19 - Calor

1279 Words
No podía dejar de pensar en todo lo que me dijo, de todo lo que vivió y lo duro que fue su infancia y parte de su adolescencia. El profesor Guilles es digno de admirar; por el simple hecho de tener ese sentir y querer de realizar el proyecto con el objetivo de ayudar a todos los jovencitos de Francia que viven en condiciones extremas, de mucha necesidad y de bajos recursos. "Para invertir necesitas un capital, para estudiar necesitas materiales, para ir a la escuela necesitas ropa y alimentarte bien; así lo es para todo. Y aunque digan que no hay excusas, la verdad nadie merece sacrificarse tan joven. Yo quiero ser esa pequeña fuerza para todos aquellos que se sienten débiles y solos, así como yo me sentí en un pasado." Mi corazón se sintió tan pequeñito cuando lo escuché hablar así, de ese deseo tan grande de ayudar a quienes pasan por esa situación tan apretada, donde no parecen no tener oportunidades y que los sueños no están disponibles para ellos. Algo así me sentía viviendo en un país cuya corrupción era infinita, y donde las oportunidades eran tan escasas que mejor era darse por rendido. Pero me rehusé, intenté todo lo que estaba a mi alcance, y por gracia Divina, pude comprobar seguir esta beca. Realmente soy afortunada. —Somos afortunados. —Afirmé. —Como un Ginkgo. —¿Cómo? —pregunté sin saber lo que acababa de decir. Caminabamos por un pequeño puente en el que nos detuvimos cuando él se apoyó de la barandilla. —Somos fuertes, como lo es un Ginkgo Biloba. —Ah, cierto. Sí, somos como un Ginkgo. —Sonreí genuina. Me apoyé también con mis brazos en la barandilla al lado de él, apreciando la belleza en la sencillez de una caminata, una charla, un paseo, risas, dulces y burbujas, que se veía en cada persona que allí estaba. «Tiene una maravillosa manera de pensar» —Tamara. —¿Si? —me sobresalté un poco, pues estaba pensando justo en él. No dijo nada más, pero estaba allí mirándome, mirando no se si mis labios, mi mentón o quizás mi bigote. «¿Será que ya tengo mucho bigote? ¿Debería depilarme?» —Otra vez estas haciendo eso. Detuve mis labios, no me había percatado que otra vez los estaba mordiendo. —¿Estás nerviosa? —preguntó de pronto. —¿Ah? Pss, obvio no. Ya te dije que es una mala maña. —Si sigues haciendo eso se puede convertir en algo grave. —Sacó de su bolsillo algo, era un caramelo el cual empezó a desenvolver— Toma, así te distraeras. No sabía que decir, me avergonzaba que hablara de mi manía, es algo que no puedo controlar, lo hago sin darme cuenta, sobre todo cuando estoy inquieta, nerviosa o ansiosa. Seguramente debe pensar que estoy nerviosa por él, pero en realidad no lo estaba hasta que me miró de esa forma, como ahora otra vez lo está haciendo. —Gracias, y lo siento por eso... Subió la comisura de sus labios en una pequeña sonrisa. No dijo nada más. Me estaba viendo. —¿Pasa algo? Es que no dejas de mirarme... —Estaba viendo lo adorable que eres. Disculpa si te incomodé. Me giré para continuar la caminata, intentando huir de aquella carga de tensión tan grande que había entre los dos. Lo que estaba empezando a sentir, no me había pasado antes, y solo de pensar que esto me está pasando con quien es mi profesor me llena de ansiedad. De pronto llega a mi mente el recuerdo de cuando ambos caímos a la piscina, estábamos tan cerca y él ¿si no hubiese llegado Marco y la rubia, qué hubiese pasado? —Si te sientes cansada sólo dimelo, hoy trabajaste mucho. Me dejas siempre sin palabras. «Así como tú a mi». —Ah, no en realidad... En el instante apareció un señor con un montón de globos y flores en sus manos, era un vendedor ambulante. —¿Una rosa para la linda señorita? ¿O prefieres un globo? Mis ojos se iluminaron cuando vi el globo, pero debía controlar ese instinto infantil que llevó dentro, para no verme como una niñita delante de él. —Está hermosa la rosa... —murmuré— pero no, gracias. Caminé adelante dejándolos detrás, pero cuando noté que iba sola me voltee buscándolo. Para mi sorpresa el francés venía algo deprisa con el globo en la mano. —¿Y eso? —pregunté llena de asombro. —No tienes que fingir conmigo, siéntete libre de ser como eres. Toma —me entregó el globo—, tus ojos te delataron. —Gracias, no era necesario de verdad. —Ahora luces más adorable, Tamara. —¿Te estás burlando de mi? El apretaba los labios como si aguantara la risa. —¡Oye! No seas malo ¿entonces te burlas de mí? Que cruel... Caminaba delante de mí a paso rápido para que no le viese la cara, me estaba divirtiendo muchísimo. —No lo hago, Tamara. —¡Entonces déjame ver tu cara! —repetí buscándolo. De un momento a otro caminó al frente para luego girarse cuando yo iba detrás, haciendo que casi chocaramos, quedando otra vez frente a frente. —¿Te parece, ahora, que me estoy burlando? Aquello lo dijo con un tono tan serio que taladraba mi mente, mis ojos, y no sabía cómo seguir ocultando la ansiedad por morder mis labios. Por su culpa. La noche se volvió tan amena, y pensar que estaba por huir... Pero ahora, ya estoy pérdida, lo se, porque lo estoy sintiendo, no tengo remedio, no tengo idea de qué haré, así que por el momento disfrutaré de esto. *** Llegué a casa, las luces estaban apagadas, me sorprendió que Jos se acostara tan temprano. Prendí la luz de la sala, y al girarme un grito se me atoró en la garganta cuando vi a Jos sentada en el sofá mirándome fijamente con una sonrisa llena de malicia. —¡Jos! ¿Estás loca? Me vas a matar del susto. Ay, Dios... —seguí farfullando mientras me sentaba— mis emociones necesitan un descanso, han estado muy alteradas. —Uy... ¿Eso por qué? Cuéntame, te estaba esperando, sabía que vendrías a esta hora. —Ella se llenaba de mofa. —Acabo de pasar una gran vergüenza, Jos. —Murmuré con la voz llena de pena. Mis mejillas estaban tan calientes que parecía como si tuviese fiebre. Pero es que no es para menos... —¡Que pasó, chica, dime! Apreté mis ojos de solo recordar la última escena en el auto cuando nos estábamos despidiendo. Pero lo culpó a él, solo el tiene la culpa por hacerme creer cosas que no son, por su malvada mirada tan seductora y esa manera de tratarme tan... —¡Ahhhhh! —exclamé removiendome en el sofá. —¿¡Qué fue lo que pasó!? —¡Que el profesor Guilles me rechazó! —volví a exclamar. Joselyn abrió su boca tan grande como sus ojos, sin poderlo creer, así como yo no podía creer lo que intenté hacer. —¿¡Te declaraste!? —¡No, no fue eso! —grité frustrada. No se si pueda ir a la Universidad después de la estupidez que hice, y después que él me haya dado un stop recordandome lo ridícula que me vi. Desearía que este sofá me comiera viva, ahora mismo. —¿¡Pero, qué carajos pasó!? —Joselyn me interrogaba, y a mi me costaba decir la vergüenza que pasé. Que nunca antes me había pasado, cabe mencionar.
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