12 - Ilusiones

2025 Words
No podía sentir el suelo, no lo encontraban mis pies. «¿Donde está el suelo? Ay Dios ¡esto está hondo!» Ante mi desesperación, no tuve más opción que guindarme del obstinado profesor Guilles, quien parecía estar tan normal, a excepción de sus ojos que estaban bien abiertos mirando mi reacción tan inquieta. —¡Esto está muy hondo y yo no sé nadar! —me quejé mirando a mi alrededor—. Mire, por favor, vamos a las escaleras, salimos y seguimos discutiendo lo del examen ¿si? Él dejó escapar una pequeña risa cuando terminé de hablar. Nuevamente posó su mirada en la mía. —¿Quieres seguir discutiendo? —Bueno yo no, quien empezó fuiste tú. —Apreté la mandíbula y desvíe la mirada. El agua me estaba erizando la piel. —¿Entonces debería irme y dejarte aquí? Tomó mis manos quitandolas de su cuello, ante mis nervios y pánico, sobresalté para guindarme cual mono de un árbol, otra vez. Él se echó a reír. —Que cruel eres... —Dije en tono bajo. Estábamos solos, tan cerca. Su mirada no la despegaba de la mía, haciéndome sentir un poco nerviosa. ¿Por qué sentía que se iba acercando más? Aunque no despegaba sus ojos de los míos, podía sentir su rostro acercarse poco a poco... ¿Va a besarme? Él va... Mi corazón retumbaba con más fuerza a medida que percibía su cercanía. Viendo sus ojos tan verdes, sus cabellos mojados que goteaban, su nariz enrojecida al igual que sus mejillas y labios; todo parecía conspirar para hacerme el ser más indefenso ante aquella vista, ante aquel hombre frente a mí. Aunque no estábamos del todo solos. Había alguien, una de las amigas de Maro estaba escondida. No sabía que era parte del club de natación y venía para buscar algo, aunque al notarnos decidió esconderse con su teléfono en mano, obviamente, preparada para crear un plan lleno de malas intenciones. No teníamos idea de nuestro al rededor, Guilles fijo sus ojos en los míos y, cuando ya estaba a nada de sentir sus labios, cerré mis ojos. —¿Profesor Guilles? Y... ¿Qué está pasando? Marco apareció de la nada y más atrás venía la rubia con su teléfono en mano. Ambos nos alejamos aunque no podía soltarme de él, o me ahogaría. Pero la situación era tan incómoda e ideal para malinterpretarse... Creo que sería mejor opción ahogarme. —¡Chicos! Que bueno verlos, por favor, si podrían ayudarnos... Ha ocurrido un accidente y nos caímos. Además que la señorita Gutiérrez no sabe nadar. Y me está ahorcando... —Lo siento, profesor. Tengo traumas con piscinas. —Traté de sonar lo más normal. Haciendo mi mejor esfuerzo en no mostrar lo descontrolada que me dejó él francés al que estaba guindada. Marco asombró sus ojos al escuchar todo y se apresuró a la orilla extendiendo sus brazos para ayudarme a subir. —¡Dios, que frío! —expresé al sentarme en el piso— al fin, suelo. Casi muero de taquicardia allí... Es más profunda de lo que parece. Me llevé la mano al pecho, respirando despacio. —¿Taquicardia? Creo que lo que quieres decir es hipotermia. —Me corrió Marco. Sí, pero lo que Marco no sabe es que, sentir que estaba a punto de tocar los labios del profesor Guilles fue lo que me hizo descontrolar los latidos en mi pecho, y la circulación de mi sangre. Miré disimuladamente al profesor, este estaba peinando sus cabellos hacia atrás con su mano y recogiendo las mangas de su camisa. La rubia volvió a aparecer esta vez con una toalla en la mano, dejándome perpleja ¿en qué momento se había ido? —Gra... —me quedé con la mano en el aire cuando pasó a mi lado. —¡Aquí tiene profesor! —con su voz chillona se la entregó a él. —No debiste molestarte... —le dijo él. —¿No había otra para Tamara? —preguntó