"¡Hola!"
Fue lo que dijo con mucho entusiasmo luego de haberme dado una sonrisa que parecía tener el poder de detener el tiempo.
Terminé de salir y cerré la puerta, a pesar de estar algo inquieta, y por supuesto nerviosa, noté como Jos estaba detrás de la cortina de la ventana, observandonos cual vieja chismosa.
Me acerqué hasta la acera donde había aparcado el auto, y él con las manos en sus bolsillos, las sacos y comenzó a titubear con ellas. ¿Acaso estará nervioso? No podría creer eso, aunque sus manos me decían otra cosa.
—Hola. —Agregué con una sonrisa algo tímida.
«Vamos solo a una cena, no es una cita, no lo es, Tamara.» Aplicaba lo que había leído en un artículo de una revista donde decía que si repites algo muchas veces inconscientemente lo irás creyendo y aceptando, así que solo espero que funcione en este momento, donde mis ojos tan curiosos no dejan de desviarse para aunque sea mirar un poco de sus dedos, las puntas de sus cabellos que caen con ciertas ondas, la comisura de sus labios, el cuello que bien se veía en esa camisa verde manzana que combinaba con sus ojos, y...
—¿Pasa algo? —preguntó de golpe.
—¿Por qué? —pregunté un poco predispuesta.
Volteo dándome una mirada rápida. —No has dejado de mirarme.
—¿Qué? —los nervios se hicieron más presentes, por si hubiese sido poco— No vaya a malinterpretar, solo que se me hace un poco raro salir a comer tan casual con mi profesor.
Ajá, claro que era eso —sarcasmo—.
—Fuera de la Universidad recuerda que soy solo un amigo más.
No dije nada más, y empecé a manipular mi teléfono, como una excelente manera de evadir aquella incómoda aura que había creado.
—No deberías hacer eso, no está bien.
—¿El qué?
De pronto nos detuvimos, y se acercó tan sutil para quitar el cinturón. No entendía nada, estaba pasmada. Él se detuvo mirando mis labios, juro que iba a darme una taquicardia fuerte si seguía así.
—Eso que haces, morderte los labios. No lo hagas más.
Solté un risa de alivio. —Ya eso es muy difícil, es una manía inconsciente que tengo.
Me giré para abrir la puerta, y con sorpresa y habilidad se inclinó tomando la puerta para cerrarla.
—Disculpa, pero no me quites mis modales de hombre caballeroso.
Dando su sonrisa de lado, salió rodeó el auto y me abrió la puerta.
Ante mi asombro, sólo empecé a reírme. —Disculpa por intentar quitarte tus modales. Pero eso me desespera, además no quiero hacerte correr.
—No me molesta para nada el correr. Y si te desespera, entonces correré más rápido.
Ambos continuámos riendonos. La tensión que sentía al principio ya había bajado un poco más y a medida que hablabamos todo se iba tornando más cómodo y fluía sin tener que pensar antes de hablar. Estaba siendo él, y yo estaba siendo yo.
El aroma del lugar era tan agradable, aunque no tanto como el perfume tan delicado y al mismo tiempo atrapante que llevaba el profesor Guilles. Creo que no olvidaría estos aromas tan sencillamente.
—Que lugar tan bonito. —Comenté mirando al rededor mientras el veía la carta.
Era de esperarse, al menos ya sabía que es un hombre bastante exigente. En la Universidad suelo escuchar hablar de él, casi todos los días, no sé cómo le hacen, pero de manera impresionante logran averiguar sus gustos y conocer ciertos aspectos de su personalidad, ahora puedo corroborarlo.
Escogió un sitio lleno de elegancia sin ser extravagante, no tan lleno de gente y con un ambiente en el que era imposible sentirse incómodo.
Encendí la pantalla de mi teléfono y aprovechando que él estaba viendo la carta, decidí tomarme algunas fotos.
Selfies para capturar este día. Me veía muy guapa como para no capturar eso, además de que el lugar me gritaba que sacara las fotos.
No me había fijado, hasta que mientras ajustaba el temporizador, Guilles me veía. Allí bajé el teléfono y no pudo volver con las selfies.
—¿Quieres que te tome algunas? No sólo se de anatomía, números y formulas. También considero no ser malo para fotografiar.
Lo miré algo dudosa, hasta que accedí extendiendo mi teléfono.
—Veamos si es cierto. Lo calificaré yo.
Él se levantó, me dijo cómo debía sentarme y comenzó...
Estaba tan anonadada con la seriedad en que se tomó su papel de fotógrafo que, la risa salió natural en carcajadas.
