Taylor terminó de rellenar unos documentos antes de volver a mirar hacia el hermoso vampiro. Durante lo que habían sido las siguientes horas, habían trabajado en completo silencio a excepción de los momentos en los que necesitó que firmara algo.
Había algo en Miller que le hacía difícil entablar una conversación. Tal vez, era la falta de confianza sumada a esa aptitud pétrea de él. O, tal vez, era que le costaba mantener sus ojos alejados. Simplemente no podía dejar de hacerlo. Lo había intentado de todas las formas posibles, pero la curiosidad mezclada con la fascinación, le impedían apartar los ojos de su hermoso rostro.
Sus ojos grises permanecían fijos en algo que parecía tenerlo inquieto. Aquello llamaba su atención. El sonido de la puerta la sobresaltó. Se volvió y observó a Maddox entrando sin anunciarse. Casi se sentía sorprendida de que estuviera despierto durante el día, pero si Miller lo hacía, ¿quién le aseguraba que él no podía hacerlo?
Sus ojos marrones se fijaron en ella cuando se acercó. Una sonrisa divertida en su rostro. Taylor arqueó una ceja para la diversión de Maddox.
—¿Qué tal el primer día de la mestiza?
No estaba segura de que aquello fuera un insulto, pero aun así le respondió con una sonrisa burlona:
—Bastante bien, sexy. Solo he tenido que enfrentarme a un montón de papeleo.
El labio inferior de Maddox tembló.
—¿Sexy?
Ella se encogió de hombros, divertida por su propia broma. Le iba bien. Vampiro o no, Maddox era bastante atractivo y sexy.
El aire en la habitación se congeló. El cuerpo de Taylor se tensó y tuvo la impresión de que alguien la observaba muy fijamente. No hacía falta girarse para saber que era Miller. Era el único además de Maddox que podía estar observándola en aquel despacho.
—¿A qué has venido? —preguntó, cortante.
Intentó no mirarlo sorprendida por el repentino cambio. Maddox ni siquiera se inmutó ante su voz y simplemente se acercó a él.
—Creo que tu nueva secretaria debería ir a tomar un café —sugirió.
Taylor lo miró confundida. Miller lo observó unos segundos antes de mirarla a ella. Luego asintió.
—Sal un momento, Taylor.
Comprendió que la estaban echando. Fuera lo que fuera lo que tuvieran que hablar. No querían que ella se enterara de ello. Sin decir nada, se levantó y caminó hacia la salida. Probablemente debería aprovechar esa oportunidad para tomar un café y conocer al resto del personal.
Pronto se maravilló con el lugar. Era un lugar elegante, limpio y hermoso. A diferencia de la primera vez que estuvo en el hotel, se permitió observar todo con más detenimiento. Las personas que caminaban de un lugar a otro por el vestíbulo eran completamente humanos. Los únicos que parecían ser remotamente de su mundo eran mestizos. Eso la sorprendió enormemente.
Nunca habría imaginado que encontraría a otros mestizos trabajando para un vampiro. Eso al mismo tiempo, le causó dudas. ¿Por qué un Maestro vampiro querría contratar a mestizos? Se lo preguntaría en cuánto tuviera la oportunidad.
Caminó hacia la cocina del hotel. Cuando entró, todos los cocineros y pinches de cocina se encontraban moviéndose de un lado a otro, solo deteniéndose para centrarse en cortar, cocer o remover cualquier cosa que estuvieran preparando. Se veían bastante ocupados.
—No andes por medio —le gruñó uno que llevaba una enorme cacerola entre las manos.
—Lo siento —se disculpó mientras se apartaba. El hombre refunfuñó algo en voz baja y pasó junto a ella, ignorándola.
Eso la molestó. Era bastante áspero y ya se había disculpado. Ignorando la situación anterior, se acercó a uno que parecía menos concentrado mientras removía algo. Era un joven de cabello castaño cobrizo, con pecas.
—Disculpa.
El joven se giró para observarla. Como si hubiera sucedido un impacto, al instante Taylor fue consciente de que era un mestizo. Podía sentirlo y sabía que él también había notado que ella era una. El chico pestañeó y luego sonrió.
—Ey, hola —la saludó—. ¿Nueva?
Ella asintió, observando sus ojos. Tenía uno verde y el otro marrón. Se veían encantadores.
—Sí, soy Taylor Dixon.
Él asintió.
—Jorge Morales —se presentó mientras soltaba el cucharon y le tendía la mano. Ella la aceptó y luego lo soltó.
—Me preguntaba si sabrías dónde podría conseguirme un café.
Jorge volvió a asentir.
—Por supuesto —respondió en un inglés un tanto extraño—. Generalmente, puedes encontrar una cafetera en la sala para el personal, pero algunos vienen aquí por él. Puedes venir siempre que lo desees, el café es mil veces mejor que el de aquella sala aburrida.
