Objeto

2792 Words
Despierto en medio de una habitación cuidadosamente decorada. Algo tibio acaricia mi mejilla y empiezo a despertar. — ¿Estás mejor? —me pregunta, acomodando la almohada bajo mi cabeza. Sus ojos grises son tan hipnotizantes. No sé qué me sucede, pero no puedo dejar de verlo. — Señor… — Soy Maddox pequeña, no lo olvides. — ¿Pequeña? —digo confundida, observándolo acomodarse en la cama. — Tú tía me dijo que eras mayor, pero es lógico que mintió. Te ves como una niña de quince o dieciséis, mas eso no es impedimento para el matrimonio. Las leyes en nuestro país bastarán para que puedas casarte conmigo. Por supuesto que recibirás una buena pensión cada mes por el simple hecho de ser mi esposa. Hablaré con mi abogado para que arreglé los papeles y… — ¡Alto! —tuve que detenerlo—. Primero que nada, acabo de empezar los dieciocho años y segundo ¿Está hablando en serio? ¿Me está pidiendo que sea su esposa? Entonces, él sonríe de lado. Sus dientes son blancos, la mirada color plata resplandece en sus pupilas, su rostro muestra confianza, y mis dedos se mueven nerviosamente bajo las sábanas. Este es el hombre más hermoso que mis ojos han visto. — Si eres mayor, esto hará las cosas más fáciles. Iré directo al grano. Tu tía abuela, te ofreció a cambio de que yo le perdonara la deuda que ella tiene conmigo. Todo atractivo físico que vi en él, se esfumó con su simple respuesta. —¿Me intercambió? —murmuré al comprender, pero siendo sincera, no me sorprendía. Y aunque esto era un disparate, para mi no lo era. De hecho lo consideraba suerte. Casarme con un hombre rico significaba dejar esa vida horrible atrás. Podría al fin estudiar, usar ropa abrigadora, dormir en una habitación cálida ¡Tener una casa! ¡Volver a vivir! — Supongo que sabes que tu madre pertenecía a una de las familias más adineradas e influyentes en nuestro país. Eso da mucho valor a tu apellido. Considerando que eres la única Fabretti joven y soltera, eso me beneficia. — ¿Mi apellido es un beneficio para usted? Maddox rodó los ojos, se veía un tipo muy serio, pero se tomó el tiempo para explicarme. — ¿Has escuchado de los Martelli? — No, señor. Sus ojos con sorpresa no tardaron en hacerse notar. — ¿Será posible? ¿Acaso nunca has recibido educación? — Recibí educación como cualquier otra persona de clase media, de modo que tengo conocimiento nulo en temas de clases sociales. — Entonces tendrás que aprender. Como mi esposa no permitiré que me hagas quedar en vergüenza ¿Has entendido? La esposa de un Martelli no puede ser una ignorante, aunque… Maddox miró mi cabellera blanca, y acercándose al armario de esta habitación, tomó un sombrero. — Podrás tener un rostro juvenil que aparenta la de una niña, pero con ese cabello das la impresión de ser una anciana. Cuando empecé a toser, él hizo una mueca de desagrado, era claro que no le agradaba. — Vas a ser un completo dolor de cabeza. Maddox salió de la habitación, y a los minutos escuché murmullos desde el pasillo. — ¡Qué horror! No servirá como esposa. Las voces eran de dos mujeres. Una mayor y la otra más joven, hablaban de mí, lo sabía por el tono alterado de una de ellas. —Supongo que eso es natural, soy una completa extraña aquí. Pasaron unas horas, hasta que una empleada abrió la puerta, con ella venía un médico, quién fue tan amable que hasta me pareció extraño. Efectivamente, estaba mal de los pulmones. Las condiciones en las que había vivido y considerando lo enfermiza que soy, provocaron que tuviera que quedarme semanas encerrada en esta habitación. Durante todo ese tiempo, él no volvió, pero para ser sincera tampoco podía quejarme. Al menos tenía un lugar donde dormir y tres comidas diarias. Así transcurrieron dos meses, hasta que un día la empleada entró junto a otras personas que desconocía. No se necesitaba ser una