Una parte de mí quería creer que sí, que podría gustarle al profesor; sin embargo, la otra me insistía que no, siendo cruelmente realista, porque al final la realidad es así, molesta y algo dolorosa.
Cuando llegué a la ciudad no tenía ni la mínima intención de fijarme en alguien, de sentir esas sensaciones tan intensas y variantes que te dominan. Sigo con la idea de no ir detrás de nadie, solo... Amaría y apreciaría que alguien venga por mí, finalmente, dándolo todo por amor.
Suspiro al llegar al jardín Fonseca; se me hace inevitable no recordar el encuentro descabellado con mi profesor de Anatomía Humana, me río un poco por lo bajo y me dirijo a la banca para sentarme, aunque a lo lejos veo acercarse el susodicho.
Venía con el teléfono pegado a su oído.
«Bendito Dios... ¿cómo puede lucir tan naturalmente perfecto?»
Me quedo parada con las manos sosteniendo las correas lado a lado que cuelgan de mi mochila, observando cada detalle. Como si mi vista se configurara en cámara lenta, así lo estaba viendo hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Una corriente de nervios me recorrió el cuerpo haciendo que "disimulara" Desviando la mirada, aunque al momento vino a mi mente que debo hablar con él. Necesito que me aclare aquello que estuvo a punto de pasar, porque se bien lo que viví y no lo imaginé, él se acercó más de lo debido a mí, de una manera muy comprometedora.
Si no iba a decir nada, al menos quería inspeccionar su comportamiento, así podría tratar de formar alguna idea de lo que pasó o pudo haber pasado.
«Si claro... Obsesiva y esquizofrenica pareces» mi subconsciente a veces podía ser muy cruel.
Entonces me decidí a esperarlo, venía acercándose con sus ojos en mí, así que elegí no quitar la mía tampoco, para hacerle entender que lo esperaba.
Ya estaba llegando al Ginkgo donde justamente estaba yo, debajo del árbol. Colgó su llamada, y tomando una inhalación profunda de aire levanté mi pie derecho para dar otro pasó hasta él, aunque alguien más se apresuró.
—¡Tamy! Uff, al fin te encuentro ¿nos vamos? Que tenemos que irnos para buscar lo de las clases de química.
Volteo a mi lado, Antonio sostenía su bolso a un lado de su hombro, en su otro brazo sostenía dos libretas y su teléfono, además de unas papitas (frituras, lo que más odia mi prima y lo que yo más amo).
—¡Ah! Antonio... —había olvidado que quedé con él en salir a buscar clases particulares o cursos para entender las clases de Química Aplicada, donde estábamos en crisis.
—Algo me dice que lo habías olvidado...
Niego rotundamente con la cabeza, mintiendo para no verme tan patética.
—Ah, por supuesto que no. Pero... Eh... —comienzo a titubear un poco al ver que el profesor se sentó en la banca sin siquiera decirnos nada.
—¡Oh, profesor Guilles! —Antonio llama su atención para saludarlo.
Él despega su mirada del teléfono para subirla y darle una sonrisa rápida y sin muchas ganas a él, para luego mirarme y levantar sus cejas con ojos sonrientes.
—Hola, profe...
La palabra "profe" Me salía con mucho esfuerzo, es que... Se me hace tan difícil el verlo como mi profesor, aunque lo sea.
—Hola —me dice en tono sereno—, hola, chicos.
Trago grueso al verlo tan tranquilo mientras yo lucho por verme lo más natural posible.
Antonio vuelve a llamar mi atención a él.
—En fin, hice una lista con direcciones y números móviles, en plan de no estar desorientados.
Asiento sin decir nada, él sigue hablando, y aunque asentía con una expresión de total seriedad, mi mente estaba en otro lado.
—Si no encontramos a alguien este mismo día, no se qué vamos a hacer. El tema es extenso, nadie entiende esos ejercicios de Química Aplicada y debemos apresurarnos en ir estudiando eso, que ya estamos a nada... Prácticamente.