Taylor sonrió ante la sugerencia sin segundas intenciones. También, le hizo gracia como se había referido a aquella habitación.
—Gracias. ¿Supongo que puedo tomar una taza ahora?
—Claro —se giró un momento para remover el caldo antes de salir disparado e indicarle que le siguiera. Rápidamente llegaron a una enorme cafetera de esas que se encontraban en las cafeterías—. Ya hay café preparado así que sírvete. Siento no poder ayudarte demasiado, pero hoy tenemos un evento en el hotel y estamos un poco ocupados.
Ella le sonrió.
—Gracias y no te preocupes. Se agradece la ayuda.
—Bien —dijo antes de marcharse—. ¡Nos vemos luego!
Taylor pestañeó sorprendida por la despedida. ¿Qué diantres le había dicho? Le pareció que era español, pero, sinceramente se le daban tan mal los idiomas que perfectamente podría ser chino y ella ni se coscaría de ello.
Sin ningún apuro, se preparó un café. Varias tazas estaban cerca, afortunadamente, y mientras esperaba, observaba a los cocineros. Todos parecían bastante estresados. Jorge había dicho que habría un evento, aunque nunca le especificó de qué clase. Pensándolo bien, le sorprendía. A Miller no le preocupaba que muchos humanos aparecieran en su hotel a pesar de correr el riesgo de que lo descubrieran. Incluso había notado que muchos de sus empleados eran humanos, por no decir la mayoría.
Cuando terminó de llenarse la taza, la tomó entre sus manos. No estaba segura de si podía llevársela, sin embargo, no le importó mientras salía de allí y regresaba al despacho de Miller. Durante el trayecto de vuelta, evitó las zonas en las que se encontraban los clientes. En realidad, era difícil, pero no estaba segura de la imagen para el hotel que daría si la veían caminando con un café en la mano.
Al entrar de vuelta en el despacho, Maddox ya se había marchado.
—¿Encontraste el lugar sin ningún problema?
Ella asintió.
—Fui a la cocina, así que sí, la encontré rápidamente.
Miller observó su café mientras se lo llevaba lentamente a los labios. A Taylor le pareció leer el anhelo en sus ojos cuando le dio un sorbo. Supongo que debía de extrañar lo que era tomar comida humana. Eso le hizo preguntarse cuántos años tendría y sí habría pasado mucho tiempo desde aquello.
—¿Cuántos años tienes?
Instantáneamente los ojos grises de Miller pasaron a mirarla fijamente el rostro. Taylor sintió como sus mejillas se enrojecían ligeramente mientras una gruesa ceja oscura se alzaba con asombro. Ella se mordió el labio, incómoda y se removió en el sitio.
—Lo siento, no tenía que haberlo preguntado. Olvídalo.
Una lánguida sonrisa se dibujó en su rostro.
—No me molesta que me hayas preguntado.
Ella todavía no estaba segura. Probablemente solo estaba siendo cortés y, en realidad, pensaba que era una entrometida.
Miller se apoyó sobre el respaldo de su asiento, sin perder la sonrisa.
—¿Cuántos años me echas?
Ella jadeó.
—¡Eso es hacer trampa! —exclamó—. Perfectamente podrías tener más de quinientos años y yo no lo sabría.
Una risa baja salió de él. Era ronca, pero atractiva. Y Taylor pensó en cosas que no debería de estar pensando.
—Tengo más de quinientos.
Eso solo aumentó su bochorno y algo de su curiosidad.
—Si no me equivoco, los Maestros vampiros suelen tener miles de años, ¿cierto? —preguntó, tratando de recordar lo poco que sabía al respecto.
Él asintió, sin apartar los ojos de ella.
—Generalmente, sí.
Ella lo miró con escrutinio.
—Pero no es tu caso —intuyó.
—No, no es mi caso —concordó.
Su curiosidad se disparó sin que pudiera detenerla.
—¿Por qué? —preguntó—. Quiero decir, ¿por qué no es tu caso? ¿Qué es lo que te hizo hacerte Maestro vampiro?
La mandíbula de Miller tembló ligeramente y sus ojos se abrieron con sorpresa. Luego, la miró con diversión.
—Realmente no conoces nada del Submundo, ¿verdad? —no era una pregunta, sino una afirmación.
Taylor observó los blancos dientes del vampiro mientras le sonreía. Ella simplemente se encogió de hombros, desviando su mirada hacia la taza de café que tenía entre sus manos encima de su escritorio.
—Nunca me he interesado, no voy a mentirte —confesó—. He estado más ocupada todos estos años evitándolo e intentando pasar desapercibida, que ni siquiera me he molestado en conocer algunas cosas que parecen ser de dominio público.
—Porque eres mestiza.
