Se estaba riendo...
El impertinente causante de arruinar mi favorito y único abrigo se estaba riendo. Aquel hecho empañó la poca consideración que tuve al recordar que lo tropecé y también empañó los muy pequeños segundos donde quedé admirada por su encantador atractivo físico.
—¡Mira lo que hiciste! —exclamé con la voz al final temblorosa— ¡Que torpe y demente...!
El café ya estaba quemándome.
El cambió su expresión y apenado, o eso quiero creer, se acercó inmediatamente.
—¡Lo siento, te confundí con mi hermana! Permíteme ayudar...
Sin que le diese permiso tomó mi abrigo para quitarmelo, atravesando mi espacio personal, cosa que me hizo inquietar.
—¡Oye, puedo hacerlo sola! —me quité de él.
—Déjame ayudarte...
Insistentemente siguió tratando de quitarme el suéter, pero mi molestia era tanta «¿quien se cree este idiota?» que en un movimiento brusco quité mi suéter de su agarre girando en mi eje para darle la espalda e irme, solo que no salió así, sino que al dar la vuelta mis pies no estaban en la posición ideal cosa que hizo que perdiera el equilibrio junto con el tonto que estaba cerca de mi, que intentó agarrarme para impedir que cayera, y no pudo.
Sentí que todo pasó en camara lenta, yo iba cayendo mientras giraba, quedando nuevamente frente a él, y él venía cayendo hacia mí.
Unos ojos verdes bastante abiertos por el asombro también caían conmigo, al menos la vista era bonita.
Hasta que mi trasero proyectó contra el suelo, primer golpe, entonces... Mi cabeza... Cerré los ojos con fuerza, pero al terminar de caer no me lastimé.
Su mano estaba justo debajo de mi cabeza.
Ambos quedamos desconcertados. Él encima de mí.
—¿Estás bien?
¿Cómo respondo cuando lo tengo tan cerca? ¿Y si tengo mal aliento? Se que me cepillé, sin embargo...
—Ajá... —musité desviando un poco la mirada.
Hasta que ambos reaccionamos, él se levantó primero y me extendió la mano para ayudarme a levantar.
Lo vi apretar y soltar la mano varias veces. Estaba roja.
—¿Andas tropezadote todo el tiempo por ahí? Deberías tener más cuidado. —Me dijo con su acento parecido al francés intentando hablar en español.
—¡Jah! Mira quien lo dice, si me quemé con café gracias a tí. Tú deberías de fijarte —lo señalé con el dedo— a quien andas asustando.
Voltee cuando detrás de mi escuché que me llamaron, era Maro, el chico de gafas redondas y Marco, el que me había llamado Palmera.
Nuevamente recordé el desagradable papelito que me dieron para encontrarnos aquí.
¿Quien habrá sido el que me dijo para vernos aquí? ¿Será Marco? El me llamó Palmera, y estaba escrito en el papelito.
¿Y Maro? No tiene pinta... Aunque él se presentó solo en el salón ¿por qué haría eso si quería que nos viesemos aquí? No tiene sentido.
Y el idiota de ojos verdes con el que caí no está en mi salón para decir que fue él ¿o sí estudia conmigo y no me fijé?
¡AHHHH! Esto me frustra.
Mientras pensaba, el sujeto que había dejado atrás se acercó nuevamente.
—Me disculpo señorita. Todo ha sido un accidente, sin embargo, usted también me debe una disculpa.
Lo miré deseando que mi vista tuviese el poder de desaparecerlo.
Me crucé firme de brazos. —¿Yo por qué? —resongué.
—Le recuerdo que casi me arranca el brazo cuando me llevó por el medio en su carrera hacia el baño.
Dramáticamente se sobaba el brazo.
Los chicos escucharon eso y me dio vergüenza. Este ridículo me hizo avergonzar delante de los muchachos.
—¿Pasa algo, Tamara? —me preguntó acercándose a los dos, Maro— ¿Qué le pasó a tu ropa?
Maro tomó su mochila y sacó un pañuelo amarillo.
Mientras yo solo mascullaba con rabia. —Todo por el asqueroso papelito anónimo...
—Como sea, acompañeme. —Agregó el impertinente de acento francés. Llamando la atención de todos.
—¿Eh? ¿Por qué haría eso?
—¿Piensas quedarte con las quemaduras y la ropa manchada? Solo míralo como disculpas por haberte molestado.
Con sus dos manos señaló la dirección para que lo siguiera.
Miré a los chicos y me despedí.
Maro quedó con el pañuelo en su mano ¿sería para darmelo? Bueno, no tuve más opción que ir con este sujeto fastidioso pero guapo. Aunque eso me molesta, ¿cree que por ser guapo puede andar haciendo lo que quiere? No, no es así.
Íbamos caminando, aunque el iba frente a mí ya que no tenía idea de a dónde se dirigía. A cada rato se volteaba para verme, creo que se aseguraba de que yo no me escapara.
Un montón de estudiantes venían a nuestra dirección, muy aglomerados, y antes de que me moviera a un lado, el impertinente puso su brazo frente a mi para que pasarán sin empujarme.
