Capítulo 2: Sirenas y brujas

2070 Words
Era un aventurero por naturaleza, y tanto la excitación de hacer esta especie de operación encubierta, como el hecho de incentivar a una revuelta contra lo que pintaba una corporación malvada, me tenían como mocoso en navidad. Emocionado. No era la primera vez que le metía el gusanillo de las protestas a locales de pequeñas comunidades como estas. Era una necesidad que la gente se revelase contra construcciones abusivas con el ecosistema, algunas veces el apoyo se hacía tan viral, que podían detenerse, otras, simplemente esforzarse por cumplir, aunque fuese las normas básicas. Lo había visto desde México hasta Italia, nada era más hambriento que el poder del dinero. Poco le importaban la muerte de corales o que las tortugas no tuviesen donde desovar sus huevos, lo que sí les interesaba a estas compañías era su imagen corporativa. Eso era lo que íbamos a atacar. Por eso muy temprano en la madrugada, y tras una noche de propaganda, e incentivación al odio hacia esos terribles ricachones, alrededor de 20 personas más se nos unieron. Los dueños de tres botes aceptaron llevarnos hasta Klein, y como era de esperarse que fuesen las 4 AM, hizo que nadie estuviese vigilando las costas del islote. En la oscuridad, y con nuestras linternas, más pancartas con mensajes proteccionistas, esto se llegó a sentir como esos proyectos de rescate en los que participé estudiando en la universidad o en mis travesías por Asia. Sin embargo, bastó con que pisase la arena para que deslumbrase un esqueleto cuanto menos escalofriante, en lo que se suponía no se tenían permitido este tipo de construcciones. La majestuosidad que tenía Klein, era enturbiada con esta construcción de cemento y bloques que estaba bastante avanzada. ¿En un mes habían hecho todo esto? Era un proyecto ambicioso, obsceno para el lugar en el que estábamos y mientras más recorría el sitio, más me preocupaba. La gota que derramó el vaso fue la laguna de oxidación con agua turbia y restos de corales en ella. Además, la gran luminosidad proveniente de este horrible esqueleto era otra ofensa más. Debía estar afectando al desplazamiento de las aves marinas, no podían orientarse. Mientras más estudiaba y recorría el sitio, más me asombraba la imagen. ¿Cómo esto era siquiera legal? Imposible que lo fuese, y lo más asombroso, era completa e innegablemente un descaro. Alrededor de las 5 AM los trabajadores de la construcción, extranjeros todos, comenzaron a llegar y a pedir que nos marcháramos. Pero explicarles según mi experiencia lo que estaban haciendo a la fauna marina más lo que ellos mismos veían con sus ojos, hizo fortalecer su convicción. Tendrían que llamar a la policía para sacarnos de aquí. Así pues, henos acá repartidos en los puntos clave de la obra con carteles y consignas sobre lo malos que eran los Santoro. Éramos tan estorbosos, que ningún obrero podría trabajar aquí. A las 10 AM algunos oficiales de seguridad de la isla hicieron acto de presencia, pidiendo que nos retiráramos, que la empresa constructora tenía todos sus papeles en regla. Salté pidiendo que nos los enseñasen, que era el derecho de gente como Jesús o su madre, conocer sobre lo que se hacía en el patrimonio natural de su hogar. Evidentemente, no nos dieron nada. Dizque estaban buscándolos. Lo hicieron por 3 horas más, y con el sol inclemente del mediodía, más las reservas de comida agotadas, muchos de nuestro grupo habían desistido. Por lo que estaban en las carpas de los trabajadores de los Santoro resguardándose o bebiendo de su agua. Por mi parte me rehusaba ante tal humillación. No obstante, debía admitir que el protector solar no servía para proteger tu piel tras tantas horas de exposición. Debía parecer una tostada de pan quemada, pero mis convicciones seguían allí, al igual que la de Jesús y similares, ellos eran los que más tenían que perder. A eso de la 1 PM, llega a la costa un bote de aspecto nuevo, ostentoso y quienes