—Porque soy mestiza —confirmó, luego, suspiró—. Y porque no tengo a nadie del Submundo que pueda protegerme.
—¿Qué hay de tu familia por la línea de sangre de hada?
Ella lo miró. O estaba intentando ser cortés o realmente Miller no sabía cómo eran las hadas.
—Eso es imposible y lo sabes.
—Por la reina Mab.
Titania, la reina de las hadas.
Taylor volvió a asentir.
—Veo que conoces algo de ella.
Miller resopló.
—Todos en el Submundo conocen los otros nombres con los que se refieren a la Reina de la Corte Dorada —contestó como si hubiera dicho una estupidez—. Titania, Mab, Oonagh… Se refieren a ella de muchas distintas formas, al igual que lo hacen con otras criaturas mágicas del Submundo.
Taylor rio, divertida.
—Has resoplado.
La mirada de Miller se suavizó.
—No sabes demasiado sobre tus orígenes, ¿verdad?
Ella negó, sintiendo un nudo en el corazón, pesado como unas cadenas. No podía negar que no sabía demasiado sobre sus orígenes. Tampoco es que lo hubiera intentado, después de todo, su madre la había abandonado justamente porque era del Submundo y ella una mestiza. Se preguntó si de no haber sido mestiza, la habría llevado con ella.
Rápidamente se deshizo de esa idea. Ella amaba a su padre y no se arrepentía de haber sido criada por él.
Mejor mi padre que unas hadas traicioneras, pensó.
Porque era así. Las hadas tenían fama de ser engañosas al igual que hermosas. Te decían lo que querías oír, tejían su engaño con verdades que te hacía dudar de tus propios pensamientos. Te hacían ver lo que más anhelabas. Y, cuando te tenían justo donde querían, te enterraban como a una serpiente en el desierto.
—No lo necesito.
Miller estrechó los ojos e inclinó la cabeza ligeramente.
—¿Estás segura? Uno nunca sabe cuándo puede necesitar ciertos conocimientos. El conocimiento es poder.
Su cuerpo se tensó.
—También es un arma de doble filo. A veces, es mejor no saber ciertas cosas —contestó—. Hay personas que piensan que la ignorancia, a menudo, puede ser una auténtica salvación.
Él frunció el ceño.
—Te permitiría esa respuesta, si fueras totalmente humana. No obstante, me temo que eres mestiza y que la sangre feérica corre por tu cuerpo. Has tenido mucha suerte durante estos años, pero ¿qué pasaría si ante una situación extrema revelaras tus poderes? Las hadas tienen una fuerte conexión con los que las rodea. Podrías un día encontrarte en un momento de vida o muerte y revelar tus poderes delante de los humanos. Eso podría ponerte en riesgo, no solo a ti, sino a todos los Subterráneos.
Ella pestañeó e hizo una mueca, en desacuerdo.
—Siento decirte que nunca he sentido esa conexión con la naturaleza de la que hablas. Y, por si ya lo has olvidado, hace unos días me atacaron unos pícaros y podía haber muerto. Si de verdad tuviera los poderes de los que hablas, que no tengo, ya habrían salido a la luz y no habría necesitado de un vampiro para que les pateara el culo.
Miller soltó una risa ronca. Taylor lo observó. Todo en aquel vampiro era un misterio. Sus ojos grises la miraban con intensidad, una sonrisa socarrona se mostraba ahora en su rostro y parecía muy complacido con lo que veía. La veía a ella.
Contuvo la respiración ante la evidencia. Era prácticamente imposible resistirse a él. Habían tenido una conversación tensa y, sin embargo, aún podía sentir como una fuerza mayor tiraba de ella hacia él.
Sus ojos pasearon por sus labios y se preguntó cómo se sentiría un beso. ¿Sería frío como su piel o caliente como el infierno? No estaba segura de si quería comprobarlo. Necesitaba el trabajo y eso era mucho más importante que su deseo y atracción hacia un hombre.
Y no olvidemos que es un Maestro vampiro. Tú ni siquiera te encuentras en su liga, Taylor.
Probablemente ella sería algo así como una merienda de la tarde o el desayuno.
Los ojos de Miller comenzaron a brillar ligeramente y su cuerpo reaccionó al instante. Tuvo que contener un jadeo porque aquello se veía increíble. Sus ojos parecían más vivos que antes. La atracción anterior se había convertido en algo más violento, algo que la hacía querer saltar sobre él. Clavarle las uñas en la espalda y saborear todo su cuerpo. Sentirlo dentro de ella.
Vio como sus colmillos comenzaban a crecer ligeramente y se imaginó como sería ser mordida por él mientras le hacía el amor. Seguramente sería tan intenso que la haría morir de placer.
—Taylor, no deberías mirarme así…
Tragó.
—¿Cómo si fueras un pastelito?
Su boca tembló y sonrió con diversión.
—Exactamente.