Cuando habló de los ejercicios mi mente aterrizó nuevamente con fuerza en el presente. Estaba muy estresada y preocupada por ese asunto ya que mis notas deben ser excepcionales y Antonio porque es un cerebrito aunque no le gusta que lo veamos cómo tal.
Apesar de los dos ser muy responsables en nuestras clases, ni siquiera entendimos los ejercicios de química; intentamos buscando por todo internet, le preguntamos a otros compañeros de otras secciones, y nada que conseguimos.
—Disculpen... —el profesor nos habló de repente— Chicos ¿dicen que están buscando un tutor que les enseñe química aplicada?
Antonio y yo nos miramos algo sorprendidos, y asentimos.
—Yo podría ayudarlos.
Cuando dijo aquello mi mente hizo "Boom"; un "Boom" De sorpresa, incredulidad y alegría al mismo tiempo.
—¿Está hablando muy en serio? Que estamos muy urgidos, profesor —Antonio habla sin parar— ¿cuánto costarían esas clases?
El profesor Guilles sonríe y se cruza de piernas, como tan sofisticado y refinado cual francés de telenovela o película.
—Mmm —desvía su mirada pensativo—, no les voy a cobrar. —Nuestros ojos saltan de sus cuencas al escucharle— Pero, les pediré que me ayuden en un proyecto en el que estoy trabajando. ¿Saben manejar r************* ?
Antonio y yo nos miramos muy sonrientes y afirmamos. De allí acordamos el horario en que íbamos a recibir nuestras clases y él nos explicó lo que quería que hicieramos para ayudarlo con su proyecto.
No entró muy en detalles ya que nos dijo que después nos explicaría más a fondo, pero el proyecto es en base a la juventud que no tiene ningún tipo de apoyo, que están en muy bajos recursos y que desean salir adelante; que principalmente va dirigido a Francia, ya luego abarcaría otros países.
Me pareció un proyecto maravilloso y hermoso, una buena acción que hará crecer jóvenes como árboles, para luego dar sus frutos.
Me hizo pensar que si, es total verdad, no todos tienen apoyo; es decir, existen becas y sorteos, ayudas gubernamentales; no obstante, no todos logran obtener esa ayuda, y ese es el problema, que no se invierten más en el crecimiento educativo, sino que apenas son unos pocos los privilegiados, como un milagro, y yo soy la prueba de ello.
Al terminar de planificar todo, Antonio me pidió acompañarlo.
Quería hablar con el profesor, estaba indecisa, al final terminé yéndome como si huía de él. Sinceramente, quería saber más o que me dijera algo, alguna señal para que me quitara esta ansiedad al sobrepensar, pero el miedo a la respuesta también estaba presente.
***
Joselyn se había ido desde temprano para su cita con Walter, me alegraba que al menos ellos dos se lleven muy bien, y él mantenga bajo control a la loca de mi prima. Hacen buena pareja.
Mientras me desvisto para bañarme mi teléfono suena recibiendo una llamada, era Maro. Suspiro y dudo en atender, hasta que lo hago.
—Hola...
—¡Tamara! ¿Qué tal estás? ¿No interrumpo nada, verdad?
«Si, mi baño sagrado»
—Todo bien. No, bueno... ¿Pasa algo?
Lo escucho pensativo. —Te llamé para invitarte a pasear un rato, y comer algo rico. Si no hay ningún problema puedo pasar por ti dentro de una hora.
Me quedo desconcertada, ni sabía que responder. —Ah... Bueno, yo no sé...
—Vale, solo dame la dirección por mensaje y paso por ti. Espero.
Colgó.
—Pero... Si ni siquiera dije nada. ¡Ash! —me quejo al teléfono.
Lleno de aire mis pulmones y le paso la dirección. Corro al baño y trato de arreglarme lo más rápido que puedo.
Frente al espejo me pongo unos aretes, el timbre me asusta y no puedo creer que ya Maro haya llegado. Corro a rociarme perfume, y de allí a la puerta.
—¡Hola, Tamy! Oye que guapa.
Era Walter.
