Una semana. Una semana fue lo que bastó para que el virus se terminara de expandir por todos los continentes, y que los síntomas determinantes se empezaran a presentar. Ya no eran solo unos síntomas de gripe común. Ahora los nuevos síntomas, aparte de la congestión nasal, la fiebre alta y la tos, era la neumonía y el sangrado por todos los orificios del cuerpo. Merlín, al igual que todos los médicos, estaba desesperado. Se sentía impotente por no poder hacer nada más que ordenar a las enfermeras aplicar los antibióticos que se utilizaban para tratar la peste bubónica, pero nada funcionaba, ni siquiera para aliviar la agonía de los más débiles. Los ancianos y las personas que tenían morbilidades no aguantaban más de una semana. Así como los hospitales estaban a rebosar y ya no podían