Y llegaste tú

2368 Words
Apenas puedo levantarme de la cama. Mi cuerpo duele como mil cuchillos atravesándome, incluso dar un paso es tan molesto como caminar en espinas. Logro llegar al espejo, y solo por curiosidad observo las evidencias de lo ocurrido anoche. Mis ojos no tienen ese brillo que resaltaba en mi inocencia. Todo se esfumó como el polvo en el viento. — Lo hice —susurré con la pena en mi alma. Pasando mis manos en las zonas amoratadas, suspiro lista para vestirme. ¿Cómo aguante todo eso? Incluso mi intimidad me duele. Tengo marcas en el cuello, mis pechos están cubiertos de manchas al igual que mis muslos. Los recuerdos de esa mirada tras un antifaz, vuelven a mi cabeza. Ese hombre me había tomado con una desesperación única, sus brazos fuertes habían presionado mis caderas de tal modo que quedaron como huellas en mi piel. No quiero seguir viendo y me apresuro a cubrir con el albornoz. Me doy vuelta para buscar mi ropa, sin embargo cuando recojo mi vestido del suelo, entra él. No sé su nombre y tampoco es de mi interés saberlo, pero de inmediato le doy la espalda. Apenas le había visto las piernas y abdominales marcados y definidos, se me tenía prohibido verlo a la cara. —Creí que te habías ido —su voz es ronca y gruesa al hablar. —Me iré, no tiene que recordármelo —respondo, aprovechando para subir mi vestido por mis piernas. Tomo el maletín con dinero que estaba al pie de la cama y salgo de la habitación. Una vez que he salido del hotel, hago parar un taxi. Ya estando en camino a casa, mi mente me hace recordar el motivo por el que he hecho esto. Mi padre, el hombre que me crió desde que mamá murió al darme a luz. Recuerdo que muchas veces me llevaba al médico, pues siempre he sido enfermiza, aunque no sabía cuánto. En parte sentía culpa, por el hecho de que su enfermedad pudo haber sido tratada desde antes, si tan solo yo no hubiera tenido que ir al hospital todas las veces que recordaba. Pero hoy era el día en que al fin le retribuiría su sacrificio. Con este dinero al fin recibiría ese trasplante de médula. Nada me importaba más que él o eso quería aparentar, pues mi corazón dolía al recordar que me vendí como un simple objeto para complacer los bajos instintos de un hombre al cual ni siquiera le vi el rostro. — Lo vale, por el hombre que hizo tanto por mí. *Flashback* —Hebe, evita mirarlo a los ojos, él no es un hombre amable, y si haces algo para desafiarlo será peor. No quiero que lo arruines ¿Has entendido? —No tiene que explicarlo más de una vez…Y no me tire tan fuerte de mi cabello —me quejo—. Si quiere arrancarse los mechones, vaya usted a dejarse pelona. — ¡Muchacha ingrata! —exclamó ofendida, dejando el cepillo sobre el tocador—. Deberías darme las gracias por esconder esa horrible melena tuya. Si ese hombre ve tu cabellera, seguro es capaz de matar a la dueña por semejante insulto. Sora es mi madrastra, la esposa de mi padre, aunque es mucho más joven que él, y por supuesto más avariciosa. Afirmando la peluca oscura a mi cabeza, me levanto de la silla. Esto no es para mí. — ¿A dónde crees que vas? — Lejos, pero de usted. Salgo de casa con los gritos de mi madrastra llamándome para que regrese, pero no pienso hacerlo. Al menos por unos instantes quiero fingir que todo está bien y respirar el aire fresco de esa libertad que me da el bosque. Apenas hoy he cumplido la mayoría de edad, pero dentro de mi pecho aún está esa niña que nunca pudo divertirse por estar al cuidado de su padre enfermo. — Esto es más relajante —digo, dejando mis zapatos a un lado. Mis pies descalzos pisan el césped, las cosquillas son inevitables y escucho el sonido particular que hace mi pequeño amigo emplumado. Con sus alas blancas, baja hasta posarse sobre la rama de un árbol; es un animal hermoso cuyo hábitat no es este, pero se ha acostumbrado a vivir entre extraños como yo lo hice. — Snow —lo llamo, observando sus ojos dorados. Una de las características a parte del plumaje blanco de los búhos nival—. ¿Está vez no hay mensaje? —pregunto, pero no me da tiempo a hacer más pues mi madrastra está acercándose furiosa. Asustado, Snow se ve obligado a abrir sus alas y volar para alejarse. Sora ha encontrado mis zapatos lo cual