primero se bajan dan la impresión de ser dos matones de seguridad. Les falta poco para llegar a los dos metros de altura, y su contextura de roble no ayuda en oponerse a lo que he dicho. Pero había de suponer que ellos no serían el mayor problema, el mayor problema debía serlo esa mujer que baja detrás de ellos con su ayuda. Una mujer de postura recta, cabello recogido en una cola de caballo, y vestida de blanco playero de pies a cabeza. La confianza con la que se acerca a nosotros y esa sonrisa de dominio me da una mala impresión, me da una mala vibra. Era un pez grande esa mujer. —Esa es la hija del hijo de puta de Donato Santoro. Es una bruja — me informa Jesús impotente y muy molesto — no confíes en nada de lo que te dice. Son mentiras. —Buenas tardes a todos los presentes — anuncia la mujer a unos pocos pasos de nosotros, su sonrisa profesional es imborrable — quisiera comunicarles que ha habido un gran malentendido en nuestras intenciones con Klein. El Gruppo Santoro es una organización derivada de una larga experiencia laboral. Hemos participado en cientos de proyectos de construcción en tres continentes, y nuestro equipo está conformado por expertos profesionales, calificados y capacitados. Nuestra gestión nunca ha desatendido una temática tan relevante en el presente como la protección del medio ambiente y el sector ecológico. —Si tan comprometidos están con Klein ¿por qué lo cerraron a los turistas? En mi familia sobrevivimos de traer a buceadores — protesta uno de los locales. —Es una medida de seguridad temporal. Nuestro compromiso con la comunidad de Bonaire es nuestra prioridad. Este proyecto representará un antes y un después en la industria del turismo local — se defiende con destreza esta mujer de ojos fríos y sonrisa mecánica — Generaremos nuevos puestos de trabajo. Queremos convertir a Bonaire en la isla más famosa del Caribe. —Están buscando enriquecerse más de lo que ya son — se queja Jesús. —Señor Jesús, hemos tenido reiteradamente esta conversación. La industria de la construcción no es un ente maligno enfocado en robar sus clientes. Tenemos más bien una alta influencia en el desarrollo de las naciones, tanto en sus estructuras económicas como en el bienestar de su gente, su comunidad — sigue esta mujer. Ya entendía por donde iba el odio de Jesús a esta señora. Era diestra con sus palabras, y su interminable palabrería llena de generalizaciones confundiría a cualquier que no supiera de leyes o reglamentos. También entendía su choque, mientras que Jesús y su familia trabajan hospedando de manera personal a los viajeros, de sol a sol, esta mujer era la representante de esta construcción masiva de lujo. Que hablase tan desconectada de nosotros, sus brazos con pulseras doradas brillantes y esos lentes de sol Gucci en su cabeza, eran enervantes. —Eso sigue sin explicar la muerte del coral — interrumpo a esa mujer. Esa mujer que de manera pausada y escalofriante cierne sus ojos azules sobre mí. Como dándose cuenta de que existo, y no le agrado. Pero su sonrisa profesional vuelve a llenar sus facciones. —Hemos tomado todas las medidas necesarias para evitar alterar el ecosistema marino — responde. —Su laguna de oxidación está llena de ellos. No están tomando las medidas necesarias, si así fuera tampoco su laguna estaría al punto del desborde. Terminará en las aguas de la costa — explico la evidente falta que estaba haciendo esta constructora. Ella lo sabe. Su mueca de desagrado la percibo por más rápido que la cambie. —¿Quién me dice que es usted? Habla con mucha propiedad de nuestro proyecto — me interroga. —Solo tengo ojos — respondo descomplicado — y, soy biólogo marino. —Ah. Un biólogo — susurra de una forma tan sarcástica y chocante que estoy comenzando a creer eso de que es una bruja. Aunque por el ambiente me suena más a una sirena, de esas que te atraen con su canto para arrastrarte a la muerte — contamos con la guía de nuestros ingenieros medioambientales y- —Quiero