5 - Incómodidad

1946 Words
Un "¿¡Queeeeee!?" Nada sutil y bastante alto salió de la boca de mi querida prima, sin entender lo que significa la discreción. Aquello me hizo poner más incómoda de lo que ya estaba, haciendo que comenzara a morderme el labio inferior, un mal hábito que hago inevitablemente, a veces hasta sin darme cuenta. —¡Shss! —dije, girándome lentamente para expresarle con el dedo en la boca que se callara. Ella abrió más sus ojos y me preguntaba con gestos si realmente era verdad lo que le acababa de decir. Asentí desesperada, e insistiendo para que hiciera silencio y se quedara quieta. Cuando finalmente asintió y me hizo entender que se quedaría tranquila me voltee aliviada, y nuevamente me levanté erguida, ya me dolía la espalda por la posición en la que estaba antes. Terminé de ordenar la comida. —Bien, y una gaseosa sin colorante, por favor. —Traté de hablar los más bajo posible. Mi acento resaltaba al igual que el de Joselyn, aquí. Cuando ordenamos, no sabía cómo ir a la mesa sin que él me viera. Con el rabillo de mis ojos y volteandome solo un poco logré ver que estaba distraído con su teléfono, aproveché en tomar mi bandeja de comida y salir directo a nuestra mesa. A medio camino me detuve de golpe cuando escuché que exclamaron mi nombre... —¡Tamara! «Estás muerta, es que te mataré» dije en mi mente al escucharla gritar mi nombre haciendo que la mayoría levantaran sus miradas a verme. —Tamara, ven a ayudarme a llevar las salsas, y olvidaste tomar el cambio. No sabía si voltearme o no, estaba parada como estática insultando mentalmente a Joselyn, con la mandíbula tensa y mis ojos inquietos. ¿Me habrá reconocido? ¿Y si mejor me llevo la comida a casa? No creo poder disfrutarla así aquí. Ante mi indecisión opté por fingir demencia y seguir a lo que iba. Seguí a la mesa, puse la bandeja y me senté a esperar a que ella llegase. Fingir demencia será siempre la mejor opción. Además de ser eso o correr, a enfrentar la situación, ni loca. Tomé mi teléfono y comencé a revisar los reels de i********:, actuando normal y relajada, esperando a mi querida prima... De pronto la escucho acercarse, pero como siempre no viene callada, viene con alguien. «Seguramente le pidió a alguien que la ayudara con las bandejas... Para nada tímida, ella». —Okay, deja estas por aquí. Y muchísimas gracias en serio... —Hablaba Joselyn con la persona que le hizo el favor. Quité mi vista del teléfono y subí mi mirada para ver. Tenía que ser una broma de la vida... —¿Tamara? ¿Cierto? Era Guilles, el de acento francés y ojos verdes, el tipo loco que es también mi profesor, que me reconoció inmediatamente. Es que después de esa caída epica ¿cómo no reconocernos mutuamente? «¡Tierra trágame!» Me quedé mirándolo sin reaccionar, estaba pasmada, sin saber que hacer o decir, solo me parecía insólito. Una palmadita en el hombro de parte de Joselyn me hizo aterrizar nuevamente haciendo que volviera en sí. —Ah, sí. No pensé que recordaría mi nombre tan rápido... ¿Por qué dije eso? Ja, ja... El sonrió de manera relajada. —¿Como no recordaría el nombre de la chica terremoto? —¿Ah? El clima era frío, pero inmediatamente me invadió el calor. Ante la inquietud tomé un vaso para llenarlo con refresco, pero estaba tan ansiosa que mientras mordía mis labios y llenaba de refresco mi vaso derramé un poco sobre la mesa y salpicó en mí. ¿Acaso se puede pasar más vergüenza? ¡El destino conspira contra mi! —¡Tamy por Dios! Estás hecha un lío. Ya vuelvo iré por algo para limpiar... —Ah, no, mejor voy... —me iba a