genio para saber el motivo. Me cambiaron el sencillo vestido por uno hermoso en tono blanco, que me recordaba a las plumas de Snow; mi querido amigo que no veía desde que me echaron de mi propia casa. Maquillaron mi rostro sin exageración, pero cuando vieron mis cabellos, me miraron con desagrado. — El velo te cubrirá bien —dijo la mujer que tomaba los mechones de mi cabellera. Finalmente, cuando todo estaba listo, otro empleado entró para escoltarme hasta la salida. ¿En verdad iba a casarme? Todo parecía una fantasía. Cuando estuve en el altar, y ver de pie a Maddox tan elegante, sentí mis mejillas enrojecerse. Era tan atractivo, su incipiente barba lo hacía lucir incluso más masculino ¿Cuántos años tendría? Era bastante alto. — ¿Qué esperas para contestar? —me preguntó sin verme a la cara—. El juez te ha hecho una pregunta. — Eh…Acepto —logré decir. Noté la cantidad de miradas a mí, no me gustaba. Nunca tuve tanta atención por lo que me sentía extraña. Cuando el juez dijo que podía besarme, él hizo una expresión de enojo, sin embargo, se inclinó ligeramente para cubrir mis mejillas y disimular un beso. No hubo contacto entre nuestros labios, pero al tenerlo tan cerca recordé nuevamente esa noche. —Un hombre tan refinado como él no podría estar en tal lugar. Es imposible que sea el mismo —pensé. Fue después de la ceremonia que Maddox me llevó ante su familia, al fin los conocía. Su padre me miró de pies a cabeza con una ligera sonrisa. — Eres algo pequeña, espero que mis futuros nietos nazcan sanos. No supe que contestar, después observé a otra mujer, esta era alta de cabellera castaña y mirada igual a la del hombre mayor. Maddox me la presentó como su tía Carlota — Mucho gusto —dije, pero la mujer me miró con un desprecio mayor que hubiera visto antes. — ¿De modo que tú eres la hija de ese hombre de clase inferior? Reconozco que tu madre te dejó un buen apellido, pero se ve a leguas cuando se es una dama. Algo me decía que no le caía bien. Y por último, estuve frente a una mujer que muy seguramente tenía unos veinte años. Sus ojos eran igual de grises que los de Maddox, su cabellera oscura y corta hasta los hombros, tenía un lunar notorio sobre el labio superior, era el tipo de perosona de la que los hombres huyen. — Mucho gusto, soy Zuria —me saludó con una sonrisa ancha. Fue la única que no me miró como un insecto. — Ho-hola —correspondí. — Bienvenida. Ahora eres mi cuñada, no tienes que estar nerviosa. Esa pequeña muestra de amabilidad, me tranquilizó para continuar. Hasta que la noche cayó ante nosotros. Los pocos invitados como familia, se habían retirado. Solo estaba yo en una habitación, siendo ayudada por una empleada para desatar mi peinado, mas ella se detuvo cuando en el reflejo del espejo apareció su figura fuerte y alta. Maddox hizo una señal para que la mujer se fuera, y de este modo quedarse a solas conmigo. Mi corazón latió a prisa. Sé que no soy virgen, pero tengo miedo, aquello había sido doloroso que no me dejó un buen recuerdo. Él caminó hasta estar frente a mí, y cuando abrió la boca pensé que iba dar la orden para que me desnudara, pero contrario a eso, me apartó con un brazo. — Vete al baño —me ordenó, dando media vuelta a mí, al tiempo que me entregaba una almohada. Cuando vió mi rostro confundido, se mofó. — ¿Acaso pensabas que venía a tocarte? Yo solo pude bajar la mirada a mis pies, escuchando de pronto su risa irónica. — ¿Crees que alguien como yo va a tomar a una mujer como tu? Mírate, te ves tan pálida que me das nauseas, y tu cabellera te da el aspecto de una anciana. Así que cuando estés ante mí, procura usar un sombrero. No quiero que me avergüences ¿Oíste? Por cierto, no te acostumbres a esta casa, ya que dentro de tres días partirás a la mansión que acaba de ser construida cerca a la colina. Vivirás allí y