hablar con ellos, quiero que hablen con nosotros. Ya — exijo. —Eso no será posible porque- —¿Poque tu llegada a Klein fue una estrategia para que desistamos de explicaciones? Queremos respuestas, no palabras bonitas — lanzo firme y sin desistir. Simplemente, ella me desagradaba. ¿Cuándo me había desagradado una mujer o un hombre a este nivel? Fácil. Nunca. Solía tener un alto nivel de tolerancia, pero que estuviese tratando a mi amigo Jesús como un estúpido y a todos los locales, como otros más, me estaba sacando de mis casillas. Mi protesta gana la aprobación de mis compañeros. No la de la mujer, por supuesto. —Verá señor… — se rasca el lado derecho de la frente. —Félix Fernández — completo por ella. Y río dentro de mí por no estar dentro de sus maldiciones con mi nombre real. —Félix Fernández — la forma en la que lo gesticula podría ser igual a la forma en la que dice maldito — Emilia Santoro, arquitecto jefe de este proyecto para una mejor presentación. Me comunicaré con nuestro equipo para comprobarles con pruebas concisas y la documentación necesaria, que no hemos infringido ninguna normativa. Una ola de alivio invade a los presentes, a mí no me lo hace. Conozco a las personas de su tipo. Sin escrúpulos en los negocios. —Pero… será más cómodo para los interesados volver a Kralendijk donde se encuentra nuestro equipo. Pautaremos una reunión a más tardar finales de semana y- Mientras la tal Emilia comienza otro plan evasivo y para postergar nuestras acciones, en cámara lenta veo cómo los va convenciendo con su sonrisa falsa, su voz aterciopelada y su belleza. Era una trampa. Una en la que Diego Bryrne no caería. Busco a mi alrededor la bolsa con la medida extrema y mi mirada se conecta con Jesús, ambos sabemos lo que tenemos que hacer. Con ella seduciendo y distrayendo a los protestantes, nosotros hacemos la movida maestra. Jesús saca de la bolsa una cadena con candado, al mismo tiempo me siento y afinco mi espalda de uno de los pilares principales de la construcción. Ese sobre el que estaban trabajando hasta ayer por su avance. Allí es donde Jesús inicia a amarrarme por el pecho a esta abominación de cemento. Y al estar cerrando el candando, ya es demasiado tarde para que Emilia haga algo. Solo abrir sus grandes ojos azules en horror. —Señor Jesús, desate en este instante a ese hombre — reclama Emilia caminando inestablemente sobre la arena en mi dirección. —¡No lo hagas Jesús! — respondo apasionado ante la situación — ¡no construirán nada hasta que nos comprueben qué está pasando aquí! —¿Es acaso un demente Félix? — acusa molesta, pero conteniéndose ella — ¿nos hará perder también la tarde? ¿No fue suficiente con la mañana? —¿Ah sí? — la provoco irónico — ¿no y que muy interesada en la comunidad? Suena más a interés en saltar todas las normativas para ahorrar dinero y obviar recursos. Emilia nada puede decir, me mira con repugnancia, arruga su nariz respingada y cambia su expresión a una de rendición. —Me comunicaré con mi equipo para que se acerquen a Klein — informa, me siento aliviado — pero, el sol apremia, al igual que la falta de alimentación. ¿Nos acompañan a almorzar en nuestras carpas? Sería un placer compartir con todos ustedes. Como la familia que sé seremos al aclarar este malentendido. Nadie se resiste a esa invitación, todos tenían hambre, sed y estaban cansados. Yo también la hubiese aceptado, pero un pequeño detalle, estaba atado a un puto pilar. No me puedo mover, y no debo hacerlo. Algo de lo que Emilia se percata, es la última que se queda conmigo. No dice nada, solo me sonríe con tanta malicia, que me dan escalofríos por todo el cuerpo. —¿Quiere que le traiga de comer algo en especifico señor Félix? — se ofrece y la miro con odio en silencio. La sigo mirando con odio cuando se marcha con su actitud triunfante, y sádica. Muy sádica. ¿Quién era esta mujer? Más importante… ¿Por qué me había amarrado a un puto pilar?
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