levantar pero como estaba muy agitada, Joselyn me detuvo por el hombro, negando con la cabeza. Miré por el rabillo de mis ojos al profesor Guilles, se estaba riendo. —Tranquilas, iré por un pañuelo. El se fué, Joselyn y yo quedamos sentadas, en nuestra mesa, mientras yo cabizbaja sentía la intensa mirada pesada de ella. —Eres un completo caos. Que pena con el guapo francés... —¿Cómo sabes que es francés? —Se lo pregunté cuando veníamos a la mesa, es que su acento es muy obvio. —Que entrometida. —Y tu que desastrosa. —Susurro señalandome. Él ya venía cerca. —Que casualidad encontramos nuevamente aquí señorita Tamara —él comenzó a limpiar la mesa, y sentí mucha pena. —Oh, no, yo lo hago... Me levanté y traté de tomar el pañuelo pero puse mi mano encima de la de él, así que la quité de inmediato. —Tranquila, no es nada. Ya está listo. Disfruten su comida, nos vemos en clase. —Oh ¿estudian juntos? —otra vez la metiche de Joselyn metiendo su nariz donde nadie la ha llamado. Él soltó una risa pequeña. —No, no. —Dijimos al unísono. —Soy su profesor. Bueno chicas, iré a comer... —¡Ah, profesor! —yo solo pensaba en encargar una mordaza porque realmente mi prima la necesitaba, ella se levantó y lo llamó otra vez— ¿que tal si vienen y comen con nosotras? Será divertido, vengan, vamos. La miré transmitiéndole todo mi deseo de querer aniquilarla. Le abrí los ojos lo más grande que pude, y por debajo de la mesa traté de patearla, sin embargo ella eligió ignorarme. Que él diga que no, que él diga que no... —Eh... Déjame preguntarle a mi amigo si está de acuerdo... ¿Vale? —sonrió y se fue. Ojalá y no venga más. Y a Joselyn la mataré sin duda alguna cuando lleguemos a casa. Esperé a que se fuera el francés loco, y giré la cabeza cual Regan MacNeil en la película El Exorcista, hacia Joselyn. —¡Qué carajos estás haciendo! Te dije que es mi profesor, lo estoy evitando por todo el espectáculo que hice y, vas derechito a invitarlo, ya veras Joselyn Liz, ya verás cuando lleguemos a casa. Estoy segura que lo espantastes, cómo se te ocur... —Vale chicas, espero que no molestemos, ya que las acompañaremos a comer. Me removi en mi asiento y mantuve mi compostura al escuchar su voz. Eso no lo esperaba. Un chico de la misma estatura del profesor, de tez clara y cutis perfecto, con una sonrisa adornada por hoyuelos, se sentó al frente de Joselyn y el profesor Guilles al frente de mi. Profesor... Aún no puedo asimilarlo bien. Es que no parece uno, y más estando con nosotras parece otro estudiante más. —¡Para nada molestan! Bien, me presentaré, mi nombre es Joselyn y soy prima de la chica que está conmigo. Ella me dio un empujoncito incentivandome a hablar. —Tamara, Tamara Gutiérrez. —Agregué desviando mi mirada, haciendo una sonrisa forzada a la que inmediatamente quité pues me llené de más incomodidad al escuchar que susurró mi apellido. «¿Tanto odio me agarró? Que recuerda perfectamente mi nombre y apellido, capaz se haya aprendido mi segundo nombre también... ¡Ay, trágame tierra y escúpeme en mi habitación!» Seguramente aceptó comer con nosotras solo por molestarme y vengarse por mi comportamiento con él, pero... Yo no tengo la culpa, no del todo, así que no debería ser tan cruel. —Entonces estás en la misma Universidad donde mi amigo Guilles da clases ¿no? Miré al profesor por un instante casi flash, y asenti. —Que genial, eh. Ya, bueno, yo me llamo Francisco. Soy contador y amigo de este loco francés. —Ya, que más loco estás tú. Mucho gusto, soy Guilles Lamari. —Se presentó con mi prima ya que ella era quien aún