solo vendrás a este lugar cuando sea requerida tu firma. — ¿Viviré sola? —pregunté. — Eres una mujer de dieciocho años, supongo que puedes hacerte valer por ti misma, y con el dinero que recibirás cada mes podrás vivir cómodamente sin tener que traer tu nauseabunda presencia ante mí ¡Y ahora lárgate que necesito dormir! En completo silencio tomé la almohada y me dirigí al baño. Cuando cerré la puerta tras de mí, solté un suspiro de alivio. Iba a dormir junto a la bañera, pero no tendría que dormir con ese hombre. Al menos iba a estar segura de que nadie tocaría mi cuerpo. … Los días pasaron, y como él lo ordenó fui a ocupar la casa cerca a la colina. Era enorme, pero con la hermosa compañía del bosque, además de que una agradable sorpresa me esperaba ahí. — ¡Snow! —grité emocionada, cuando lo vi sobrevolar cerca. Estaba segura de que era mi amigo emplumado, pero ¿Cómo me había encontrado? La respuesta fue el santuario de aves que estaba cerca. Entonces comprendí que ese era el modo en cómo se mantenía cómodo en este hábitat. Después de todo, mis días en este lugar no iban a ser tan solitarios. Mes a mes fui recibiendo el dinero que mi esposo prometió. Con este dinero, decidí volver a estudiar. Era muy probable que a él no le agradaría, pero este era mi deseo de superación. Era una de las cosas que mi padre quería ver. Maddox nunca lo supo. Solo nos veíamos de vez en cuando, para cosas legales que debía firmar como su esposa, pero con cada visita, mi pecho latía muy fuerte, su voz inundaba mis sentidos. Estaba enamorada de mi esposo. Semejante error, pues lo peor aún no había ocurrido. … De este modo llegó un día la primavera, después de cuatro años de matrimonio. Tiempo en el que me deleitaba al ver a Maddox en las revistas de negocios. Un hombre que hoy a sus veintiocho años tenía la perfecta imagen del éxito. Pero… Las desgracias ocurren. Observando las noticias donde se anunciaba que el padre de Maddox había muerto tras un infarto, no dudé en darle mi apoyo como su esposa. Ese día el cielo no permitió que el sol brillara, solo las nubes reinaban sobre nosotros. Hice mi presencia, ocultando mi cabellera bajo un sombrero elegante, en tono acorde al luto. — Maddox —dije al acercarme a él, sus ojos grises me observaron en silencio y sorpresivamente me abrazó. Sus fuertes brazos me rodearon como nunca lo hizo. ¿Esto era un contacto cálido? No sabía qué hacer, mas por instinto subí mis manos a su espalda ancha. Fue un abrazo de cinco segundos, pero me hizo sentir por primera vez querida por alguien más que no fuera mi padre. Despedirse nunca era fácil, yo lo sé. Así ocurrió con la familia Martelli al decirle adiós al patriarca de ellos. Terminado el funeral, sabía que debía regresar a mi lugar fuera de esta casa, sin embargo, fue Zuria; la hermana menor de mi esposo quien me pidió que me quedara. No estaba segura, mas al ser muy tarde, no pude rechazarla. Ya en completa oscuridad, recibí un camisón que me prestó Zuria, ocuparía la habitación de invitados, hasta que en plena madrugada, desperté por unos golpes del pasillo. Salí a averiguar, encontrando a Maddox bebiendo cerca a la chimenea. Cubriendo mis labios, me quedé en silencio, observando su hermoso rostro iluminarse a la luz del fuego. —¿Qué haces ahí? —preguntó, sorprendiéndome de que haya notado mi presencia. — Oh, bueno… Él se dio vuelta, caminando hasta acercarse a mí. Sus ojos se posaron en mis hombros desnudos y el hecho de que no llevaba ropa interior debajo del camisón. —Maddox… —Eres peor que una bruja —dijo, atrapando mi nunca con una mano para besar por primera vez mis labios. Su boca tenía un sabor amargo, el licor inundaba mis fosas nasales, pero la habilidad que tiene en besar, nublaba mi conciencia. Olvidando todo de inmediato, para entregarme a ese beso. Aún soy una muchacha