Espera... ¿Walter?
—¿Walter? —no entiendo que hace aquí sin Jos.
—¿Y mi Jos? Dile que ya estoy aquí, se me ha hecho tarde, han pasado inconvenientes y ni hablar... La cosa es que, aquí estoy.
Lo miro perpleja. —Ella se fue hace como tres o dos horas. Pensé que estaba contigo... —dije casi en shock.
—¿Qué? ¡j***r! —se apresura en mirar su teléfono y la llama— me voy, la buscaré.
Se va corriendo y yo cierro la puerta sin poder creer todo ese giro tan loco que acaba de pasar. Entonces... ¿Qué estará haciendo la pobre Jos, y con quién? ¿O estará sola?
Termino de retocarme y al rededor de diez minutos apareció Maro en un auto pequeño, pero muy lindo.
Maro atrapó mi atención, no llevaba sus gafas redondas. Llevaba una camisa mangas largas de cuadros azules, vaqueros negros ajustados y vaya que, lo estaba, estaba guapísimo.
«No sé que estoy haciendo al salir con Maro, pero Jos me dice que debo disfrutar mi juventud, así me justificaré»
—Tan hermosa como siempre, la palmera.
Le volteo los ojos y entro al auto.
El transcurso de la salida no fue como pensé. Me imaginé teniendo que soportar su engreimiento, y lugares que no encajan para nada con mis gustos. Pero no fue así, fuimos a una sala de juegos y luego a comer helado. Nos divertimos mucho. Si hubo uno que otro comentario ridículo de su parte, pero se mantuvo bajo control, podría decirse.
Todo estaba marchando de manera tranquila y divertida.
Íbamos en el auto, no sé a donde nos dirigiamos. En eso, él se estaciona y caminamos en dirección a un parque con estilo de plaza. Recorro la vista por todo el ambiente que luce tan colorido y bonito, aprovecho para capturar una foto. Me fijo en las mesitas de sombra y veo a una chica bastante similar a mi prima con un sujeto sentado frente a ella, de espaldas a mi.
Mi vista no es tan buena para ver a lo lejos, así que me acerco poco a poco con Maro, mientras le hablo de mi prima.
A medida que me acerco la voy reconociendo.
—¡Ah! al final sí se encontró con Walter, su novio. Seguro le está diciendo de todo para convencerla de que lo disculpe por tardar.
Me río, pero se borra de mi rostro la sonrisa al ver que el hombre no es Walter.
Y como conspiración, más atrás aparece él.
—¿Qué? —dejo escapar y me detengo a observar.
—¿Sucede algo? —Maro me visualiza preocupado.
La expresión de Walter es la misma que llevaba cuando estaban discutiendo en la sala de la casa, cuando ella había desaparecido sin decir nada.
Él toma del brazo a Joselyn y la levanta a la fuerza, estoy anonadada al ver toda la escena... Él no es así, o al menos nunca lo había visto en esa aptitud.
Él otro hombre se levanta, parece que está defendiendo a Joselyn y... ¡Walter le dio un puñetazo!
Ante aquél caos me olvido que estoy con Maro y salgo corriendo a todo lo que puedo hasta ellos.
—¡Cierra la boca, maldito sucio! —Walter continúa golpeando al hombre.
Cuando me percaté quien era el sujeto la sangre me abandonó dejándome helada. Era Francisco, el amigo del profesor Guilles.
—¡Walter, ya detente! —Le grita Joselyn, tratando de agarrar sus brazos para detenerlo.
Walter la empuja y ella cae al suelo. La gente al rededor está escandalizada. Me apresuro y levanto a Joselyn.
—¡Walter que te detengas, por Dios! —exclamo detrás de Francisco, quien está guindado en las manos de el salvaje novio de mi prima.
Al verme, Walter lo suelta, mira a su alrededor y toma a Joselyn nuevamente a la fuerza, llevandosela a su auto, supuse.
Estrujo mi cara, y corro hasta donde ellos. Unos policías aparecen y no tenemos más opción que ir con ellos.