Algunos al verle lo saludaron en gallego, y el les respondió de igual forma. Aunque no entendí, el gallego es similar al portugués, y aunque tiene ciertas palabras parecidas al español, lo dicen tan rápido que no logro procesar lo que quieren decir.
Me quedé confundida al ver su brazo frente a mí para cubrirme. ¿Por qué es tan amable? Seguro es el remordimiento por haberme hecho quemar con el café.
—No soy una niña. —Interrumpí con voz cansada quitando su brazo— ¿seguimos?
—Okay, —me miró serio— vamos.
Llegamos a la enfermería. Allí una joven al verlo se levantó enseguida con una sonrisa de oreja a oreja, que no se notaba para nada lo mucho que le gustaba el sujeto este que me trajo hasta aquí.
Otra vez empezaron a hablar en gallego.
«Aish, que molesto es esto. Deberían de hablar en español, no todos hablamos gallego»
Me senté y la muchacha me miró examinandome, de pronto salió del lugar y el sujeto comenzó a buscar no se qué en un cajón. Saqué mi teléfono y cuando vi la hora mis ojos casi salen de sus cuencas.
—¡Me perdí ya quince minutos de clase!
Me levanté para irme pero el me detuvo.
—Espera, la enfermera traerá ropa para que te cambies y te examinará. Si tu clase empezó yo le explico a tu profesor lo que pasó, así que no hay problema. —Con su mano libre me indicó que tomara asiento.
Dudosa lo hice, cuando estuve a punto de protestar otra vez, llegó la enfermera con ropa en sus manos.
Me la entregó y me señalo detrás de la cortina para que me cambiase. Así hice, cerciorandome que no me vieran por algún lado.
Ellos quedaron hablando en ese idioma que no sé, solo espero que no estén hablando mal de mí.
Me puse una camiseta blanca con el logo de la universidad y abrí la cortina.
—Ya estoy lista. Gracias.
—Ahora deja que ella te examine.
Me senté en la camilla y la enfermera de cabello n***o como el azabache se acercó a mí. Tomó el borde de la camiseta y la subió exponiendo mi abdomen hasta llegar al brasier, me asusté y puse la mano para impedir que siguiera subiendo. Subí la mirada para ver si el impertinente me estaba viendo pero justo se volteó por completo.
—Son só queimaduras leves. É un pouco avermellado.
—Espera... ¡Entendí algunas palabras! —Dije sin pensar.
El sujeto soltó una risa junto con la enfermera. Y el le pasó una cajita de plástico con cosas de medicina.
«Si, ríanse de lo idiota que me veo... hasta yo lo haría»
—Solo dijo que son quemaduras leves.
La enfermera me aplicó un ungüento y soltó la camiseta.
—Iso é. Tiches coidado cando o trouxeches. —Ella hablaba con él, mientras yo me sentía como un adorno.
—Supongo que estoy lista, así que me voy... —Agregué en voz baja— Gracias señorita enfermera.
Tomé mis cosas y salí de la enfermería.
«Genial... Ahora estoy toda desarreglada, con quemaduras, retardada para mi clase y sin saber cómo llegar al salón».
—Todo por ese papelito, no, por mi curiosidad de la chingada... —mascullé haciendo pucheros.
—¡Heyyy! —exclamaron detrás de mi.
Voltee y lo vi, y debo decir que, wow... ¿Por qué mi rostro se calenturó de pronto?
—¿Y ahora qué? —pregunté ya queriendo terminar con este asunto e irme a mi clase.
—¿No te vas a disculpar? O al menos un "gracias".
—Gracias por traerme a la enfermería. Pero ahora tengo que ir a una clase, que por cierto —miré la pantalla de mi teléfono— ya es bastante tarde.
Me giré para seguir mi camino, a pesar de estar media perdida sabia el nombre del salón que me correspondía, solo debía encontrar el pasillo.
El impertinente con acento francés venía también detrás de mí. Que fastidio...
Seguí buscando, pero nada que daba con el salón.
—¿Qué salón te toca? —me preguntó de repente, detrás de mí hombro— que te noto un poquito desorientada.
Su sonrisita cínica me molestaba, y a la vez me gustaba. «Que desgracia que sea bonito»
—El 8.
Le giré los ojos, viendo hacia mi otro lado.
—Es aquí. —Me dijo y tuve que voltear.
Se abrió paso para que entrara. En el salón todos estaban muy atentos a la clase, hasta que me miraron por interrumpir, incluyendo a la profesora que vi apenada. Me acerqué hasta ella para explicarle el motivo de mi retraso tan grande, pero quedé con la boca abierta, el impertinente habló antes que yo saludando a la profesora, esta vez lo hizo en español, afortunadamente.
Aunque quedé más impresionada cuando le explicó el motivo de mi tardanza de la manera más perfecta y sincera.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó la profesora cuando descubrió que me había quemado con café.
—Si, no fue grave.
Ella me dejó integrarme, y cuando busqué donde sentarme Marco me hizo señas para que me sentara junto con ellos.
Al menos conocí a tres chicos agradables como amigos.
Aunque no le agradecí al sujeto de acento francés... Espero verlo al salir para disculparme y luego perderme de su vista y rogarle a Dios que no me vuelva a encontrar con él el resto de mi curso universitario.