inmadura, pero qué más podía hacer, cuando siempre fui tratada así. No me soltó hasta que su aliento a alcohol me dejó mareada. — ¿Por qué tus labios son adictivos? —me preguntó antes de volver a besarme a profundidad con su lengua hábil. Su mano bajó a mi intimidad, provocando el terror en mí. — ¡No! —exclamé, logrando zafarme de sus brazos. Mirando mi rostro lleno de temor, sus ojos se tornaron furiosos. —Largate a tu habitación —señaló las escaleras. No esperé a que lo dijera dos veces y salí corriendo. Casi no pude dormir, entonces, con los primeros rayos del sol, me escapé temprano. No tenía el valor de ver a mi esposo a la cara. … Fueron quince días, que tuve que esperar para ser llamada a la lectura del testamento. No tenía mucho que esperar, ya que, jamás fui considerada como parte de la familia de ellos, pero para el señor Martelli parece que sí lo fui. Él, al vivir fuera del país murió creyendo que su hijo y yo éramos una pareja enamorada. Era dueña del 20% de acciones en la empresa más exitosa de los Martelli, por supuesto que esto no le hizo gracia a mi esposo. Creí que podíamos hablarlo, pensaba que esta no era la manera de vivir, mas cuando el abogado se marchó Maddox me pidió que nos reunieramos. Al día siguiente, salí emocionada por verlo. En mi torpe cabeza estaba la idea de que me pediría que volviera a la casa. Estupido de mi parte ¿No lo creen? Este no era un cuento de hadas, y la bella debía despertar. — ¿Divorcio? —dije, mirando los papeles en la mesa. En aquel restaurante mis ojos se nublaron de tristeza. — Eso no te importa —respondió cortante. — Pero ese beso…Yo pensé que… — Muchacha tonta, estaba ebrio ¿Crees que por mi cuenta tocaría tu cuerpo? Han pasado cuatro años desde que tu nombre está atado al mío. Finges ser inocente, sin embargo me he enterado que sales de la propiedad todas las tardes. Solo tu asquerosa conciencia sabe con cuantos te has revolcado. Eso era cierto, salía cada tarde, pero la razón era mis estudios. Estaba especializándome. No respondí a sus acusaciones. Solo miré mis dedos jugar en la mesa. — Imagino que el abrazo en el funeral también fue fingido. — Tenía que hacerlo, las miradas estaban en nosotros. No debiste aparecer. — Debí suponerlo… —Ahora te quiero lejos de mi vida, eso implica también estar fuera de la empresa. — ¿Va a quitarme mis acciones? — Es lógico que no puedo hacerlo, por eso deberás entregarlas voluntariamente. Estaba claro que él nunca me vio como un ser humano, solo era un objeto para su conveniencia. Fue entonces, que supe que ser amable, no significaba que los demás lo serían contigo. Ya me lo habían advertido, pero yo no quise escucharlo. La única persona que reconocía mi potencial era mi maestro, un hombre de la edad de Maddox, pero totalmente opuesto. — Está bien —respondí, pero a cambio quiero los papeles de la propiedad en la que estoy viviendo. Por su reacción era evidente que no esperaba esa respuesta de mi parte. — Parece que no eres tan tonta como lo imaginé. — Un 20% comparado a la mansión, es un estupendo intercambio para usted. — De acuerdo, lo tienes, entonces… — No he acabado, también quiero el 30% de las ganancias que obtenga la empresa durante este primer año. — ¿¡Qué!? ¿¡Estás loca!? ¡Eso es mucho dinero! —estaba exaltado. — Entonces no hay trato. Maddox mordió sus labios, y me detuvo antes de que yo me levantara del asiento. — Muy bien niña, tú ganas. Lo tienes. — ¿Y cómo sé que no me está mintiendo? — Soy un hombre de palabra. Con el acuerdo hecho, firmé los papeles del divorcio. Oficialmente, ya no éramos marido ni mujer. Él no tardó en levantarse, pues alguién lo esperaba fuera. Mis ojos lo siguieron, y encontré a una mujer en su auto. Grande fue mi sorpresa al descubrir que esa persona era…Sora.
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