—Espera, no tomes fotos todavía... —mis carcajadas no se detenían.
—Tú solo ríete, entre más lo haces, me siento como un espectador afortunado.
«¿Por qué dice esas cosas? Me parece muy inapropiado para su amiga que también es su alumna. Está loco»
—Ya es suficiente. A ver que tal salieron.
Me entregó el teléfono, y ni siquiera sabía que podía tomarlas de esa manera.
—Pero no parecen tomadas en mi teléfono... ¿Cómo lo hiciste? —pregunté sorprendida.
—Podría darte tutorías de fotografía, si deseas —sonreía con perspicacia— Y solo te pediré a cambio... doble postre en los almuerzos del comedor. —Susurró el final.
Amplíe mis ojos para seguidamente asentir. —Trato hecho.
En eso recordé lo que había hecho con los alumnos a la hora de comer y le agradecí por haberles llamado la atención para que sean más concientes y empáticos. Pero aunque le agradecí, el solo se limitó a sonreír y no dijo nada más acerca de eso.
Al momento de comer, disfruté por completo el plato, la comida nunca había sabido tan bien, y la compañia se había vuelto bastante grata. De vez en cuando nos mirábamos ¿que podría decirme a través de esos ojos? Porque aunque no quiera, se me hace inevitable pensar en muchas cosas y en que él se está volviendo un peligro.
—Tamara, tengo que confesarte algo —mi mano se detuvo al momento de subir el vaso para beber—. Eres una buena chica, sigue siendo así.
Entreabrí los labios despacio para dejar salir el aire que había retenido al pensar lo que no debía.
—¿Y por qué dices que soy una buena chica?
—La mayoría de los profesores desarrollan el sentido de analizar a sus alumnos.
El levantó una ceja y llevó el vaso a sus labios.
—Mmm ¿entonces qué analizaste en mí? Me gustaría saber que tan bueno eres.
—He visto lo dedicada y apasionada que eres. Muy trabajadora. Se ve que no te rindes tan fácil, y que tienes un espíritu muy fuerte, además de ser inteligente, ya que aprendes rápido a excepción de los idiomas —bromeó— Te gusta ser organizada y llevar el control de la mayoría de las situaciones o cosas. ¿Me equivoco?
—Vaya... Creo que sí eres bueno en eso. —Solté unas risitas desviando la mirada, sintiendo un cosquilleo extraño.
Ante ese momento tan incómodo para mí, decidí cambiar el tema y le pregunté acerca del proyecto en el que lo ayudaremos Antonio y yo, fue cuando me contó la historia y razón del proyecto. Lo que me permitió conocer un poco más de él.
Me dijo que viene de una familia muy pobre, y que en Francia hay un porcentaje de pobreza bastante significativo, que el costo de vida allá es bastante elevado a comparación de aquí, en España. El gobierno no tiene una buena organización y por ello, muchos son los que no tienen oportunidades de crecer. Me contó que se llenó de mucha frustración y a tan corta edad sufrió depresión, pero lo ocultaba de sus padres para no preocuparlos ya que su madre estaba enferma en ese entonces. Cuando me dijo aquello, se me hizo difícil el no conmoverme. Con apenas dieciséis años tomó la decisión de irse del país aprovechando la oportunidad con su tía que pasaría por España quedándose un tiempo. Así que aprovechó y rápido aprendió el español, además de ganarse el cariño de sus vecinos y de su jefe en el restaurante donde trabajó. En ese momento sus ojos se cristalizaron, esos ojos vieron tantas cosas que ahora reflejan mucha nostalgia, justo en este momento quería abrazarlo, por todo lo fuerte que fue.
Con su inteligencia y gracia pudo llegar hasta donde está ahora. Quién iba a pensar que el profesor más joven, guapo e inteligente de la Universidad pasó por todo lo que acababa de contarme...
Por tal razón decidió crear ese proyecto para ayudar en todo lo posible a todos los necesitados y deseosos de salir adelante, con ese apoyo que nunca tuvo.
—Supongo que tu y yo tenemos varias cosas en común, que genial. —Añadió luego de concluir la historia.
Pues resumidamente le conté de cómo llegué hasta aquí, y me dijo que a pesar de sar floja para aprender idiomas, del resto soy admirable por mi determinación y fuerza.
Nos dimos cuenta que queríamos seguir hablando, pero ya llevábamos mucho tiempo en la mesa, así que salimos y condujo hasta un parque donde caminos lentamente mientras continuabamos hablando de nuestras vidas, de como era y cómo cambió, hasta llegar a la parte de contarnos nuestros sueños.