tiempo, respirar, ser libre, despejar mi mente — le confieso encontrando paz a mis deseos.
—¿Te vas a ir de viaje otra vez? Nunca entenderé a qué te sientes tan atado — refunfuña adorablemente.
—Quizás ese sea el punto. Estoy buscando a qué estar atado — revelo.
—Mejor entremos, el aire de esta noche te está sentando mal — ella pone su mano en mi hombro para pedírmelo y la sigo.
Pero lo que no sigo, son sus advertencias. Simplemente, necesitaba un cambio de aire, y emprender mi búsqueda.