solo la hace ver más furiosa. —¡Ya comportate! ¡No tienes quince y tienes un trabajo que cumplir! Mis ojos azules la miran, pero me mantengo en silencio, y le quito mis zapatos para dirigirme a casa. Esa noche le entregaría mi pureza a un hombre que pagaría el suficiente dinero que necesitamos para curar a mi padre; un hombre bueno y tierno que me cuidó solo desde que mamá murió al darme a luz. Pensó que con el tiempo yo necesitaría a alguien que fuera esa figura maternal que necesitaba, entonces se casó con una mujer joven, cuando yo tenía doce años. La peor decisión, pues sus malas jugadas en el negocio de mi progenitor, hizo que nos fuéramos a la quiebra. Razón que ahora me trae aquí. No iba a negar que el miedo me invadía, pero recordaba el motivo por el que hacía esto y me daba el valor para no dar marcha atrás. … Así fue como llegó la noche, la jefa de la compañía con la que mi madrastra se contactó para este negocio, me recibió con una serie de indicaciones, aunque en realidad eran órdenes del sujeto que vendría. *Fin flashback* Bajé del taxi luego de pagar. Al fin había llegado. Nuestra casa era lo único lujoso que nos quedaba después del mal manejo de mi madrastra en el negocio de mi padre. Sacando las llaves de mi bolso, abro la puerta de casa, encontrando solo el vacío que siempre ha abundando en la familia. — ¿Padre? —lo llamo, pero no escucho su respuesta. Era probable que estuviera en su despacho, pues a pesar de su enfermedad él no paraba de buscar la manera para recuperar su fortuna, era un hombre de negocios. Quizá algún día tenga esa mentalidad para hacer crecer una gran compañía. Mis piernas suben los escalones, y al llegar al pasillo giró a la izquierda, llegando al lugar donde esperaba encontrar a mi progenitor. — ¿Papá? —lo llamó al encontrarlo sentado de espaldas a mí—. Papá ¿Qué haces aquí? Debes descansar y… Entonces, me detengo al observar las manchas de sangre en sus pies. Rápidamente me acerco y al girar su silla, encuentro lo más aterrador que pude ver en mi vida. Mis pupilas se contraen en terror, ninguna palabra sale de mi boca, hasta que finalmente caigo de rodillas al suelo y grito con todas mis fuerzas. — No —niego con mi cabeza— ¡Papá! ¡No! ¡Por favor Dios! ¡Esto no! ¡Por favor todo menos esto! En mi desesperación llevo mis manos a la cabeza, jalando la peluca oscura que había utilizado en tal acto, dejando expuesta mi mayor inseguridad. Desde que tengo uso de razón siempre he tenido este color en mi cabello. Es raro para los demás por lo que suelo usar sombreros para ocultarlo. Mi melena blanca. Al parecer la casa no estaba vacía, pues con mis gritos, entró al despacho la esposa joven de mi padre. — ¡Papá! ¡Papá! —gritó desgarradoramente. Mi padre se había suicidado de un tiro en la cabeza. Pero eso no había sido lo peor. Mi desgracia me acompañaría por el resto de mi vida al enterarme del motivo de suicidio en una carta. Mi progenitor se había enterado de que me vendí y en su dolor prefirió la muerte. Él se había ido de este mundo totalmente decepcionado de mí. … Fueron exactamente tres días después que el abogado llegó a casa para dar lectura al testamento de mi padre ¡Vaya sorpresa que me llevé! Todo lo que nos quedaba era esta casa llena de deudas, la cual ahora era de su esposa Sora. Ni mi hermano mayor en el extranjero recibió un solo centavo. Estábamos ante la nada. Solo tenía ese dinero asqueroso que obtuve a cambio de una noche con ese hombre que contactó mi madrastra a través de la compañía en una página web. Ese dinero mal habido que no quiero tocar. Pero el hambre podía más, las necesidades aumentaron y el riesgo a quedar en la calle era grande. Gastamos hasta el último centavo para recuperar la casa del banco. Los meses pasaron, tuve que dejar mis estudios para dedicarme por completo a mi trabajo de medio tiempo, pero una tarde cuando regresé a casa, me encontré con mis cosas en la entrada. — ¿Qué es esto? —pregunté—. ¿Por qué mis maletas están aquí? — Porque te vas —respondió mi madrastra, bajando de las escaleras—. No eres mi problema, ya no tienes nada que hacer aquí. — ¿Cómo? —dije desconcertada. — Lo que oíste muchacha ¡Ahora largo de mi propiedad! — ¡Usted no puede