Marco mirándola de brazos cruzados. Si el profesor Guilles me mencionaba sería más raro, así que entendía que estuviese en silencio conmigo, y que probablemente por eso no me entregó a mí la toalla, siendo él con tan grandes modales. —No vi más... —agregó la rubia. —Déjame ver... Marco se fue y regresó con una toalla, era obvio lo mal que le caía a esa chica. Marco puso la toalla encima de mi y me levanté. Me detuve al ver mi examen flotando en la piscina. —Ahora sí que tendremos que repetir ese examen, señorita Tamara. Pasaré el tema por correo electrónico. Esté atenta, y cambiese de ropa, o cogerá un resfriado. Cuídense, me retiro. Se fué sin más, y con la rubia a su lado como pegoste. Marco comenzó a hacerme muchas preguntas, pero yo estaba tan confundida como él. *** En casa, luego de un baño con agua tibia me senté frente a la computadora, mi correo estuvo abierto desde que llegué, estaba esperando a que mandara el tema a evaluar; sin embargo, nada llegaba. Mi cerebro no dejaba se hacer memoria de aquel momento, y una sonrisa de la nada salió de mi boca. —¿Y tu por qué te ríes? —me decía a mí misma— ni se te ocurra verlo de otra manera, él es tu profesor Tamara, además es un mujeriego, no puedes ni siquiera pensar que te iba a besar... Eso no es correcto, seguro confundiste las cosas, sí, viste mal. Recuerda que necesitas ir al oftalmólogo. —¿¡El profesor te iba a besar!? —exclamó de la nada mi prima Joselyn. Me sobresalto del susto, pues ella no estaba en casa. —¿Cuando llegaste? ¡Me asustaste! —¿Hablas del profesor guapo que es francés? —ella mostraba sus dientes en una gran entusiasta sonrisa. Resoplé y giré mis ojos. Sabía que no me dejaría en paz hasta que le contara todo con lujo de detalles. —¡Tamara! Pero es que a ti te pasan unas cosas... Dignas de plasmar en una telenovela. ¡El profesor te iba a besar! La miré insegura. —Pero... No lo se, no creo que fuese hacer eso; es decir, él es profesor, y era un lugar público, creo que hay cámaras de seguridad... ¿Por qué haría eso? se metería en problemas. Además... Tiene a muchas detrás de él. —Lo haría porque es hombre, y seguro le gustas, puedo sentirlo —se paró detrás de mí y me agarró por ambos hombros—. Además, que tenga muchas detrás es lo de menos, nadie ve a quien tiene detrás sino enfrente. Aquellas palabras me hicieron aumentar la gran ilusion que me estaba haciendo, pero que no quería aceptar. Porque siendo sincera... ¿¡Cómo el profesor tan inteligente y de belleza abrupta, con muchas fans, se fijaría en una alumna tan sencilla como yo!? No es por menospreciarme, pero sólo trato de ser realista, y gran parte de los hombres guapos son difíciles, ahora a eso se le agrega una inteligencia enorme, ¿qué queda? Pues hombres con altos estándares y espectativas, o sino, prefieren andar solos. Lo he visto, y se que es así... Por eso, no quiero hacerme ilusiones, o al menos, no pensar en eso. *** Joselyn se fue más temprano, me dijo que iría de compras porque tendría en la tarde una salida con su amorcito Walter. Por otro lado, yo debía seguir mi rutina e ir a aclarar las cosas en la oficina principal de la Universidad para evitar problemas por el video que anda circulando de mi, bailando, en el que también aparece Antonio. Mientras camino por los pasillos, el grupo de amigos de Maro pasan lentamente a mi lado, todos hacen silencio y me miran de arriba abajo, la rubia tenía una sonrisa llena de malicia. Me causaron escalofríos. —¡Tamara Gutierrez! —una voz masculina detrás de mí me alerta. Volteo, y veo venir al subdirector con un rostro bastante serio, cosa que me hace preocupar. —Que bueno