Su mano temblaba ligeramente mientras tomaba una de las tostadas que había en la mesa del comedor. Nunca le había molestado tanto que la observaran mientras comía como en aquel momento, pero supongo que podía entenderlo puesto que los vampiros no podían permitirse comidas solidas.
Bebió un poco del delicioso café que le habían servido y apuró lo que quedaba de su plato. Una vez se limpió la boca y dio un último sorbo a su taza, se atrevió a mirar a Miller.
No se perdió como sus ojos grises la analizaban minuciosamente en silencio. Ni cómo sintió un pequeño estremecimiento que nació en su vientre cuando le sonrió. Tenía una sonrisa seductora y atrayente. Y unos labios tentadores que quería besar.
En cierta forma, no le extrañaba que todas sus secretarias hubieran querido algo con su jefe. Para tener la piel fría, se veía muy caliente.
—¿Qué tal ha pasado la noche? —preguntó con una voz baja y ronca que la desestabilizó.
Debería de haber sentido vergüenza cuando vio hacía dónde habían viajado sus pensamientos. Miller tenía una sonrisa arrogante, divertida y algo traviesa. Taylor se preguntó si sería verdad que algunos vampiros podían leer los pensamientos.
Solo esperaba que fueran eso, rumores.
—¿Y bien? —volvió a preguntar.
Se aclaró la garganta.
—Bien, he pasado una buena noche —respondió—. Gracias.
Miller asintió y miró a una esquina de la habitación. Un hombre en uniforme entró y recogió los platos que había frente a Taylor.
—Bien, entonces supongo que podemos pasar a lo que nos ha traído aquí —dijo recostándose en su asiento. Taylor tragó y eso causó una sonrisa en él—. No necesitas ponerte nerviosa. Maddox ya me contó lo que te sucedió anoche y por qué llegaste en esas condiciones.
El corazón de Taylor bombeó. Genial. Ahora no estaba segura de qué pensaría de ella. Probablemente que era una mujer con problemas puesto que seguramente también le habría contado como la despidieron de su anterior trabajo. Solo esperaba que aquel hombre no sacara conclusiones de ella sin conocerla.
Miller se humedeció los labios.
—Tu trabajo será sencillo. Atenderás mis llamadas, harás trabajo de oficina, agendas… Todo lo que tenga que ver en el trabajo de una secretaria. Maddox me ha dicho que sabes separar tu vida personal del trabajo —sus ojos la escrutaron lentamente mientras decía eso—. Eso es crucial para este trabajo. No me gustaría tener que despedirte al igual que a la última secretaria.
Taylor pensó que si eso era lo que le preocupaba entonces simplemente tenía que contratar un hombre. No obstante, se mordió la lengua puesto que necesitaba el trabajo.
—Sobre el tema de la vivienda….
—Me gustaría conservar mi casa —se apresuró interrumpiéndolo.
De repente, la habitación se sintió fría. Taylor contuvo la respiración mientras un escalofrío recorría su cuerpo como una descarga. El ambiente se había vuelto tenso; la mirada que le dirigió Miller podría haber cortado al hombre más poderoso y hacerlo pedazos como un jarrón de porcelana.
Se arrepintió de haberlo interrumpido tan rápido como había abierto la boca.
—Yo…
Miller sonrió, sin embargo, su sonrisa no se reflejaba en sus ojos grises.
—Está bien —aceptó—. Si es lo que quieres.
No estaba segura de qué pensar. Sus palabras decían una cosa, pero su expresión seria decía otra.
—Algo que quieras saber. —No era una pregunta.
—El salario.
—Mil ochocientas libras al mes. Poco más del salario habitual de los secretarios mortales. También recuerda que puedes pasar tu estadía al hotel siempre que quieras.
Su cabeza comenzó a dar vueltas. Eso eran novecientas libras menos que en su anterior trabajo como contable, pero podía aceptarlo. Era mejor que nada. Al menos, tenía un trabajo y no se vería viviendo debajo de un puente. O peor, regresando a casa de su padre. Ni siquiera estaba segura de lo que le hubiera dicho. Algo así como “sí, hola, papá. Sí, me han echado del trabajo. Sí, son unos mierdas”. Puede que sí pudiera imaginarlo.
Asintió.
—Muchas gracias.
Ambos se miraron silenciosamente. Ella con fascinación y él, con algo que era imposible de entender. Taylor tenía la extraña impresión de que había algo más aguardando en la mente del vampiro. Sin embargo, no le dijo nada más.
Decidió hablar ella.
—¿Cuándo empiezo?
