Desde que me vine a España mi vida dió un giro de ciento ochenta grados, un cambio totalmente sorprendente que gracias a Dios todo ha sido para bien, sin embargo, también es cierto que muchas cosas que me han ocurrido son dignas de plasmar en una novela de comedia, podría ser tragicomedia... Quien sabe si el género cambie, pero hasta ahora no faltan los desastres que hacen que exista comedia en todo, y es mejor reírse para no llorar ¿verdad? Pues si.
Mi primer día en la universidad y ya tengo mucho que contar, y eso que ni el día ha acabado.
Cuando el impertinente de ojos verdes y acento francés terminó de hablar con la profesora de mi clase, que cabe mencionar que estaba muy risueña.
¿Soy solo yo o la mayoría de las mujeres con las que él habla se ponen en modo coquetas?
Ni modo...
Hasta que finalmente terminaron de hablar, este caminó hasta la puerta y me dio una última mirada levantando las cejas «¿qué quiso decir con eso?».
Arrugué mi entrecejo confundida. Y saqué mi libreta de la mochila al ver que la profesora ya estaba escribiendo en el pizarrón.
—Hey —me susurró Maro que estaba sentado detrás de mí— ¿Qué fue lo que pasó, Tamara? Que hemos quedado preocupados.
—Es una larga historia... —comenté volteandome a verlos— Y todo por el detestable papelito anónimo y mi curiosidad tan curiosa —mencioné irritada recordando toda la vergüenza que pasé. También noté que entre ellos se miraron... Acaso ¿sabrían algo?
Maro carraspeó. —¿A qué te refieres?
—¿Era para tí el papelito que recorrió la mano de varios del salón? —preguntó Antonio quien estaba sentado detrás de Marco, al lado de Maro.
Asentí desconcertada.
—¿Saben de quien era?
Volvieron a mirarse ¿por qué se ven como cómplices? Eso me frustra.
—Como te decimos, pasó por mano de varios. Así que solo hay uno que sabe de quien es. A mí me lo dió Antonio. —Repuso Maro con una expresión tensa.
—Y a mí me lo dió Clara, quien estaba sentada detrás de mí. —Replicó Antonio.
—¿Quien habla tanto que desea aportar a la clase? —La profesora lanzó su mirada matadora a nuestra dirección y me removí en mi asiento.
Esto me tenía llena de intriga. Porque si le preguntaba a la tal Clara que quién le entregó ese papelito, y le preguntara a ese alguien, ese alguien tendría alguien más y terminaré por preguntarle a todo el salón y seguramente el autor del papel no querrá decirme y dirá que fue alguien más.
Sacudí mis pensamientos y fijé mi atención a la clase.
Cuando acabó, la profesora salió y Maro me pidió el número de teléfono para pasarme los primeros apuntes que me perdí al llegar tarde.
—Te los pasaré cuando llegue a casa ¿vale? Tú tranquila...
En lo que anotaba mi número en su teléfono, tres chicas apartaron a Antonio y a Marco para rodear a Maro a su alrededor.
«Aish, el ambiente se cargó de feromonas».
"¿Maro que vas hacer al salir de la uni?" "¿Quieres venir más tarde al club de tenis? Pueden venir los chicos" "¿Y que te hiciste cuando acabó la primera clase? Te buscamos y no te vimos" "¿Y ella quien es?"
Todo tranquilo hasta que le devolví el teléfono a Maro y fue que se dignaron a mirarme.
—Soy Tamara. Bueno, ya me voy chicos... —tomé mis cosas, aunque creo que Maro estaba por decirme algo pero las chicas hablaban hasta por los codos y ni lo dejaron decir nada.
—¡Espérame, chica palmera!
Marco venía rápido tratando de librarse del grupito, lo descubrí por su expresión. Asimismo Antonio.
—¿Van a dejar al pobre Maro solo?
—¿Solo? El nunca está solo, Tamara. —Chisteó Antonio— Bien... Ahora vamos a la clase de Anatomía Humana.
Mientras caminaba al salón con los muchachos noté lo bastante inteligentes que son, sobretodo Antonio, y lo más increíble es que es muy modesto.
—Creo que si no me equivoco, esta es la última clase. —Corroboré entrando al salón y observando lo muy estético que se veía.
—De hecho lo es, es la última. —Me confirmó Antonio. Quien al sentarse me indicó que me sentara al frente de él.
Marco guardó el puesto de Maro, y mientras tanto estábamos hablando de cómo fue que llegué a inscribirme aquí, a lo que les expliqué muy orgullosa lo que me costó ganar la beca pero que al final pude conseguirlo. Ellos estaban muy curiosos y me daba mucho gusto ver sus rostros tan atentos a lo que les decía.
Iba a tomar un poco de agua de mi termo, y comencé a buscarlo hasta que recordé que lo había dejado en el salón anterior. Por lo que me levanté enseguida.
—Ya vuelvo, vengo rápido. Se que lo dejé allá.