que nos encontramos, justo iba a la oficina para aclarar unos asuntos... —digo. —Hablemos en la oficina. Cuando llegamos, ese "hablemos" Se convirtió en un "hablaré solo yo" Por parte de él. No paró en decirme cómo debía ser mi conducta no sólo dentro de la institución, sino también fuera. Recordándome todas las reglas, y mis deberes, acentuando que soy becada. A todo eso, tuve que disculparme y prometí compensar aquel acto con horas extra de trabajo en la cafetería. Salí de aquella oficina como una pequeña abeja cabizbaja, y triste porque trabajaré más por el mismo sueldo. Teniendo que soportar la poca empatía de los estudiantes y algunos profesores. Eva ya estaba en marcha. Siempre llega primero que yo, de alguna manera bastante sorprendente, ya que suelo llegar a la hora exacta. —¡Hola, Eva! Adivina... —Hola. ¿Qué pasa? —ella estaba lavando bandejas. —Trabajaré horas extras, sin costo adicional —levanté mis manos fingiendo alegría—. Todo por esos fastidiosos que me grabaron bailar... —En primer lugar vos no debiste haber hecho ese espectáculo. Y segundo... Es lo mínimo que podés hacer, eres becada, y debes tener una imagen impecable, digna de cada centavo que te da esta Universidad. —Auch... Gracias por el consuelo. —De nada. Eva fue muy dura, aunque tuviese razón, esperaba oir algo más optimista, porque ella solía ser así antes, aunque ahora ya no es igual, y eso me hace sobrepensar. ¿Qué habré hecho que ahora está distante conmigo? ¿Le habrán dicho algo malo de mí? ¿Un chisme inventado? ¿Por qué ya no es cómo cuando la conocí? ¿Y si la culpable no soy yo, sino que tiene algún problema personal? Mientras iba sirviendo, ella tomo un paño a mi lado y se quedó observando a los muchachos que iban dejando las bandejas en el mostrador. —Que raro... Ahora todos dejan las bandejas aquí, ya no las dejan tiradas en las mesas. —¿Si? Que bueno, al menos están siendo más conscientes. —Me dio un poco de gusto ver aquello. —No, es que es muy raro... O sea, desde antier están así. Nadie deja nada. —Dejó de mirarlos y se fue a otro lado. La muchacha a quien le servía la comida estaba escuchando lo que dijo Eva. —Lo que pasa es que nos han ordenado que seamos más empáticos con los trabajadores, y más en el café. —Me dice la muchacha quien lleva gafas cuadradas y un moño alto. Cabeceo al escucharla y me alegro que hayan hecho eso. Dejo de servir y tomo el pañuelo con el rociador de desinfectante para ir a las mesas, en eso, dos de los chicos que comían se levantan, solo que uno de ellos deja la bandeja e incluso el recipiente del jugo. Me río viendo que no todos hacen caso a lo que se les pide, pero al menos es menos trabajo. —Oye, tienes que traer tu bandeja —le dice su compañero. —¿Por qué? Para eso están ellas... —señaló el muchacho con su barbilla de manera floja. —¿Es que acaso quieres tener problemas con el profesor? ¿Incluso que te quiten puntos? Los estaba escuchando, y me dio curiosidad así que, me acerqué a su mesa a limpiarla. Él otro me dio una mirada de estrés, y con mucha molestia tomó la bandeja. —Ese profesor Guilles es muy pesado para ser tan joven. —Balbuceó mientras se alejaban. «¿El profesor Guilles? ¿Fue él quien les ordenó que fuesen más empáticos?» No podía creerlo, pero pensando y pensando llegué a concluir que sí, y esto no me ayudaba en nada, sino que... Aumentaban esos pensamientos. Mi corazón nuevamente quería jugarme vivo, esas ilusiones me querían matar. Es que sólo con oir ese nombre me hacía recordar aquel momento en la piscina... Y ahora al saber esto ¿qué se supone que deba pensar?
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