Una sonrisa rompió su rostro y se levantó de la silla.
—El próximo lunes. Maddox te mantendrá al tanto.
24 de diciembre de 2002
Taylor acomodó su cabello una última vez antes de entrar en la recepción del hotel. Las manos le sudaban. Su cabeza recreando su última conversación con Maddox.
—Entrarás a las siete. A esa hora el Maestro seguirá despierto y podrá atender llamadas o cualquier otra cosa para la que sea requerido. A las dos pasará a su estancia para dormir, pero tu seguirás trabajando hasta las cinco —instruyó mientras la acompañaba a la salida—. Lo más seguro es que haya días en los que se te necesite más tiempo, por eso se te ofreció una habitación. No necesitas preocuparte por las horas extras, nosotros pagamos por el trabajo.
Ella asintió en silencio. Tomando nota de todo lo que decía.
—No seas impuntual y es preferible que no le digas a nadie donde trabajas. Hablamos de un Maestro vampiro y tú eres una mestiza —sus ojos marrones la observaron—. Creo que no necesito especificar por qué no debes hablar de ello.
Porque eso significaba que podría ponerse en peligro o que ellos podrían matarla.
No lo dijo en voz alta, pero el mensaje se entendía.
—Lo tengo. Ni una palabra de esto.
Maddox le dirigió una sonrisa que la sorprendió.
—Bien, no queremos perder a nuestra secretaria antes de que comience el trabajo.
Se quedó observando sus ojos. No comprendía a aquel vampiro.
En realidad, no comprendía a ninguno, pero Maddox era algo que se le hacía extraño. Conocía su naturaleza, pero a veces su forma de actuar se veía más humana que vampira.
Quizá no había perdido su humanidad del todo.
—Muchas gracias por esto… y por haberme salvado en el pub.
Su mirada se suavizó.
—No me las des. Esos idiotas no saben cumplir con la ley y podrían haber atraído a gente innecesaria.
Ella le sonrió.
—Aun así, gracias.
—Señorita, ¿puedo ayudarla en algo?
Taylor observó al recepcionista que tenía delante. Era un tipo rubio bien alto y bastante robusto, pero que daba la impresión de ser amable. Pestañeó.
—Sí. Soy la nueva secretaria del Ma… Del Señor Likar.
El hombre asintió y le sonrió. Tenía una sonrisa agradable.
—Oh, el señor White nos avisó de que usted vendría —contestó—. Solo tiene que coger el ascensor y subir a la última planta.
Ella asintió y caminó hacia los ascensores. Prácticamente le estaba pidiendo que subiera de vuelta a la suite del hotel.
El paseo hacia arriba le dio tiempo para pensar. No había tenido noticias de los vampiros desde que Maddox la había acompañado a la salida el viernes al mediodía. En realidad, no estaba segura de qué se encontraría. ¿Cuáles se suponía que eran los negocios de los vampiros? ¿De verdad se encargaría solo de trabajar como secretaria o tendría que ayudarle con sus “negocios” de la noche?
Era la primera vez que se encontraba en una situación así. Había dedicado la mayor parte de su vida en esforzarse para evitar a los subterráneos y, sin embargo, ahora se encontraba trabajando para uno.
Irónico.
El recuerdo de los ojos grises de Miller hizo que se sintiera aún más nerviosa. Era un hombre atractivo. Se había sentido atraída por él al segundo y tendría una dura lucha para no caer por él si tenía que verlo a menudo.
Atravesó las puertas cuando se abrieron y caminó lentamente hacia la habitación del hotel. Los nervios a flor de piel. Su puño se alzó cuando se encontró delante, dispuesta a llamar. La puerta se abrió sin siquiera darle la oportunidad de dar el primer Toc.
Una hermosa rubia, de piernas kilométricas y piel de porcelana se encontraba frente a ella plantada en unos increíbles tacones. Sus ojos la analizaron al instante. Era evidente que su ropa había sido removida y algo en ella gritaba “Vampiro”. Cuando se alzó a verla, sus ojos verdes la miraban fijamente.
—¿La cena?
Taylor frunció el ceño.
—La nueva secretaria del Maestro —decirlo había sonado extraño.
La vampira se inclinó hacia atrás y la observó, esta vez al completo.
Taylor intentó ignorar como aquello le estaba molestando. La vampira la miraba con prepotencia y tenía una sonrisa que no le gustaba.
—Puedes pasar, pero el Maestro tardará en salir. —Se humedeció los labios—. Se está vistiendo.