hacerme esto! ¡Esta casa…! — ¡Está casa es mía! —me interrumpió—. ¡Fuera de aquí sí no quieres que te lance a los perros! Estaba segura de que lo haría. Sora, es una mujer que no amenaza, ella lo cumple. Su belleza es tan temerosa como su maldad. Mirando alrededor, tomo mis dos maletas. — Se va a arrepentir, le juro que un día usted me suplicará y yo no tendré piedad. Sin amigos ni parientes de mi padre, busqué asilo en la familia de mi difunta madre. No era necesario decir que ellos me detestan, pues aunque mi madre venía de una familia adinerada, mi padre no lo era y esta ofensa causó el rechazo. Con frío y con hambre, pasé días en un hotel de mala muerte. Mis huesos dolían por el frío, y mi estómago rugía de hambre. En el trabajo me pagaban una miseria, me estaba quedando sin un solo centavo. Casi temblando, me levanté a buscar algo de comer en la mesa, pero solo había un pan duro, entonces pensé en la tienda que estaba cruzando la calle. Nada perdía con pedir que me diera algo para comer y luego pagarlo. — Tranquila Hebe, al menos tienes un lugar donde vivir. Hay personas que lo pasan peor. Lamentablemente a donde fuera, nadie me veía con buenos ojos, mi cabellera blanca era mi maldición, quien se acercara, solo lo hacía para echarme, sin embargo, a pesar de todo me mantenía optimista, ya había tocado fondo, de modo que solo me quedaba subir. Al poco tiempo, enfermé de los pulmones, y con mi poca actividad en el trabajo, hizo que me despidieran. Pero una luz se abrió ante mí o eso pensé. Luego de volver a pedir ayuda, una de las tías de mi difunta madre me aceptó en su casa, pero esto solo fue un plan para que yo fuera su criada. Me explotó y con mi enfermedad de por medio, sabía que tarde o temprano llegaría el momento en que volvería a ver a mi padre y madre. Pero no quiero, este no puede ser mi final. Aún tengo muchas cosas que quiero hacer, no quiero morir. Por favor Dios, ten algo de piedad conmigo y prometo que ayudaré a quien más lo necesite. Día a día me aferraba al plano terrenal, mi cuerpo dolía y mi estado de salud era deplorable. Parecía una anciana, pero aquí continuaba con vida. «Ni se te ocurra morir en mi casa, no gastaré un solo centavo en ti, de lo contrario arrojaré tu cuerpo al río» Sorprendentemente logré vivir dos meses más. Hasta que un día mientras limpiaba la chimenea, mi tía abuela me llamó desde la sala de visitas. — Dígame señora —respondí. — ¡Por el amor a Dios! ¡Mira cómo estás! ¡Das asco! Ve a mi habitación y toma un vestido decente. — No entiendo, por qué debo hacer eso. — ¡No te lo he pedido! ¡Obedece! —ordenó. Fue algo rápido, me bañé, y coloqué fragancias en mi cuerpo, tal como mi tía abuela exigió. Tomé un vestido que ella tenía en su armario. Todos muy finos, sin embargo, aún con todo esto, mis ojeras seguían presentes. Mi enfermedad estaba tan avanzada que me costaba respirar. Cuando al fin estaba lista, ella me llamó. Yo iba bajando las escaleras, mientras escuchaba cada vez más cerca la voz de mi tía abuela decir: Ella es un verdadero encanto, mi más preciada flor. La he cuidado como una hija, será muy obediente como esposa. ¿Esposa? Escuchar esto provocó que me costara aún más trabajo llegar a abajo. Cuando mi tía abuela me vio, me invitó a acercarme, su sonrisa fingida y el descaro fue suficiente para maldecirla en mi mente. — Aquí está mi flor más querida, mi pequeña Hebe —dijo, presentándome al hombre que dio vuelta para conocerme, pero cuando observé sus ojos grises, sentí un remolino en mi estómago. Esa mirada y el recuerdo del antifaz en ese hotel… No, no podía ser él… Estaba desvariando, estaba pensando locuras, estaba… — Mucho gusto, Maddox Martelli para servirle —se presentó, tomando mi mano para dar un beso en los nudillos. En silencio, pensé que es un hombre muy atractivo, su cabellera es oscura, sus ojos son tan bellos como misteriosos y sus labios son… — Querida, él señor Martelli me ha pedido tu mano. — ¿Cómo? — Qué usted será mi esposa, señorita Fabretti —sentenció él. Con la quemazón en mi rostro, mi respiración al límite y mi cuerpo débil, me derrumbé ante la mirada gris del que se proclamaba como mi esposo.
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