Entré y aún estaba Maro, de espaldas, rodeado de las tres chicas, y otras que desconocí. Traté de pasar desapercibida, y así fué mientras buscaba con mi mirada el termo, escuché algo que me dejó impresionada.
—Que Antonio no vaya, ese idiota en fiestas se pone más impertinente de lo que es. —Decía Maro, a las chicas, a lo que ellas agregaban:
"No sé cómo es que lo toleras" "Eres muy cool para juntarte con esos perdedores, además que no necesitas de ellos, que ya eres inteligente, vamos..."
—Ahs, a veces solo debes ser político.
Tomé lo que estaba buscando y salí como alma que lleva el diablo del salón, con una sorpresa que ni hablar...
«Apenas llevo un día y ya me entero de estas cosas... ¿Entonces Maro es un amigo falso? ¿Un hipócrita? Vaya... Que decepcionante».
Al regresar los vi a los dos conversando, me preguntaba si acaso sospechaban, si sabían o no la clase de persona que es Maro, quien parecía ser alguien muy agradable, pero resulta que no es como se ve.
No todos los chicos con gafas son buenas personas (nota mental).
—Hey, chicos —les mostré mi termo en mano—. ¿Qué hablaban?
—Planeabamos salir más tarde, aunque quizás a Maro lo inviten a algún lugar y luego quiera que vayamos con él.
—Ah... Pero no es obligatorio que vayan, es decir, si no quieren ir con Maro no vayan y ya.
De allí me puse algo inquieta y le pregunté un poco sobre su "amistad".
—¿Chicos y desde cuándo son amigos?
—Desde que estábamos en la secundaria, pero a Marco desde la escuela. —Me dijo Antonio dándole un golpecito en el brazo a Marco.
—Ahhh... ¿Y si son muy unidos?
Otra vez mi intriga por todo, mejor ni sigo, ni me meto... No quiero otro problema.
—Pues si, supongo. —Agregó Marco seguido de una risita.
Pero la mirada de Antonio estaba neutral.
De allí cambiamos el tema, nuevamente a cómo gané la beca. Estábamos tan sumergidos en nuestra conversación, que ni cuenta nos dimos cuando todo el salón se llenó, hasta que apareció Maro y se unió a nuestra charla.
Yo ya estaba re-comoda hablando como si estuviese en casa, con mi brazo de apoyo entre la mesa de Antonio y mi mandíbula.
Maro carraspeó a mi lado y tanto Antonio como yo lo vimos, y este nos hizo un gesto con su mirada, al parecer el profesor ya había llegado.
Me acomodé lentamente quedando derecha viendo al frente, cuando en ese instante dejé de sentir los latidos de mi corazón, y como si la sangre desde la cabeza fuese bajando dejándome cual papel blanco y frío.
¿Que hace él aquí y por qué está tan serio de brazos cruzados?
Era el impertinente de acento francés, el mismo al que tropecé, el mismo que hizo derrarme el café, el mismo con el que me caí frente a frente, y al que le debo las gracias y una disculpa adecuada.
¿Esto no es mucha casualidad? ¿O es el Karma? ¿Pero que tan malo hice yo para pasar por esto?
—Lloré quejándome mentalmente—.
Su mirada inmediatamente conectó con la mía, aquella con una pizca de sorpresa y egocentrismo levantó una ceja y levemente subió la comisura de sus labios.
—Buenos días, muchachos. Ya que todos están atentos me presento, mi nombre es Guilles Xavier Lamari, seré su profesor de Anatomía Humana.
Trague lentamente sin poderlo creer.
Es que... ¿Será verdad? ¿Como alguien tan joven puede ser profesor? Es decir, si los hay, pero... Él parece tener veinticinco o veintiséis... ¿Acaso es un genio o qué?
¡Ay no!
Mi increíble cerebro comenzó a pasar las imágenes recordándome el show que hice, cuando lo tutee, insulté y llamé loco, le grité, lo empujé y no me disculpé adecuadamente.
Automáticamente mis mejillas se encendieron y desvíe mi mirada resoplando.
«No me puede estar pasando todo esto a mi... Diosito, soy yo, por favor, ayúdame. ¿Por qué me pasa esto a mí? Yo que me he estado esforzando por hacer todo bien...»
Mientras hablaba con Diosito y conmigo misma mentalmente, me sobresalté cuando dijeron mí nombre.
—Tamara de los Ángeles Gutiérrez Ruiz.
No sabía a dónde meterme, quería que mí asiento se hundiera junto conmigo así como el Titanic.
Todo estaba en silencio, no quería levantar la mano. Quería pasar desapercibida.
—Tamara... —susurró Antonio detrás de mi oído.
No tuve más opción.
—Presente. —Dije, levantando la mano hasta la altura de mi hombro, con la dignidad en la papelera.
—Tamara... —Repitió viendo el listado.
Repitió mi nombre, eso es malo ¿No? ¿Si? Ja, ja, me quiero teletransportar.
¿Por qué nadie me lanza un rayo láser que me desaparezca? O que me pellizquen y despierte, porque ya no quiero seguir sufriendo en este sueño que es tan cruel conmigo.