Ignoró el tono cortante con el que lo había dicho. Estaba tratando de provocarla. La vampira se echó a un lado o, tal vez, fue debido al cuerpo de Taylor entrado rápidamente en el lugar. Odiaba a esa mujer y apenas había abierto la boca.
No le gustaban sus miradas. Como si fuera poca cosa.
El cuerpo de Miller apareció, al igual que el primer día, por una de las esquinas del salón. Caminaba con desenvoltura, casi como si levitara. Era increíblemente hipnótico. Sus ojos grises se fijaron en algo que llamó mucho su atención. Su ceño fruncido y una extraña mueca de desagrado en su boca.
—¿Qué haces todavía aquí?
La mujer detrás de ella se encogió en su sitio.
—Había abierto la puerta por usted, Maestro.
Miller siguió caminando hasta acercarse a ella. Al principio, no le había importado, pero el perfume de esa mujer se había convertido en algo desagradable ahora que él llevaba su olor.
¿Han tenido sexo y ni siquiera se ha duchado después?
No le gustó imaginarlos juntos. Sobre todo, porque si era cierto, aquello significaba que tenía un gusto horrible con las mujeres. Estaba previendo futuros dolores de cabeza gracias a aquella vampira.
—Puedes irte —no la miraba mientras lo decía. Ahora sus ojos estaban clavados en Taylor.
La puerta se abrió y se cerró en menos de un minuto. Ella no se molestó en comprobar si realmente había desaparecido; su atención permanecía fija en Miller.
Posiblemente era la primera vez que lo veía desde tan cerca. Su pálida piel, pómulos altos, labios llenos y ojos grises. Su cabello oscuro se encontraba revuelto, probablemente por las manos de la vampira.
No vayas por ahí, pensó.
Ni siquiera comprendía qué era lo que le molestaba de todo aquello. No lo conocía, ni él a ella. Prácticamente habían sido dos extraños hasta el jueves por la noche tras el rescate de Maddox y aun así había hablado más con el otro vampiro que con Miller.
No obstante, no podía evitar sentir atracción por él. Mirarlo a los ojos se sentía magnético; permanecer en el mismo lugar, electrizante. No estaba segura de querer averiguar cómo se sentiría tener sus manos sobre su cuerpo.
—¿Lista para el trabajo? —su voz era cálida.
Ella asintió y aquello pareció una señal para que se alejara de ella.
Sin siquiera decirle nada, pasó junto a ella, abrió la puerta y le hizo una señal para que saliera. Ella lo hizo. Miller caminó en silencio hacia los ascensores, ahí, pulsó un botón y comenzaron a bajar hacia la entrada del hotel.
—Los despachos están abajo, en la planta principal —comenzó a explicar—. Usualmente yo estaré ahí hasta la hora de tu almuerzo. Si sucede algo urgente y me necesitas, no dudes en subir a buscarme.
Ella observó como metía la mano en su pantalón y sacaba una tarjeta que luego le tendió.
—Esta es la llave de la suite. Entra siempre que lo necesites.
Ella la tomó, sin apartar los ojos de él. Había algo en cómo se rozaron sus manos que le cortó la respiración. Los ojos de Miller habían comenzado a brillar ligeramente, pero lo atribuyó a la luz del ascensor.
Lo más seguro es que estuviera perdiendo la cabeza.
Todavía no podía creer que de verdad fuera a trabajar para un vampiro. Para el Maestro vampiro. Aún no estaba segura de que le diría a su padre cuando lo llamara. Ni siquiera sabía si era una buena idea. ¿Y si lo ponía en peligro? Quizá lo mejor era guardarse esa información.
Taylor siguió hacia el exterior a Miller cuando salieron del ascensor. Las personas lo miraban mientras caminaba envuelto en un traje por la recepción. Nadie podía apartar los ojos de él.
Continuaron caminando hasta que llegaron a lo que sería su lugar de trabajo. Era un lugar amplio, en realidad era más como un enorme pasillo con ventanas y con una mesa de recepción. Miller lo ignoró y continuó hasta que llegó a las dobles puertas que daban a su despacho. Taylor lo siguió cuando la instó a entrar y observó el lugar. Algunos cuadros, una estantería, un sofá… Todo era la típica decoración que tendría un despacho idóneo para recibir clientes.
Lo único que le llamó la atención era la segunda mesa de trabajo.
—He pedido que lo instalen dentro de mi despacho —Miller la observaba mientras lo decía, esperando su reacción—. Será más cómodo si trabajas ahí. Cualquier cosa que necesites, yo estaré cerca.
Taylor no estaba segura de qué responder a eso.
—Emm… Vale…
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Bienvenida al Hotel de la Noche, Taylor.