Sariel ayudaba a repartir las bandejas del almuerzo en cada carpa familiar. Entregar, echarse alcohol en las manos, caminar hacia la otra carpa, volver a entregar otra bandeja, y volver a echarse alcohol, y así se repetía el protocolo. El respirador doble cartucho con filtros ya le estaba incomodando en la cara. Sabía que quedaría con marcas, pero tenía que cumplir con esa medida de bioseguridad si quería seguir ayudando en algo en el campamento. También sentía cómo el sudor caía por varias partes de su cuerpo. Como si el respirador bioseguro no fuera suficiente, también se puso un traje anti fluido, de los mismos que utilizaban los pocos médicos que quedaban en los hospitales. Las reglas eran las mismas para todos. Nadie podía quitarse la mascarilla fuera de su carpa o vagón asig