no lo conocía. La manera en como pronunció su mismo nombre hizo eco en mi mente, con acento francés y tono español, con mucha pulcritud en las palabras, no creo que nadie pueda aburrirse de escucharle hablar. Pero, simplemente no podía quedarme tranquila... En esta situación estaba tan desconcertada que no podía hablar casi. Mientras que Joselyn y el compañero de Guilles, Francisco, parecían conocerse de toda la vida, ellos hablaban tan fluidamente que mi silencio pasaba desapercibido, mientras que el profesor reía de vez en cuando y decía alguna cosa. «Ya yo estoy terminando de comer, y estos siguen pidiendo bebidas... ¡Ya quiero irme!» miraba mi plato y el de los demás, y me desesperaba como estaban comiendo ellos, hablaban mucho. De pronto Joselyn se levantó para ir al baño, y segundos después Francisco se levantó para ir a pedir algo más para llevar. Dejándome en un incómodo silencio con quien es mi profesor. —Has estado muy callada. Se que no te conozco, pero estás incómoda ¿verdad? Me eché hacia atrás pegando la espalda del espaldar del asiento y me crucé de brazos mirándole fijamente. —¿Haces esto para vengarte? Porque te pasaste de la raya. No estábamos en clases, podría tutearlo fácilmente porque quiero y puedo. El soltó unas risitas achicando sus ojos. —Te equivocas, para mi también es incómodo, pero mi amigo quería conocer a tu prima ¿no es obvio? Además... Creo que me debes una disculpa. Lo miré con recelo. —Pudiste no decirle nada y ya. Negarte o... —¿Entonces no te vas a disculpar? Porque podría decirle para acompañarlas... Abrí mis ojos mucho más y levanté la mano para que se detuviera. —Esta bien, ya, no es necesario. Ya yo te había pedido disculpas por lo del baño pero no escuchaste... Así que, lo siento por haberte empujado. Él asintió sutilmente viendo lo que quería y yo solté un pequeño suspiro. Ambos dejamos de hablar, yo empecé a manipular mi teléfono y el de brazos cruzados mirando no sé qué. Los segundos pasaban y ya me parecía extraño que ni Joselyn ni Francisco regresaran. En nuestra mesa reinaba un silencio lleno de tensión e incómodidad a pesar de haberme disculpado, que era todo lo que faltaba. Sin embargo... Era inevitable la incómodidad. Hasta que viendo que ya se estaban tardando mucho, decidi llamar a Joselyn, mientras que Guilles se levantó para ir a buscar a Francisco. —No los veo por ningún lado ¿ella te atendió la llamada? Negué con la cabeza. —Ya me estoy preocupando ¿en qué momento se fueron los dos? Guilles y yo nos quedamos mirando llenos de desconcierto, pero más que eso tenía molestia por todas las estupideces que hace mi prima como si fuese una adolescente. Se va con alguien que apenas conoció, me deja con quien no quería estar y ni se reporta. ¡Es el colmo! —Ya le escribí, le dije a Francisco que lo esperaremos aquí, y que se apure en regresar. Decidimos esperar, pero no daban señales de ningún tipo, y mi cara de angustia era difícil de ocultar. Entonces el francés se levantó de su asiento. —Bien, no hay modo. Ahora dame tu dirección. —¿Perdón? —Que te llevaré a tu casa ¿o piensas esperarlos aquí como la del muelle de San Blas? Le voltee los ojos y él se reía. No tenía más opciones, a menos que pidiera un taxi, pero estaba anocheciendo y yo no traje dinero para pagar un taxi, se supone que lo pagaría todo la demente de Joselyn. —Ya deja de pensar tanto. Vamos, que te llevo a tu casa. Me dijo nuevamente, y ante aquella invitación, me tuve que tragar mi orgullo, ser humilde y seguirle.
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